Opinión

Opacidad valiente

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Al presidente López Obrador le importó más que las redes sociales hayan suspendido las cuentas de Donald Trump que el hecho de que el presidente de Estados Unidos haya instigado a una muchedumbre armada a tomar el Capitolio para impedir la certificación de quien lo derrotó en las elecciones.

Es un asunto que puede abordarse desde muchísimos ángulos, y que debiera sorprender, pero a estas alturas ya no lo hace. Y es que AMLO es congruente sólo consigo mismo.

A diferencia de casi todos los demás jefes de gobierno, López Obrador no condenó el ataque al Capitolio, que fue de hecho un intento de autogolpe de Estado. Lo hizo escudándose en el principio de no intervención, la llamada Doctrina Estrada. Lo curioso es que el día anterior, había ofrecido asilo político a Julian Assange, el fundador de Wikileaks, buscado por la justicia de Estados Unidos. Y, meses atrás, dio asilo a Evo Morales luego del golpe de Estado en Bolivia, al que sí condenó.

Bajo esa visión particular. la Doctrina Estrada es derecho a la autodeterminación de los pueblos en unos casos y, en otros, es simplemente no meterse cuando un grupo minoritario quiere torcer la voluntad democrática.

El ofrecimiento de asilo a Assange está ligado a una defensa, de dientes para afuera, del libre flujo de la información. En ese caso, de que la población del mundo conozca información confidencial y de seguridad nacional del gobierno de Estados Unidos. Ese mismo día, el Presidente inició un ataque contra el INAI, que es la institución autónoma que permite que haya cierto grado de transparencia respecto a las acciones de gobierno. Dos días después, anunció que enviará una iniciativa de ley para desaparecerlo e incorporar sus funciones a una rama del Ejecutivo Federal.

Farol de la calle y oscuridad de su casa. Gracias al INAI, los medios tuvieron acceso a la información de la cual salieron investigaciones como la de Estafa Maestra, la Casa Blanca o las corruptelas de Javier Duarte. Garantizar el acceso a la información es vital en cualquier democracia: en el caso de los recursos de revisión interpuestos por el INAI, sirve para que los ciudadanos sepan qué está haciendo el gobierno con el dinero público.

Al mismo tiempo que el presidente López Obrador acusa al INAI de ser muy caro y no servir al pueblo, su gobierno ha reservado la información de un montón de contratos, hasta los de compra de las vacunas contra el COVID.

Bajo esa visión, el INAI podía ser útil antes, cuando de lo que se trataba era de hacer luz ante las trampas de gobiernos neoliberales corruptos, pero ahora ya no lo es, porque -por definición- ya se fueron los corruptos y no se requiere esa transparencia. Al pueblo antes le importaba saber, ahora tiene confianza. Opacidad valiente.

Con la misma lógica, Assange es un adalid de las libertades (se enfrenta a neoliberales poderosos), mientras que quienes defienden el INAI son cómplices de los conservadores (quieren esculcar en los negocios transformadores de quienes barren de arriba hacia abajo).

Tanto el tema de Assange como el de la ausencia de cualquier tipo de condena al asalto al Capitolio, dan la idea de que, a diferencia de lo que sucedía con el ultraderechista Trump, López Obrador piensa retomar cierta retórica antimperialista ante el liberal Biden.

Quién sabe si pueda efectivamente retomarla, dada la importancia estratégica y el carácter desnivelado de la relación bilateral, pero es evidente que hay más afinidades del morenista con el republicano que con el demócrata.

En primer lugar, a AMLO y a Trump los acomuna su nacionalismo. Eso se tradujo en que, mientras López Obrador fuera obsecuente con las necesidades de política interna de Trump (sobre todo, el tema migratorio), el presidente de EU no se metería en los asuntos internos de México. Ese arreglo permitió que ambos presidentes buscaran afianzar su poder sin restricciones externas. Con los demócratas es otra cosa: andarán moliendo sobre temas medioambientales, laborales y lo que es peor, del arreglo democrático. La pregunta es si será con mano suave o mano dura.

En ese sentido, no es de extrañarse que algunos autonombrados obradoristas hayan reaccionados a los hechos de Washington como si fueran analistas de Fox News. Pasaron de autodenominarse izquierdistas a convertirse en apologistas de la ultraderecha más abierta. Todo sea por servir al caudillo nacional. Se murió la ideología y que viva la bisutería.

Para terminar, detrás de la condena al silenciamiento en redes de Trump, surgió de labios de López Obrador la siguiente frase: “no se vaya a estar creando un gobierno mundial, con el poder de control sobre las redes sociales, un poder mediático mundial… para el manejo de la opinión pública. Es gravísimo”.

Esto es quizá lo más preocupante. La idea paranoica de que hay una suerte de complot para imponer un pensamiento único, ahora desde los nuevos medios. Con ese cuento del “crooked media”, avanzado por Trump desde su campaña de 2016, se desarrollaron en Estados Unidos los grupos extremistas que culminaron con el intento de toma del Capitolio.

El cuento del “poder mediático mundial” sirvió para generar la era de la posverdad y para diluir, bajo el concepto errado de que todos son capaces por igual de generar información, la línea que existe entre los hechos y la invención. En el camino, en varios países ha postrado a los partidos a la orden del caudillismo individual y ha terminado por generar condiciones en las que la propaganda llena de mentiras suple a la información plural. Gana la opacidad. Todo lo contrario, pues, a la libertad de expresión y de información.

Ojalá que en el caso mexicano simplemente se trata de sudar calenturas ajenas.

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