Opinión

Con COVID-19, regreso a 1984

Con COVID-19, regreso a 1984

Con COVID-19, regreso a 1984

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Víctor Manuel Alcaraz Romero*

Leí hace unos días en esta misma columna un artículo del Dr. Gerardo Gamba intitulado “El futuro que ya nos alcanzó”. Estoy de acuerdo con lo que él plantea, pero me llevó a hacer otras reflexiones. Efectivamente, con perspectivas que nos deben hacer reflexionar, un cierto futuro entró en nuestras vidas al surgir el COVID-19 y mostrarnos lo que para nuestra desgracia se avizora con algunas semejanzas a lo descrito por G Orwell en su obra 1984, una distopía cuyos elementos han estado antes presentes pero ahora se manifiestan con mayor claridad.

Mediante nuestros teléfonos electrónicos se hace un seguimiento completo de nuestra vida, de nuestros hábitos y de nuestros intereses con una vigilancia que no sólo la llevan a cabo los gobiernos, como se dice que se hizo en Corea del sur y en China y para no ir más lejos en nuestro propio país, al hacerse el registro de nuestros desplazamientos fuera de casa, aunque se señala que en los datos recogidos no se procura identificar a las personas. El Gran Hermano de la sociedad orwelliana está presente y no sólo es el gobierno, sino también las grandes compañías comerciales que descubren, por las adquisiciones que hacemos, nuestros hábitos, gustos y necesidades.

Para evitar el desarrollo del pensamiento, en la novela de Orwell se establece una “neoparla”, un lenguaje de carácter muy simplista con un vocabulario reducido y con la imposibilidad de llevar a cabo desarrollos conceptuales. Esto último está ahora presente. En las comunicaciones que las personas hacen continuamente por los distintos medios puestos a su disposición en sus teléfonos, proliferan, en lugar de los vocablos, las caritas sonrientes, tristes, enojadas, con corazones que representan afecto o labios que tienen el significado de besos virtuales o sea el conjunto de los “emoticones” que con un golpe de tecla se hacen aparecer en las pantallas.

El lenguaje se hace cada vez más simple y su representación por la escritura se convierte en una serie de Qs en sustitución de la palabra “que”; Xs para representar el vocablo “por”; rayos y paraguas para designar enojos, tormentas o lluvias, etc. El pensamiento pierde poco a poco sus posibilidades de abstracción para convertirse en imágenes o signos de carácter concreto.

Las interacciones verdaderas entre las personas se han visto limitadas e incluso, cuando hay oportunidad de llevarlas a cabo, puede observarse, por ejemplo, en un restaurant, que una pareja en lugar de tener una charla animada, está cada quien embebido en lo que observa en su teléfono o en su tableta electrónica.

En los nuevos sistemas educativos se malentiende “el aprender a aprender” derivado de los planteamientos de Jacques Delors de “aprender a conocer”, “aprender a ser”, “aprender a vivir” y “aprender a hacer”. Aprender a aprender significa en nuestros tiempos de ritmo vertiginoso de desarrollo de la tecnología, aprender de continuo, aprender durante toda la vida, pues a veces lo aprendido en los sistemas escolares deja de ser efectivo por el surgimiento de técnicas que hacen obsoletas las del pasado, incluso las de los tiempos más recientes.

Aprender a aprender no es una serie de supuestas estrategias dirigidas a obtener nuevos aprendizajes que no tengan un carácter memorístico. A este respecto, lo aprendido de memoria se considera inútil por considerar lo memorizado como simple repetición de conceptos que distan mucho de ser comprendidos.

La memoria en las nuevas técnicas pedagógicas resulta una especie de estorbo, dado que en internet se tiene acceso a todo lo que se quiera conocer. Sin embargo, internet no es la panacea, pues la información ahí existente está plagada de falsedades y sin el conocimiento básico y un sentido crítico bien formado, se cae en lo que ahora es también una pandemia asociada al coronavirus, la difusión de falsas informaciones.

La enseñanza a distancia tiene además una gran limitación que desgraciadamente también está presente en la enseñanza presencial: Su verbalismo. Los alumnos viven una realidad que además tiene un carácter incomprensible, la de los conceptos científicos o humanísticos que se convierten en flatus vocis, pues sólo son expresados verbalmente sin explicaciones suficientes y sin llegar a integrarse en esquemas de la realidad bien estructurados y fundamentados. Por otra parte, está ausente la necesidad de ponerlos a prueba y la de analizarlos, al no proporcionarse los instrumentos de la crítica.

La enseñanza sigue siendo verbalista y no se ha modificado en dirección a convertirse en una actividad práctica con sus tres componentes esenciales: El del análisis de los conceptos, el de su puesta en duda y el del ejercicio de las actividades que se derivan del conocimiento de las técnicas descritas, pues la práctica en los laboratorios ocupa tiempos muy cortos y la llevada a cabo en los medios reales se deja para los últimos años de la formación profesional. En el peor de los casos, se efectúa al inicio del trabajo práctico real, al egreso de las instituciones de educación superior. La enseñanza actual es sobre todo receptiva.

La enseñanza a distancia, practicada ahora por quienes no tienen experiencia en ella y vista además como un futuro que parece halagüeño, tiene el riesgo de las limitaciones al ejercicio de la crítica, no sólo la desarrollada por el aprendiz mismo, sino por sus pares, pues a un individuo solitario en su casa, no se le señalan a viva voz los errores, fuente de intercambio de opiniones, fundamental para el desarrollo de un conocimiento que siempre debe ponerse a prueba en las actividades diarias y en el desarrollo de la ciencia en los laboratorios y en el análisis de los errores lógicos presentes en la expresión de las formulaciones empíricas.

Una enseñanza mediante programas informáticos debe recurrir a simulaciones de los procesos para asegurar enfrentamientos que se parezcan a los reales. Éstos casi no están presentes en muchos de los sistemas de enseñanza a distancia.

El encierro no es nuevo, ha estado presente antes del confinamiento obligado por los riesgos de contagio del nuevo virus. Los ejercicios físicos se hacen en los locales cerrados de los gimnasios con actividades que pueden muy bien modelar los cuerpos y desarrollar la musculatura, pero no constituyen un ejercicio real que permita la adquisición de conductas motoras mediante las cuales se adquieran destrezas. Correr en una plataforma es distinto a correr trasladándose de un lugar a otro, librar obstáculos, observar un ambiente cambiante.

Vivimos encerrados en los medios de transporte colectivo e individuales, sin contacto real con los demás por las horas que en las megalópolis de nuestros tiempos se requieren para los distintos traslados. Los trabajos rutinarios constituyen otro tipo de encierro por la realización de actividades repetitivas que no exigen reflexión alguna o la posibilidad de llevar a cabo cambios, adoptar nuevas estrategias que representen posibilidades de desarrollo a quien se ve comprometido en esa clase de tareas.

La fuente de noticias al alcance de la mayoría de la población son los titulares de los periódicos y no los artículos de análisis. Lo que aparece en los medios televisivos son más bien programas orientados a la simple diversión. La vida se hace entonces restringida y repetitiva, con diversiones en las que no están presentes involucramientos reales con los sucesos del mundo o con lo vivido en nuestro propio cuerpo cuando cometemos errores que nos causan risa o cuando gozamos de espectáculos verdaderos y no los ficticios recogidos en las pantallas televisivas o en los cinematógrafos.

La falta de criterio, las limitaciones surgidas del exiguo conocimiento científico de una mayoría de la población, originan que proliferen las supersticiones. Muchas personas acuden a medios curativos mágicos embozados a veces de explicaciones seudocientíficas.

La ciencia ha sido relegada. El peligro de la educación a distancia y el trabajo en casa llevará a una sociedad de individuos solitarios. La educación no sólo es recibir nuevos conocimientos de orden teórico, práctico o normativo, sino sobre todo, es aprender a convivir con nuestros semejantes y con la naturaleza de la que formamos parte. La esperanza ofrecida por las utopías está perdida. Las distopías nos amenazan y algunos de sus escenarios empezamos ya a vivirlos.

*Miembro del Comité de Ciencias Sociales, Filosofía e Historia