Opinión

Etiquetado frontal. ¡Ya era hora!

Etiquetado frontal. ¡Ya era hora!

Etiquetado frontal. ¡Ya era hora!

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El diccionario de la Real Academia de la Lengua le da dos explicaciones vinculantes al término epidemia. La primera es: “Enfermedad que se propaga durante algún tiempo por un país, acometiendo simultáneamente a gran número de personas”. La segunda dice: “Mal o daño que se expande de forma intensa e indiscriminada”. La definición de pandemia se usa más para la COVID-19, acaso porque no constriñe la región geográfica: “Enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región”. Del tautológico diccionario de marras es posible tomar en préstamo algunas palabras de la segunda definición de epidemia para explicar la diabetes que padecen millones de mexicanos debido a la pésima alimentación que tenemos basada en bebidas y alimentos ultraprocesados, aunque hay otros factores como el genético. Diabetes: enfermedad sistémica que se expande de forma indiscriminada por el país”.

Por eso, bienvenido sea el etiquetado frontal bloqueado durante mucho tiempo por cabilderos de algunas industrias que utilizan altas concentraciones de azúcar, jarabes de alta fructuosa, grasas trans, sodio y otros aditivos (y adictivos) químicos en la elaboración de sus alimentos para que un pastelillo dure meses en un mostrador sin echarse a perder, aunque nutricionalmente aporte muy poco. La resistencia a la modificación de la norma que permitirá que a partir de octubre, por fin, empecemos a ver en los productos procesados octágonos claros y precisos que le ayudarán a los consumidores a pensarlo dos veces antes de poner en el carro del súper o la canasta del mandado un refresco de 600 mililitros que contiene el equivalente a 12 cucharadas soperas de azúcar, desató nuevamente a la jauría que sacó los dientes y se puso a gruñir.

La diabetes, aunque hay otras enfermedades crónicas como la hipertensión, puso frente al espejo otro aspecto más de nuestra salud pública, abandonada desde hace cuarenta años a la suerte de los monopolios de la industria alimentaria. En esa luna se reflejan gordos, muchos gordos y algunos de poca edad que crecieron comiendo porquerías empaquetadas o en botellas de pet. Este problema de salud pública ha llevado a la UNICEF y otros organismos internacionales como la FAO a emitir comunicados de alerta para regular la publicidad de comida chatarra dirigida a la población infantil: ositos panaderos, osos polares, tigres, elefantes, tucanes, todos amables y hasta simpáticos, invitando a los niños a consumir venenos que ahora estarán evidenciados en el número de octágonos del empaque o envase. Los niños que crecen viendo este tipo de anuncios, forman hábitos que después son más difíciles de erradicar; hábitos gracias a los cuales somos de los países con más gordos y diabéticos del planeta, condiciones que favorecen las complicaciones del SARS-CoV-2 que pueden originar la muerte. La conjunción de estas circunstancias que médicos y antropólogos denominan sindemia, ha llevado también a otros países como el Reino Unido a ser más rigurosos en materia de salud alimentaria. Oaxaca ya puso el ejemplo y la CDMX no debe quedarse atrás.

De acuerdo con el doctor Simón Barquera y otros especialistas en salud pública, a partir de los ochenta la dieta del mexicano varió y el incremento de las bebidas procesadas con alto contenido calórico, creció. Hay estudios como los del grupo del doctor Tonatiuh Barrientos, del Instituto Nacional de Salud Pública de México, que detallan que “más de 40,000 muertes al año se asocian al consumo de estos productos, lo que representa el 7% de las muertes que tenemos en el país cada año y el 19% de las muertes por diabetes y enfermedades del corazón. [Es] urgente desarrollar más y mejores políticas públicas para reducir su consumo.”

La dieta tradicional del mexicano, incluidas muchas dietas regionales, además de gozar de una gran tradición, es más saludable que la alimentación basada básica o mayoritariamente en alimentos procesados. Los cereales de caja son otro veneno. Simón Barquera estima que en 1980 había menos de 20 mil defunciones por diabetes al año, en 2000 la cifra aumentó a 50 mil y en la actualidad el número se duplicó a cien mil fallecimientos debido a la diabetes.

Aún así, los señores de la industria de alimentos y bebidas chatarra desvían el debate o introducen aspectos parcialmente ciertos: la obesidad se debe a la falta de ejercicio, es necesaria una educación integral para que los habitantes sepan qué se llevan a la boca y entonces, sólo entonces, será útil un etiquetado menos críptico como el que ahora opera. Se tratan de trampas de retraso en las que fuimos campeones por años, como aquella que amenaza con la pérdida de miles de empleos que se topa con estudios de integrantes del Grupo Intersecretarial de Salud, Alimentación, Medio Ambiente y Competitividad, que aseguran que con la puesta en marcha de este programa el sistema de salud tendrá un ahorro de casi 40 mil millones de pesos en el curso de un lustro.

En el propio Gisamac se desarrollan muchas políticas de salud y medio ambientales con representantes públicos y privados. Pero por un lado tiene que empezar a moverse la carreta y no será por el de los gánsteres que instrumentaron programas de espionaje contra personajes clave en el avance de estas nuevas políticas, “filántropos” de investigadores “independientes” y aliados de exfuncionarios que desestimaron la utilidad de los impuestos a las refresqueras y después fueron premiados con secretarías de estado, como el caso de la señora Mercedes Juan López, quien de acuerdo al trabajo de Kennia Velazquez de POPLab, recuperable en el portal de Julio Astillero: “cuando fue presidenta de Funsalud (2009-2012) cuestionó la eficacia del impuesto especial a las bebidas azucaradas. [Para que] meses después, el gobierno de Enrique Peña Nieto la nombrara Secretaria de Salud, cargo que ocupó hasta febrero de 2016 y desde el que encabezó la Estrategia para la prevención y el control del sobrepeso, la obesidad y la diabetes en 2013. [Aunque] antes había sido consejera de la refresquera. Otros políticos que han pasado del gobierno a la embotelladora son Genaro Borrego Estrada que en 2007 comenzó a trabajar para la embotelladora de Coca-Cola más grande del mundo: Femsa, donde fue director de asuntos corporativos hasta 2019. Fue sucedido por Roberto Campa Cifrián, que sigue en la refresquera. Además de estos aliados en la función pública, también cuenta con el apoyo de cámaras empresariales, organizaciones médicas y de la sociedad civil que se benefician con sus donativos.”

No tenemos que ir más lejos, la refresquera tenía entre sus representantes a un presidente que ahora se dedica a cantar las mañanitas a cambio de cinco mil pesos. Por lo pronto, si es que el México neoporfirista no se impone de nuevo, el etiquetado frontal va para gordos y flacos.

dgfuentes@gmail.com