Opinión

El guion inamovible de AMLO

El guion inamovible de AMLO

El guion inamovible de AMLO

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Era la gran oportunidad de AMLO. No sólo no la tomó, sino que la agarró a patadas.

Con la crisis económica y social asociada a la pandemia del coronavirus se ha generado un consenso mundial: son necesarias reformas de fondo, que den un vuelco a la política económica seguida en las últimas décadas, el llamado neoliberalismo. Reformas que implican un mayor papel del Estado en la economía, más peso a los servicios públicos, redistribución del ingreso, fin a los privilegios y redefinición de los mercados laborales, para revertir la precariedad y los bajos salarios. Todos estos objetivos coinciden con el discurso de campaña del Presidente, y la circunstancia excepcional permitía mover las baterías hacia allá, para evitar una depresión económica de dimensiones no conocidas por esta generación de mexicanos.

Pero López Obrador tenía otros datos que, desgraciadamente, no corresponden con la realidad.

La economía mexicana, como otras en el mundo, se está hundiendo debido a la obligada inactividad parcial, decretada por la emergencia sanitaria. Para darnos cuentas del tamaño, hagamos cuentas sencillas: si la economía cae 20% por cada mes de cuarentena, el efecto es de 1.67 puntos del PIB por mes. Sumemos dos meses y un poco más, porque la recuperación será, acaso, paulatina; agreguemos el efecto normal de la caída en la inversión, pues la demanda ha bajado, y tendremos como resultado una disminución de más del 6% del PIB, siendo prudentes.

Esto implica pérdida acelerada de empleos, en casi todos los sectores, y sobre todo en las pequeñas y medianas empresas. Implica pérdida de bienestar para millones de familias.

Por esa razón, casi todas las naciones del planeta han puesto en marcha planes ambiciosos de reactivación económica, que van desde el 3% al 16% del PIB. Naciones con gobiernos de izquierda, de centro y de derecha, en las que sus gobernantes han visto que el panorama que tenían enfrente había cambiado radicalmente y tenían que dar un golpe de timón.

Pero Andrés Manuel cree que su guion es el único, y que apartarse de él significaría traicionarse. Por eso no hace cambios, como si las cosas siguieran igual. El problema es que, al mantener el mismo guion en circunstancias muy diferentes, los resultados serán notablemente peores.

Se lo han advertido de todos lados del espectro ideológico: desde la Coparmex hasta Cuauhtémoc Cárdenas. Lo han dicho grupos de economistas, empresarios grandes y pequeños, gente de su propio partido. Pero él está atado a sus fetiches: no a aumentar impuestos, no al déficit, no a aumentar el gasto público, no a contratar deuda, así sea gratis.

En su triste discurso del domingo, López Obrador, sin darse cuenta del despropósito, citó a Franklin Delano Roosevelt, el presidente del New Deal, que con masivas intervenciones públicas empezó a sacar a su país de la Gran Depresión de 1929-32. Despropósito, porque en el resto del discurso imitó a Herbert Hoover, antecesor de Roosevelt, quien dijo que aquella crisis era “una aberración temporal” y llamó a tener confianza. Creyó que bastaba con un par de grandes proyectos, como la construcción de la enorme presa que hoy lleva su nombre para que la economía se recuperara. No fue así, tenía que cambiar todo el modelo económico. No sobra decir que su partido tardaría décadas en volver al poder.

La clave, hace 90 años como ahora, es salvar el empleo y los ingresos de los trabajadores, no sólo de unos cuantos. El efecto de los microcréditos es muy limitado; la ayuda en efectivo, también. La recesión dará un nuevo golpe a las finanzas públicas, por el lado de la recaudación. Nada de eso quiso ver el Presidente.

Lo que sí vio es una convergencia de actores sociales que le pedían un plan masivo y concertado. Y vio moros con tranchete. Personajes que no están de acuerdo con él, a los que hay que combatir.

Le molesta la idea de un acuerdo o concertación, porque significa negociar (no importa que él siga siendo el que tiene la sartén por el mango). La mera idea de un pacto social, como el que sugirieron el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo de la UNAM o Porfirio Muñoz Ledo, le molesta: demasiados actores involucrados. Lo de Andrés Manuel es el monólogo. Y claro, la descalificación caricaturesca de quien lo contradice.

De ahí que, como se dice, se haya ido más para lo hondo, con su propuesta (u orden, no sabemos) de reducir salarios y eliminar aguinaldos a mandos medios y superiores, su propósito de que el gobierno se apriete el cinturón y pague menos por obras y trabajos, y su concepto, profundamente conservador, de Estado chiquito. No importa que rehusarse a incrementar el gasto sea lo que a la postre genere más desigualdad.

Para López Obrador es mejor continuar con una política de corte neoliberal, en la que cada quien se rasca con sus propias uñas, pero que el propio AMLO define por sus pistolas, que buscar consensos para un cambio profundo y progresista del modelo económico, aprovechando la coyuntura.

No hay espacio para optimismo alguno en materia económica. Los principales colaboradores de AMLO saben, en su fuero interno, que el Presidente se equivoca, que muchos trabajadores quedaron desprotegidos y que la depresión será peor debido a sus medidas. Que el Presidente está desmantelando las esperanzas que él mismo creó. Pero no hacen nada. ¿Harán algo los diputados y senadores, o el Legislativo es ya, definitivamente, la cámara de eco del Ejecutivo?

Quienes sin duda sacarán fuerzas de la flaqueza, serán los ciudadanos. Pero quién sabe si alcance.

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