Opinión

¿El último juego de su vida?

¿El último juego de su vida?

¿El último juego de su vida?

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Para beneplácito de los aficionados urgidos de deportes en vivo y de verdad, los playoffs NFL de esta temporada nos han ofrecido juegos de calidad y algunos con tintes sobremanera dramáticos, sin embargo, es muy difícil aceptar, como aficionado, que algunos jugadores que hicieron época hayan estado en su último partido como profesional. Lo anterior es un sentimiento que sólo lo comprenderán aquellos que han visto la NFL por más de 20 o 30 años, porque de una u otra manera crecieron viendo a esos tipos cada fin de semana del otoño en los emparrillados.

Esta vez todo parece indicar que dos quarterbacks se unirán a esa lista de despedidas aún sin que lo hayan hecho público u oficial, nos referimos a Drew Brees de Nueva Orleans y Philip Rivers de Indianapolis (aunque su imagen siempre será con el uniforme de los Cargadores).

Ambos, uno antes y otro después de la barrera de os 40 años, parece que han dejado todo lo que tenían en el campo. Ciertamente se agradece, pero en ocasiones fue notorio que ese transitar por las canchas por casi 20 años los ha hecho más mortales que semidioses del futbol americano.

Porque para ser sinceros, y para quienes nos encanta este deporte, estos jugadores, y más aún los quarterbacks, los vemos como seres tocados por la gracia de ese dios deportivo que da su don sólo a unos cuantos.

Cada uno ha buscado extender lo más posible su carrera, eso es innegable, y de cierta manera lo han hecho de manera digna, pero llegan momentos en que la verdad sale relucir y los captura como si fuera una carga de la defensiva, un blitz que no es posible evitar.

Comencemos por Brees, desde la temporada anterior las lesiones lo alejaron varios encuentros, cinco en 2019, cuatro en 2020, algo extraño en un mariscal de su durabilidad. Aún así, retornó y llevó a su equipo a los playoffs, pero a la hora en que quizá se requiere de esa chispa del hombre más importante y clave de un equipo, ya no tuvo esa magia para revertir marcadores o momentos de un encuentro. Es verdad, Drew es un inamovible de la ofensiva y si está sano debe estar detrás del centro por lo que representa para sus compañeros, pero ¿de verdad les daba a los Santos la mejor posibilidad de ganar al final de esta temporada?

Desde la semana 15 en que reapareció en un encuentro clave ante Kansas City tras cuatro juegos fuera por lesión, se le vio fuera de ritmo y la pregunta es si de verdad lo logró encontrar. Desde ese momento muchos se preguntaban si era la hora de pasar la estafeta del relevo a Tysom Hill, ese rudo y dinámico mariscal que le imprime esa chispa de vitalidad a la ofensiva.

A cuatro semanas de distancia de ese momento podemos darnos cuenta de que quizá Hills habría hecho un poco más que Brees en el juego ante Tampa Bay el domingo.

Y no es que Brees sea malo, es que parece un jugador que ya no ofrece más allá de lo mismo que le hemos visto por años, es decir, un jugador riesgosamente unidimensional para las defensivas rivales. A sus 42 años y aún a un gran nivel de juego, parece que ya no puede sorprender como lo hacía antes. Digamos que se transformó en un jugador de movimientos y conductas estandarizadas, automáticas pues, que para esta Liga es un suicidio ante las defensivas cada vez más veloces.

Es verdad que aún le resta un año en su contrato con los Santos, pero varias voces ya indican que bien pudo haber jugado su último encuentro. La manera en que se despidió de la poca afición que asistió al Superdome el domingo al abandonar el terreno de juego dejó mucho para suponer en esa decisión.

No obstante, si existe alguna duda, bastó mirar las fotos de un Brees ya vestido de civil en el campo del Superdome tras acabar el juego horas después, acompañado de sus hijos y charlando amistosamente con el mismo Tom Brady sobre las acciones del juego que acababan de sostener, entre risas y cierta nostalgia. Digamos que eso fue un gesto de retirada en paz por parte de Brees.

En cuanto a Rivers, digamos que desde que los Cargadores se mudaron de San Diego a Los Angeles fue como una lenta agonía para uno de los mariscales que, sin llegar a ser un fenómeno por su estilo de juego y menos por su mecánica de lanzamiento, fue uno de los jugadores de mayor coraje en la posición.

Como a muchos, a Rivers las circunstancias también le negaron una y otra vez llegar a un Super Bowl, lo que no demerita su desempeño.

Su salida de los Cargadores para firmar sólo por un año con los Potros, no fue otra cosa que probarse a sí mismo que aún tenía batería para jugar y buscar, aunque fuese por una última vez, alcanzar el juego por el título: no le alcanzó, quedó en un buen intento y nada más.

Semanas atrás el mismo Rivers llegó a aceptar que pasó por su cabeza la idea de que quizá fuese su última temporada, y tal vez tenga razón; sin embargo, tanto Brees como Rivers, seguramente están en un buen momento para marcharse como mariscales ganadores, lejos de algunos que por muy grandes se despidieron de manera lastimosa como Dan Fouts en San Diego, que apenas y se movía en la bolsa de protección; como Dan Marino con Miami con ambas rodillas muy deterioradas y que como final tuvo de escenario una paliza de 62-7 a manos de Jacksonville en playoff y en donde Marino sólo lanzó para 95 yardas; como Joe Namath, icóno de los Jets de Nueva York y de la misma NFL, que literal arrastraba las piernas para intentar correr y acabó en la banca de los Carneros.

La temporada baja será larga y de reflexión para Brees y Rivers, en donde de ellos y sólo de ellos depende irse por la puerta grande con una imagen ganadora como lo hicieron en su momento Roger Staubach, Joe Montana, John Elway, con la huella de mariscales que siempre jugaron a ganar pero que llegó un momento en que debían decir adiós.