Opinión

El camino hacia el desastre

El camino hacia el desastre

El camino hacia el desastre

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Algunos nos acercamos al presidente López Obrador atraídos por su intención declarada de combatir la pobreza. Esa idea, social, justiciera, le ganó muchas simpatías y lo proyectó como figura de izquierda.

Pero la primera decepción que experimentamos fue atestiguar que el presidente no aprovechó su espectacular triunfo electoral para hacer la anhelada reforma fiscal progresiva, que hiciera pagar más impuestos a quienes son más ricos.

¿Cómo, entonces, acabar con la pobreza si los ricos no aportan lo que deben al tesoro público? ¿De dónde –nos preguntamos—sacará el presidente dinero para ayudar a los pobres?

Luego vino la segunda decepción, la mayor, el presidente decidió lanzar grandes transferencias de dinero en efectivo a la población pagándolas con los recursos públicos –de por sí insuficientes-- del sector público. Con ese fin se aplicó una política de austeridad draconiana.

El resultado fue desastroso: decenas de miles de puestos públicos desaparecieron, los salarios se disminuyeron al mínimo, las tareas se concentraron en menos personas, etc. y con todo esto se produjo un muy grave debilitamiento y parálisis del sector público.

Esa parálisis continúa. La astringencia y las carencias que se sufren en todas las secretarías es inédita y, si nadie se queja, es por la sencilla razón de que el presidente de la república exige a todos sumisión y silencio.

Una política social moderna buscaría mejorar la calidad de los servicios que el Estado ofrece a la población. López Obrador decidió hacerlo de otra manera, a “su” manera. En vez de invertir en más altos salarios y mejor formación de maestros, en escuelas normales, en materiales, laboratorios y equipo educativo para mejorar la calidad de la educación, el presidente decidió gastar el poco dinero público que México posee en becas para alumnos y asignaciones directas de dinero.

Los maestros no son ingenuos: todos advierten que tras el gesto generoso de asignar millones de becas se oculta un interés político personal de López Obrador. El censo de beneficiarios de las becas y la asignación de recursos es, llevada a cabo, por el propio presidente y su equipo operativo cercano, buscando siempre crear una relación clientelar donde el presidente aparece ante los beneficiarios como el Gran Benefactor.

Es fácil observar que el presidente sólo tiene una obsesión: acumular poder en su persona. La lucha contra la pobreza gira en torno a él, el debate público se ordena en torno a su figura, él controla el presupuesto, controla al ejército, controla al poder judicial, controla al legislativo. Él es el único que representa fielmente al pueblo y se encargado de debilitar cualquier entidad que pueda atribuirse ese papel, como las ONGs, los partidos y los organismos autónomos.

Decir que vivimos bajo una dictadura sería exagerar. AMLO no representa un papel trágico, ni dramático, su papel es de comedia. Mientras transcurre esa comedia, sin embargo, el país sigue hundiéndose en la que es, seguramente, la más grave crisis de su historia y hoy tenemos absoluta claridad de la transformación que propone AMLO nada tiene que ver con un proyecto de desarrollo moderno basado en la justicia.