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Estados Unidos empieza a respirar

En contra de lo que sostuvo el abogado de Chauvin, el fornido agente blanco sí cometió un asesinato “más allá de toda duda razonable”

Estados Unidos empieza a respirar

Estados Unidos empieza a respirar

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El pueblo estadounidense contuvo este martes el aliento como si hubiese caído sobre su cuello una gigantesca e invisible rodilla. Y de repente, poco antes de las 4:15 de la tarde, esa sensación de opresión angustiosa desapareció. Fue el momento en que el juez leyó el fallo unánime de los doce miembros del jurado que declaró culpable al expolicía Dereck Chauvin de los tres cargos por homicidio contra el afroamericano George Floyd.

En contra de lo que sostuvo el abogado de Chauvin, el fornido agente blanco sí cometió un asesinato “más allá de toda duda razonable” aquel inolvidable 25 de mayo de 2020, cuando durante más de 9 minutos su víctima agonizó bajo su rodilla, mientras el policía miraba desafiante a la cámara de un celular y hacía oídos sordos a las súplicas de Floyd, que gritaba: “¡No puedo respirar!”.

El juradio dio la razón al fiscal, quien en su alegato final el lunes les dijo: “Crean lo que vieron sus ojos. Esto fue un asesinato”.

Sin embargo, esa misma frase arroja la cuestión que revela toda la tragedia racial de la que no logra escapar Estados Unidos: ¿Qué habría pasado si los doce miembros del jurado, al igual que el resto de estadounidenses, no hubiesen visto con sus ojos la brutalidad policial que ocurre a diario con los ciudadanos de raza negra, porque nadie pasó por allí para grabarlo?

Y es aquí donde el fiscal que acusó a Chauvin no acertó en su alegato final, porque no es cierto, como dijo, que la Policía como institución es inocente y el único culpable es el miembro “que traicionó su placa”.

Si hay una minoría que lleva toda la vida siendo traicionada en EU es la negra, y síntoma de esta traición fue, precisamente, la estrategia del abogado del exagente, cuando buscó la absolución de su cliente, alegando que Floyd era un drogadicto, con pasado de violencia familiar y callejera y que ese nefasto día quiso comprar con un billete falso. Pues claro que Floyd era un adicto -como confesó su novia-, tenía trabajos mal pagados y se metían en problemas en el barrio. Pero esto ocurrió no porque era de naturaleza criminal, sino porque era negro y nació condenado a vivir en un barrio marginal, en una familia con sueldos bajos que no pudo darle una educación, lo que le impidió un trabajo decente.

Floyd fue arrestado porque su color de piel lo convierte automáticamente en sospechoso, y murió porque la Policía y muchos tribunales de primera instancia son dos de las instituciones de EU donde el supremacismo blanco es dominante y donde la impunidad es la regla. Por eso, en otro de tantos casos, el policía Timothy Loehman creyó que hacía su labor cuando en 2014 mató a balazos al niño Tamir Rice en un parque de Cleveland, tras ser alertado de que tenía una pistola, que en realidad era de juguete. Por eso, un gran jurado decidió que Loehman no debía ir a juicio ni ser despedido, ya que consideró correcto eliminar “una amenaza”, aunque tuviera solo 12 años y estaba jugando... pero era negro.

Por eso, el fallo que condena al expolicía Chauvin es histórico, porque sienta un precedente judicial y debería animar al presidente Joe Biden y a la vicepresidenta Kamala Harris (fiscal, mujer y negra) a impulsar leyes que castiguen el “gatillo fácil” de los policías y las permitidas llaves marciales letales como la rodilla sobre el cuello.

Después de un año asfixiados por la pandemia y por el traumático asesinato de George Floyd, Estados Unidos, ya sin la sombra del supremacista Donald Trump y con la Justicia haciendo honor a su nombre, empieza a respirar de nuevo.

fransink@outlook.com