Opinión

López-Gatell y las minorías

López-Gatell y las minorías

López-Gatell y las minorías

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Seguramente, aún aturdido por la vapuleada que le pusieron las senadoras panistas, en especial, Lilly Téllez, en su comparecencia del 12 de octubre, ante la Comisión de Salud, el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, no midió las repercusiones que, en materia política, podrían tener las declaraciones que hizo poco después de ese descalabro: llamó a la unidad nacional frente a la pandemia por Covid-19, y pidió a grupos “minoritarios” no usar el dolor humano de personas que perdieron a un familiar por esta enfermedad como bandera política: “La convicción del gobierno es el aporte masivo de los datos mismos, así como involucrar a la sociedad, llamamos a la unidad del país, es lo que debemos tener, invitamos a los grupos minoritarios que se mantienen al margen, que en lugar de eso, reflejen empatía y no contaminen la solución, a no usar el dolor humano de las muertes de personas como bandera y convertirlo en posicionamientos políticos, nos parece poco favorable al bien común”, dijo. (El Universal, 14/10/2020. El subrayado es mío).

El desdén por las minorías es un asunto sumamente grave, más aún viniendo de un alto funcionario en quien el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha depositado su confianza para combatir la pandemia del Covid-19 y a quien incluso le ha dado nuevas atribuciones.

Grave porque, al contrario de lo que comúnmente se cree, la democracia no es el gobierno de la mayoría. Gobiernos que se han regido bajo el principio de mayoría ha habido muchos y no por ello han sido democráticos. Recordemos, simplemente, que Adolfo Hitler llegó al poder con el apoyo de una apabullante mayoría y no por ello su sistema de gobierno fue democrático; el Senado Romano era un órgano aristocrático y procedía según la regla de la mayoría. Igual sucedió con el Consejo Mayor de la República de Venecia. Es más, el Gran Consejo del Fascismo emitió un voto por mayoría para retirarle la confianza a Benito Mussolini. Luego entonces, queda claro que el instituto que caracteriza a la democracia y que la distingue de las otras formas de gobierno no es el principio de mayoría.

Entonces ¿qué es lo que distingue a la democracia? Respuesta: el respeto de las minorías.

Allí radica la diferencia en comparación con los otros sistemas políticos: ¿Qué hacía Hitler con las minorías? Las mandaba a los campos de concentración, a las cámaras de gases, a los hornos crematorios ¿Mussolini? Los mataba, los encarcelaba, los mandaba al confine a que muriera por los trabajos forzados y por hambre ¿Stalin? De ellas se encargaba la policía política; llegaba a tanto su obsesión por desaparecer a quien pensaba distinto que, por ejemplo, mandó asesinar a León Trotsky a México de un pioletazo propinado por Ramón Mercader. Trotsky murió el 21 de agosto de 1940.

En la teoría de las formas de gobierno se distingue las formas buenas de las formas malas con base en dos criterios: si respetan la ley o si no la respetan; si gobiernan para todos o tan solo para una porción de la Polis. Pues bien, la democracia es una constitución buena porque en ella el poder se subordina a la ley y porque gobierna para todos (mayorías y minorías incluidas); en contaste la demagogia es el régimen opuesto porque allí el poder está por encima de la ley y una porción (la mayoría) impone arbitrariamente su voluntad a las minorías.

Hans Kelsen dejó en claro el asunto en su libro Teoría general del derecho y del Estado: “El principio mayoritario no se identifica en modo alguno con el dominio absoluto de la mayoría, o dictadura de la mayoría sobre la minoría. Por definición, la mayoría presupone la existencia de una minoría, y el derecho de aquélla implica el derecho de existencia de la minoría.” (México, UNAM, 1958, p. 341) Poco más adelante se lee: “La discusión libre entre mayoría y minoría es esencial a la democracia, porque constituye la forma idónea para crear una atmósfera favorable a un compromiso entre mayoría y minoría; pues el compromiso forma parte de la naturaleza misma de la democracia.” (Ibidem., p. 342).

Y eso lo sabemos bien en México: costó mucho esfuerzo echar abajo la dominación hegemónica del PRI. Nuestro país estaba catalogado como un sistema de partido dominante, pero en realidad era una autocracia que se imponía con base en el mayoriteo del partido oficial; las minorías jugaban un papel marginal. El disenso y la crítica estaban, prácticamente, proscritos.

El largo proceso de transición a la democracia fue un camino largo y tortuoso en favor del reconocimiento de la pluralidad, la disidencia y la crítica. Hasta que se logró la igualdad en la competencia electoral. Para decirlo en palabras claras y sencillas: pasamos de la verticalidad autoritaria a la horizontalidad democrática.

No obstante, hoy vemos, con preocupación, que se ha puesto en marcha una regresión autocrática donde se ridiculiza a la crítica y se desprecia a las minorías. Es lo que ha sucedido en países dominados por el populismo.

@jfsantillan

jfsantillan@tec.mx