Opinión

Amor y anarquía

Amor y anarquía

Amor y anarquía

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Como hoy tampoco escribiré de política, le adelanto que puede darle vuelta a la página. Pero si es cazador de novedades para ver en streaming, quédese un rato por este territorio.

Entre mis habituales maratones de series acabo de ver una producción sueca que me alivianó una semana de trabajo intenso, muy productivo, pero que necesitaba válvulas de escape y la comedia romántica de la sueca Lisa Langseth (1975), coescrita con Alex Haridi, me las proporcionó en ocho capítulos disfrutables al máximo. Los suecos producen buenas series de varios géneros, el policiaco es excelente, pero en comedia también se la rifan. Amor y anarquía es lo mejor que he visto hasta el momento en esa categoría.

Por cierto, la categoría de melodrama en la que no debe incluirse la serie que le da título a esta colaboración, siempre me ha parecido oscura y confusa. O es drama con un porcentaje de humor, como la canadiense Heartland, o es comedia con un porcentaje de tensión dramática. Cuando éste se sobrepasa, y los gringos son campeones en sobrepasarse, se producen unos abominables churros que le dan de comer a los reseñistas que, como marcadores de ganado, sacan el hierro incandescente y marcan para siempre con el sello de “melodrama” lo que habrán de reseñar. A los etiquetadores no les queda más remedio que sostener su ardiente rúbrica y ¡zas! Hasta ahora no he encontrado ninguna serie que guarde el equilibrio perfecto entre drama y comedia. Desde antes de la pandemia todo ganado audiovisual proveniente de los indefinidos pastizales del melodrama, lo evito, lo mismo hago con los productos lácteos derivados de las reses gordas del drama.

Desde mi condición villamelona, antierudita y proclive a engancharse, daré algunas coordenadas de la primera secuencia de Amor y anarquía de la que ya espero con algunos niveles de ansiedad, la segunda temporada. En el modelito mamalón de calificar con estrellitas que van del uno al cinco lo que uno se lleva a los ojos, le pongo cinco a esta comedia. Tengo varias razones para hacerlo.

La primera de ellas es la protagonista Sofie Rydman, interpretada por Ida Engvoll, que es súper atractiva, pícara en el más amplio sentido del término y un gancho que atrapa a peces torpes como yo. Sofie encarna a una mujer de más de cuarenta años, que es contratada para trabajar en una editorial que en México llamaríamos “independiente” y salvarla de la crisis por la que atraviesa; crisis que siempre ha acompañado, desde remotos tiempos prepandémicos a esta noble, épica y siempre neurótica actividad.

El contexto de los personajes me resulta familiar: autores de todo tipo, un editor formal medio explosivo que termina emprendiendo un viaje con ayahuasca para encontrar su verdadero horizonte en el ramo, una editora lesbiana más joven que le sirve de contrapunto, una secretaria, Caroline, amable a la que todo mundo le da órdenes y le dejan tareas como ver el final de una película basada en el libro de una autora de la editorial y del que depende la firma de un contrato, hecho que desde luego la secretaria ignora porque al editor le dio hueva hacer su trabajo, un dueño cada vez más desentendido de su negocio, proclive a correr y pasarle los bultos gordos a sus subordinados y una “rescatista” Sofie que se vuelve absolutamente indispensable para el “negocio”. Por cierto, en un episodio en el que todo mundo anda vuelto loco en el trabajo porque no está Sofie, el dueño le desliza a la cariñosa secretaria esta frase para rascarse la barbilla: “Estoy muy ocupado para leer textos. Estoy intentando salvar una editorial, Caroline.”

Con una sonrisa súper coqueta que despierta encantos en la audiencia y entre la gente con la que trabaja a su lado, Sofie establece un nexo cómplice desde el primer capítulo con el joven y según leo debutante actor protagónico, Björn Mosten, que interpreta a Max, el encargado de sistemas de la editorial y con el cuál, obviamente, terminará teniendo encuentros amorosos.

Desde el título del primer capítulo, o por lo menos en su traducción: “¿Cómo pasó todo?”, esta serie de ocho episodios que oscilan entre los 25 y 33 minutos y en los que nada se desperdicia, se revela el juego entre ambos personajes, el motivo travieso que le da tensión a la serie entre Sofie y Max: el reto.

La complicidad originada por los retos, en medio de la crisis de la editorial y una tensa relación familiar de Sofie con un marido insoportable y controlador, le da un peculiar erotismo a cada capítulo. No sólo cuando Max le arranca el primer beso a Sofie o cuando se van por primera vez a la cama, sino cuando en la piscina de un hotel Sofie se quita el calzón del bikini y camina al trampolín semidesnuda en medio de una multitud de aplausos masculinos que dejan boquiabierto y complacido a su joven amante. En otro episodio, Sofie reta a Max para que acepte una invitación de su madre a pasar el fin de semana con ella porque tendrá una comida familiar. La madre del joven es una mujer castrante al igual que toda su familia, menos los dos hijos pequeños. Después de un tormentoso día la madre le pide a Max bajar al jardín a tomarse una foto familiar y en ese instante baja desnudo ante la atónita reacción de los parientes rurales y las risas cómplices de los niños. Con algunas frases que ya no recuerdo manda al carajo a su mamá y en cueros y mochila al hombro, después de tomarse la foto, camina hacia la estación con una liberadora sonrisa de libertad.

En el último capítulo y sin que exista reto mediante, es Sofie quien manda merecidamente al carajo al marido que se la pasa expresándose mal de su papá a quien Sofie quiere pese a sus episodios de rabia senil. De él recuerda una frase de una novela que nadie le publicó pero que define al personaje, a Max y desde luego al talento sin prejuicios de Lisa Langseth: “Ahora soy un bosque de rebeldía”.

Posdata. Hay una película italiana llamada igual que no he visto y no sé si guarda relación con este estreno.