Opinión

Porfirio Muñoz Ledo

Porfirio Muñoz Ledo

Porfirio Muñoz Ledo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hace un año, cuando en una conversación con el politólogo mexicano José Adolfo Ibinarriaga le compartí mi preocupación por lo que me parecía la total disminución y desarticulación de una propuesta opositora que hiciera contrapeso al gobierno en turno –un signo de salud y de necesidad para todo sistema democrático– me comentó contundente: “La oposición, como la hemos conocido hasta ahora, está totalmente desdibujada y sin rumbo. La única oposición que podría surgir en estos meses, como contrapeso efectivo al poder presidencial, tendría que ser al interior de su partido”.

Me parece que tenía razón, y que justamente en esa necesidad de buscar nuevos contrapesos radica la importancia de que Porfirio Muñoz Ledo pudiera alcanzar la dirigencia de Morena.

El cancerbero mayor de nuestra democracia, el último quizá –junto con Cuauhtémoc Cárdenas– de los políticos mexicanos de Estado en el sentido histórico y republicano de la expresión, a sus 87 años podría representar la oportunidad –casi imposible– de construir dentro de Morena un partido político moderno, y traducir en clave democrática e institucional el impulso de un movimiento social exaltado y triunfalista, que hasta ahora se ha movido a la sombra del liderazgo concentrado en una sola persona, con todos los riesgos que ello representa.

Su trayectoria pública pasa por todas las estaciones imaginables: de líder estudiantil en la Facultad de Derecho de la UNAM, campeón de oratoria y joven director de la revista Medio Siglo –uno de los momentos más emblemáticos en la historia intelectual mexicana del siglo XX–, a brillante discípulo del politólogo Maurice Duverger en Francia.

De joven agregado cultural de la Embajada de México en Paris, a presidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En uno de sus momentos de retiro temporal fundó el Centro de Estudios de la Globalidad, y desde ahí contribuyó a la creación de una nueva agenda internacional para el país. Es además el único mexicano que ha presidido a dos partidos políticos: el PRI y el PRD, y que podría ahora superar su propio record, al presidir un nuevo partido a partir de 2020.

Quien fuera a los 27 años funcionario de la SEP en tiempos de Jaime Torres Bodet, años después sería dos veces secretario de estado y, por un momento presidenciable. Es el senador de la República con el mayor número de intervenciones en tribuna en la historia de esta institución: 795. Fue candidato a gobernador por un estado en el que no nació –Guanajuato–. Muñoz Ledo goza además de una amplia red de relaciones y experiencias en el mundo cultural y en los foros internacionales para la política y la diplomacia.

Nadie puede negar la presencia e Porfirio Muñoz Ledo en todos los itinerarios de nuestra transición democrática en las últimas tres décadas. Su brillo como polemista, su infatigable talante político y su habilidad para sobrevivir y adaptarse a los cambios, lo convierten en un personaje de una dimensión proverbial.

Ensayo unas líneas para explicar al personaje que lo habita.

Menciona Jorge Luis Borges en El libro de los seres imaginarios: “El Baldanders –cuyo nombre podemos traducir por ‘ya diferente’ o ‘ya otro’– (...) es un monstruo sucesivo, un monstruo en el tiempo. (Se le) representa como un ser con cabeza de sátiro, torso de hombre, alas desplegadas de pájaro y cola de pez que, con una pata de cabra y una garra de buitre, pisa un montón de máscaras que pueden ser los individuos de las especies”.

“Uno de los principales atributos del Baldanders –nos explica Borges– es que puede adoptar a voluntad todas las formas imaginables: “de un hombre, de un roble, de una flor, (…), de muchas otras cosas y seres, y luego, nuevamente, de un hombre. (...) También se convierte en un secretario y escribe estas palabras de la Revelación de San Juan: ‘Yo soy el principio y el fin’”.

Sostengo que la trayectoria pública de Porfirio Muñoz Ledo y su aportación a la política nacional, representan, por decirlo así, la paráfrasis nacional del Baldanders borgeano: monstruo sucesivo, infatigable, de una gestualidad sin límites y de un alto poder histriónico: “¡Porfirio, Valiente, Callaste al Presidente!” fue una consigna que el propio senador Muñoz Ledo acuñó e hizo corear a sus simpatizantes luego de su célebre interpelación en el último informe presidencial de Miguel de la Madrid en 1988.

Muñoz Ledo encarna la paradoja de ser un político de Estado que ha militado en las filas de la oposición por espacio de tres décadas, y que al mismo tiempo ha entrado y salido más de una vez de la casa donde habita el poder. El Baldanders Muñoz Ledo se mueve en los pasillos de la política con temperamento insumiso y con instinto republicano. Incomoda, confronta, disiente, polemiza, lo suyo es la autonomía, esa tela con la que se confecciona todos los días un traje a la medida de su genio y de sus pasiones.

Senador, diputado, embajador, secretario de Estado, dirigente de dos partidos políticos, fundador de un Think Tank, candidato fallido a gobernador y a la presidencia, asesor de alto nivel para la Reforma del Estado, Muñoz Ledo habita un espacio político diseñado por él mismo.

Fue, ha sido, campeón insuperable de la anécdota de pasillo, en la que siempre surgirá como el protagonista estelar: aquella vez que se coló a la toma de posesión del presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, escondido entre los guardias de la escolta de Fidel Castro; aquella otra que le colgó el teléfono al presidente portugués Mario Soares por negarse a recibirlo, siendo ya senador del PRD; o bien el cartel que lo mostraba saludando al Papa Juan Pablo II, y que hizo pegar a lo largo y ancho de Guanajuato, cuando compitió sin éxito por la gubernatura de aquella entidad ultra católica.

Nuestro devoto republicano es el personaje ubicuo que dice ?y dicen? haber estado en todos las cenas y todas las comidas en las que se jugaron los destinos del país en las últimas cuatro décadas, Muñoz Ledo ha recorrido de ida y vuelta todas las rutas que se puedan imaginar para constituirse en una figura reconocida y admirada, cuya magnitud que se desborda hace difícil reconocer las fronteras entre la admiración y el vilipendio. El resultado de esta combinatoria de insultos y elogios cosechados a lo largo de ochos décadas, es la edificación de ese monumento mítico a la egolatría y la lucidez política de vocación democrática llamada Porfirio Muñoz Ledo.

Al Baldanders que habita en Muñoz Ledo lo hemos visto mutar una y otra vez: del PRI a la Corriente Democrática, del Frente Democrático Nacional al PRD; pasó del PRD a la militancia ciudadana y de ahí al voto útil por Vicente Fox: coqueteó con López Obrador en su primera vuelta –a quien antes, en 1996, le cedió la dirigencia de un partido–, y se alejó un tiempo de nuestro hoy presidente sólo para pactar, años después, una nueva alianza que los llevó a ambos al poder –aunque, claro, a uno más que al otro–; militó en el PT, en el PARM, y asesoró al PRD de Miguel Mancera como jefe de gobierno, para diseñar una Constitución para la capital del país.

Entra y sale de cada nueva encomienda equipado con libros y lecturas –es, en todo sentido, un intelectual– y cada cuando reaparece transformado en una nueva identidad simbólica sin traicionarse en modo alguno. Siempre convertido en una nueva figura, un Baldanders que adopta las poses, los gestos y los discursos del nuevo personaje, revestido de declaraciones atronadoras, desplantes y ocurrencias.

Fue campeón de baile, de oratoria y de natación en su juventud, para él la noción de la derrota se presenta como una contradicción existencial. “Fui el senador más votado en la historia del país”, solía decir. Hasta antes de la aventura de su campaña como gobernador de Guanajuato aseguraba que jamás había perdido una elección –si bien su historia en competencias electorales se reducía en ese entonces a dos: la Facultad de Derecho en los años cincuenta, y una senaduría por el Distrito Federal en 1988­–.

En la galería de sus devaneos y traspiés, su candidatura presidencial por el PARM en el 2000 –a la que renunció antes de que la catástrofe terminará por arrastrarlo–, ocupa un espacio menor.

Son muchas más aquellas acciones y decisiones que lo convirtieron en la figura central, respetada, admirable y entrañable que es ahora en el aciago 2020. Cuando se acerca a la novena década de vida –que más que “vida” es “biografía”– los años de Muñoz Ledo nos ponen frente a un valor ancestral y confuciano: la sabiduría de nuestros mayores.

Más sabio que senil, más joven que muchos jóvenes que militan en su partido.