Opinión

Del Café de Nadie a Estridentópolis

Del Café de Nadie a Estridentópolis

Del Café de Nadie a Estridentópolis

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

A aquella pequeña cofradía se le quemaba las manos por escribir algo tan bueno, tan insólito, tan moderno como la frase marinettiana: “un automóvil en movimiento es más bello que la Victoria de Samotracia.” A eso aspiraban los estridentistas mexicanos, y, exaltado, Manuel Maples Arce había propuesto docenas de locuras modernas y maravillosas desde aquel Manifiesto de diciembre de 1921. En lo personal, Maples declaraba su pasión por la lectura de los anuncios clasificados y los secretos poéticos que podían encerrar. Pero lo que de verdad interesaba a aquel hombre era pregonar “la belleza actualista de las máquinas”.

Eso era el estridentismo: esa pulsión literaria por las máquinas, por la dinámica, por la creciente presencia de la radiofonía, por la reivindicación de los tranvías, a los que los mortales comunes miraban como artefactos prosaicos. Si Marinetti quería arrasar con los museos, Maples Arce pretendió llevar a Chopin a la silla eléctrica y proclamar el olvido de los nocturnos y la exaltación, ¡nada menos! que de la “aristocracia de la gasolina”, porque Maples Arce aseguraba que “el humo azul de los tubos de escape huele a modernidad y a dinamismo…”. En medio vaso de gasolina, juraba el poeta, cabía la carrera enloquecida, sobre ochenta caballos -de fuerza- por toda avenida Juárez.

Quería Maples Arce y los que se integraron a ese grupo, ser más cosmopolitas que nadie, dejar de mirar los tempranos nacionalismos posrevolucionarios. Lo suyo eran las noticias que se compartían por telégrafo, las ciudades que se podían contemplar desde los rascacielos, cuando todavía faltaban siete años para que en la ciudad de México se levantara, orgulloso, el edificio de La Nacional. Soñaban con subir al piso cuarenta y ocho que un día existiría en la capital del país.

Así empezaron a buscar la ruta hacia ese ese espacio insólito que les daría refugio para sus ambiciones de futuro. Empezaron por un café de la colonia Roma.

EL CAFÉ DE NADIE Y SUS HABITANTES

Estaba en el número 100 de la bella avenida arbolada que todavía se llamaba Jalisco y que hoy todo mundo conoce como Álvaro Obregón. Se llamaba Café Europa, pero en él Maples Arce encontró algún misterioso magnetismo y lo eligió como parte de ese mundo en construcción que traía en la cabeza. Por eso lo rebautizó como Café de Nadie, y hasta se le inventó una bella historia, acuñada por otro integrante del grupo estridentista, Germán List Azurbide, según la cual, Maples Arce entró al lugar una noche lluviosa, atraído por la soledad del establecimiento.

Una vez adentro, el poeta saludó. Desde luego, no había nadie que le respondiera. Pasó hasta la cocina, donde halló una cafetera caliente. Se sirvió una taza y volvió a la mesa que había elegido. “Bebió en el tiempo su café”, soñó List. Terminó la bebida, devolvió la taza a la cocina y depositó en la caja el importe. Nadie cobró, le pagó a nadie y hasta propina dejó. Era natural, remató List, que el sitio acabara bautizado como el Café de Nadie.

Años después, Maples Arce contó la versión real, en la que, junto con otro compañero, Arqueles Vela, paseaban por la Roma, encontraron el café y se acomodaron para volverlo una de sus bases de operaciones.

Allí nacería la idea de hacer una revista estridentista, que se llamaría Irradiador; brotaron nuevos manifiestos, igual de intensos que el primero de Maples Arce. El Europa no fue el único: se veía a los estridentistas también por el café de Tacuba y por la Flor de México; por el Principal y otro llamado Las Olas Altas.

¿Quiénes más se sumaron a aquella exaltación? Estaba Luis Quintanilla, quien siempre firmó sus trabajos como Kin Taniya; Salvador Gallardo, Humberto Rivas, Miguel Aguillón, a ratos el joven Salvador Novo. Se unieron a la tertulia artistas plásticos como ramón Alva de la Canal, Leopoldo Méndez, Germán Cueto, Fermín Revueltas, y hasta Diego Rivera y Roberto Montenegro se asomaban por ahí. Era inevitable: el zumbido de las ondas estridentistas se escuchaba hasta muy lejos.

GOTAS DE ESTRIDENCIA

Son gotas, son chispas de estridentismo, las que a continuación se desgranan: imagine el lector que todo esto le llega desde la bocina de uno de aquellos grandes radios viejos, que en alguna época fueron piezas esenciales en los hogares. Giremos el dial para leer estridentismo:

Maples Arce, “En la dolencia estática" (1922)

En la dolencia estática de este jardín mecánico

El olor de las horas huele a convalecencia,

Y el pentagrama eléctrico de todos los tejados

Se mueve en el alero del último almanaque.

List Azurbide, “Esquina" (1923)

Un discurso de Wagner

Es bajo la batuta del

ALTO Y ADELANTE

La calle se ha venido toda tras de nosotros

Y la sonrisa aquella se voló de mis manos

El sol te ha desnudado

La ciencia se perfuma de malas intenciones

Y al margen de la moda

Se ha musicado el tráfico

10 000 para mañana

Con la última quiebra

Han bajado las lágrimas.

Lazaró-Lazaró

El viaje a Marte al fin se hará en camión.

KIN TANIYA “RADIO" (Poema inalámbrico en 13 mensajes, 1924)

París

1 inglés acaba de matar a su amante

en el cuarto 723

1934

100 años más seguirá el hombre

bailando jazz

México

Para calmar esa roja inquietud nacional

Hubo que inyectar de morfina todos los edificios de la ciudad

Acaso la ciudad de México les quedaba un poco chica. Por eso se fueron a otro lugar: se establecieron en Jalapa, a la que le cambiaron el nombre.

PARADA EN ESTRIDENTÓPOLIS

Las razones de la mudanza del movimiento estridentista son bastante terrenales: gobernaba Veracruz el general Heriberto Jara, quien nombró secretario de gobierno nada menos que a Maples Arce, quien llevó consigo a las figuras principales del movimiento. Así, la plenitud del estridentismo tiene fechas precisas, de 1922 a 1927, en la ciudad que rebautizaron como Estridentópolis.

Fue en Jalapa donde los estridentistas publicaron la mayor parte de sus libros y publicaron a otros autores ajenos al grupo, como Mariano Azuela. En Estridentópolis vio la luz una edición de Los de Abajo. Se dieron vuelo armando exposiciones, conciertos, hasta obra pública, como el Estadio Deportivo.

Pero como los sueños nunca duran para siempre al caer Heriberto Jara, Estridentópolis se desvaneció. Cada quién tomó su camino, y algunos estridentistas intentaron continuar esa ruta donde el movimiento y sus palabras pasaban por la nueva vida que se forjaba en eso que podemos llamar posrevolución.

Lo que son las cosas: el mismo año que Filippo Tomasso Marinetti volvía a la carga con su manifiesto de la Radia Futurista, en 1933, uno de los estridentistas mexicanos, Germán List Azurbide, escribía una serie de modernos cuentos infantiles, claramente estridentistas, destinados a transmitirse por radio en la estación XFX, surgida de una idea de José Vasconcelos y antecedente de la actual Radio Educación. Ahí nació “Troka, el Poderoso”, hecho de aviones, locomotoras y antenas de radio. Troka era amigo de los niños, y les mostraba las bondades del progreso que traían consigo miles de máquinas modernas. Dirigía la estación un joven jalisciense llamado Agustín Yáñez, y la música era de Silvestre Revueltas. Claro, narraba y actuaba List Azurbide. Así, partículas estridentistas llegaban a la educación mexicana, dejando, acaso, una gota en las almas infantiles, que un día les permitiera paladear las palabras de Maples Arce: “me ilumino en la maravillosa incandescencia de mis nervios eléctricos...”