Opinión

Francisco Rojo Lluch, exiliado en México (PARTE 2)

El presente texto forma parte del catálogo de la exposición Vicente Rojo: 80 años después: Cuaderno de viaje de Francisco Rojo Lluch en el vapor Ipanema: Burdeos-Veracruz, junio-julio de 1939, editado por El Colegio Nacional, 2020.

Francisco Rojo Lluch, exiliado en México (PARTE 2)

Francisco Rojo Lluch, exiliado en México (PARTE 2)

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Un texto de Javier Garciadiego, miembro de El Colegio Nacional

¿Cómo se identificaría Francisco Rojo Lluch?: ¿como valenciano o como catalán? Sobre todo, ¿cuál sería su ideología política? Según declaró a los funcionarios de la legación mexicana, hasta antes de julio de 1936 no había desarrollado ni actividades sindicales ni militancia política alguna; sin embargo, como a tantos otros españoles, las posibilidades abiertas por el gobierno de la Segunda República y la insurrección de los militares reaccionarios lo obligaron a definirse, a asumir una postura clara. Para comenzar, en términos institucionales, la vieja compañía Catalana de Gas y Electricidad fue convertida por los propios trabajadores en la Cooperativa de Fluido Eléctrico. En términos personales, tan pronto se dio el estallido militar se afilió a la Unión General de Trabajadores (ugt, de orientación marxista) y, en diciembre de ese 1936, al Partido Socialista Unificado (psu). Ambas eran organizaciones políticas de origen catalán. La ugt se había fundado en 1888 en Barcelona y había nacido asociada al Partido Socialista Obrero Español (psoe). El nombre completo del psu era Partido Socialista Unificado de Cataluña; había sido fundado en 1936 y se le identificaba como la rama regional del Partido Comunista Español (pce); sobrevivió hasta 1987. La militancia de Francisco Rojo estaba acorde con la de la mayoría. Tal parece que “un alto porcentaje” de los varones adultos que llegaron había militado en “los partidos obreros, regionalistas y republicanos”. Más aún, la mayoría “también había estado afiliada en algún sindicato, incluyendo al anarcosindicalista Confederación Nacional de Trabajadores”.[1]

Durante los siguientes tres años, Francisco Rojo Lluch desempeñó “varios cargos sindicales” y también fue miembro del Consejo de Empresa en la administración obrera de la Cooperativa de Fluido Eléctrico. Por lo mismo, temiendo “represalias” con el inminente triunfo de Franco, Francisco Rojo se desplazó a Francia en enero de 1939. Dos meses después, se presentó ante las autoridades mexicanas como parte de la España “leal”. Solicitó el traslado a México, aclarando que lo haría solo, a pesar de tener esposa y cuatro hijos. El hecho de que viajara sin su familia no debe haber sorprendido a los empleados de la legación, pues “una tercera parte de quienes llegaron en 1939 viajaron solos”, a pesar de que eran “de edad madura”.[2] Más debió haber llamado la atención de las autoridades mexicanas que no haya alegado, como causa de sutemor a las represalias”, ser hermano del general Vicente Rojo Lluch, el principal militar del bando republicano.[3]

¿Qué motivó a Francisco Rojo a viajar solo a México? ¿Creería que se trataba de una situación pasajera? ¿Prefirió conocer primero las condiciones de México, para luego traer a su familia? ¿Alguna dificultad familiar obligó a que sólo él cruzara el Atlántico? Como fuera, Francisco Rojo fue uno de los 994 pasajeros que se embarcaron en el puerto de Pauillac, de la prefectura de Burdeos, al suroeste de Francia, el 12 de junio de 1939. Un breve análisis permite señalar que viajaron 532 varones, 283 mujeres y 179 menores de edad, a quienes no se distinguía por género. Otra forma de agruparlos es ésta: 203 núcleos familiares y 316 personas solas, en su gran mayoría varones. Además, puede decirse que 158 procedían de Barcelona, cifra un poco superior a la de aquellos que venían de Madrid. Al respecto, debe recordarse que, a diferencia de la migración económica sucedida durante el Porfiriato, cuando los inmigrantes procedían de las zonas más depauperadas de España, ahora las regiones eran representadas en función de razones políticas y militares, por lo que la mayoría de los pasajeros procedía de la zona catalano-aragonesa, seguida de la levantina, la vasca y la castellana.[4] En el Ipanema, viajaban ocho electricistas; uno de ellos era Francisco Rojo Lluch, quien seguramente se registró como procedente de Barcelona.[5]

Su llegada al puerto de Veracruz (luego de haber hecho escalas en Martinica y Saint Thomas) fue el 7 de julio. Al desembarcar se le asignó la visa número 2260, y se le registró como un hombre “fuerte”, de 1.70 metros de altura y de 48 años (los había cumplido una semana antes de embarcarse). Se le recibió como “electricista” y casado, aunque viajara sin su familia. Reconoció no profesar religión alguna y —un dato curioso por tratarse de alguien que llevaba en Barcelona más de veinticinco años— no consignó, a pregunta expresa, hablar ni catalán ni francés. Se le dio, obviamente, la categoría de “asilado político”.[6]

De acuerdo con la sociología de los exilios, el republicano español en México comparte características con otros semejantes. En muchísimos casos se quebrantan —de manera temporal o definitiva— los núcleos familiares inmediatos, y en todos los casos se rompen los círculos de las familias ampliadas. En cuanto a Francisco Rojo, tuvo que dejar a su familia inmediata en España, como lo hizo una tercera parte de quienes llegaron en 1939, como señalé antes. Primero fue la familia completa a Francia, pero, una vez que el padre se embarcó rumbo a México, la esposa regresó a Barcelona con los hijos, pues cuidaba de sus padres, ya que su madre padecía el mal de Parkinson: imposible dejarlos desamparados.

Evidentemente, el círculo de amigos en Barcelona sería el de las familias republicanas y antifranquistas que por alguna razón habían tenido que permanecer en España. Se sentían acosadas, y la mayoría tenía miembros “perseguidos” o fuera del país. La solidaridad entre ellas era conmovedora. Para mantener a la familia, la madre tejía y vendía suéteres “incansablemente”. Barcelona, víctima de crueles bombardeos, había quedado hecha “un desastre”. Fueron años muy duros, de escaso abastecimiento alimenticio. Además, padecían el estigma de ser “una familia de rojos”.[7]

Dado que no había relaciones diplomáticas entre México y la España franquista, la comunicación con el padre fue peor que irregular. Sin duda lo que más admira Vicente Rojo de su madre fue su “maravillosa habilidad para tenerlo presente”. Pasaron unos años, el padre se fue adaptando a México y, al término de la Segunda Guerra Mundial, una vez restablecida la paz oceánica, pero también al constatar que el régimen de Franco había logrado arreglarse con los gobiernos “aliados” —por lo que era previsible que permaneciera un tiempo largo en el poder—, Francisco Rojo inició los trámites, que se prolongaron dos años, para que la familia se trasladara a México. Primero viajaron dos de los hijos, en 1947, y luego lo hicieron Vicente y su madre dos años después, ya que la hermana mayor, recién casada, se quedaría en Barcelona y cuidaría del abuelo, pues la abuela enferma ya había fallecido. Así, la familia llegó en lo que se conoce como la “segunda ola” de traslados. En efecto, luego de terminada la Segunda Guerra Mundial, entre 1946 y 1948, llegaron a México 5 647 exiliados, poco más de la quinta parte del total; 1947 fue el tercer año en afluencia, después de 1939 y 1942.[8]

Lo dicho, los exilios siempre destruyen algunos círculos familiares, pero también abren nuevas perspectivas y posibilidades de vida. Al llegar a México en 1949, después de haber pasado diez años grises en Barcelona, el joven Vicente Rojo, de diecisiete años,[9] reencontró a su padre, perdió el miedo y descubrió la luz.[10]

[1] Lida, op. cit., p. 97.

[2] Ibid., pp. 75-76.

[3] ¿Deberá Vicente su nombre a este tío o ambos se lo debieron a un familiar anterior?

[4] Aunque me parece un poco exagerada la cifra, un experto en el tema asegura que fueron “entre seis y ocho mil los hijos de Cataluña que se instalaron en México”. Cf. Albert Manent, “Cultura catalana del exilio en México”, en Manent, Soler y Murià, op. cit., p. 16.

[5] En el Ateneo Español también me facilitaron un par de documentos interesantísimos sobre la travesía del Ipanema. En la lista de los pasajeros aparece el nombre de Francisco Rojo Lluch en la foja 112.

[6] Boleta de ingreso a México, citada en la nota 14. Si bien como tal fue registrado al entrar a México, en el inventario de los pasajeros del Ipanema se le registró como “técnico electricista”.

[7] Testimonio de Vicente Rojo en la entrevista que le hizo Silvia Cherem, Trazos y revelaciones. Entrevistas a diez artistas mexicanos, fce, México, 2003, pp. 272-303.

[8] Lida, op. cit., pp. 58 y 84.

[9] Martí Soler, “Catalanes en el exilio. De las generaciones”, en Manent, Soler y Murià, op. cit., pp. 38-51. Según Soler, hubo dos generaciones de catalanes venidos a México: los nacidos antes de 1921, y los nacidos después y hasta “los años de la guerra”; llega al extremo de incluir a quienes nacieron “en Montauban y Casablanca, o en algún campo de concentración”. Los segundos vinieron “siguiendo la voluntad de sus padres”. Asegura que éstos se encontraban “inmersos en una multitud de ambientes encontrados”; o sea, en instituciones mexicanas y del exilio. Según Soler, los miembros de esta “segunda generación” —entre los que menciona a Vicente Rojo— fueron un “puente casi continuo” con el mundo de México y su idiosincrasia.

[10] Cf. Vicente Rojo, Puntos suspensivos. Escenas de un autorretrato, El Colegio Nacional - Ediciones Era, México, 2010, p. 14.