Opinión

Producción agrícola y ciencia del suelo: caso extremo de incomprensión pública

Producción agrícola y ciencia del suelo: caso extremo de incomprensión pública

Producción agrícola y ciencia del suelo: caso extremo de incomprensión pública

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

J. D. Etchevers* y Alfonso Larqué Saavedra**

Hemos señalado que la revista Science destacó que el presidente Franklin D. Roosevelt afirmó: “una nación que destruye su suelo se destruye a sí misma”. Este recurso es fundamental para la sustentabilidad de la humanidad en el planeta. Se sabe que se requiere de hasta mil años para formar un centímetro de suelo y que éste es un recurso natural no renovable, información que debe integrarse a los programas gubernamentales. Es nuestro interés el preservar este valioso eslabón en la producción de alimentos y mantener mucha de la biodiversidad que registra CONABIO.

El suelo es fundamental para la producción de alimentos, disponibilidad y retención de agua con lo cual se favorece el tener, por lo tanto, aire limpio. El suelo que se pierde es prácticamente imposible de reponer y la mayoría de las personas no se detiene a pensar que gracias a él tenemos alimentos. El suelo, maravilloso reactor fisicoquímico y biológico incomprendido, está prácticamente olvidado por las nuevas políticas públicas.

Los alimentos se producen por la articulación de saberes ancestrales, complementados por la ciencia y la tecnología, pero la actual pandemia ha puesto de manifiesto que tenemos una alimentación equivocada. Un nuevo orden alimentario que incluye desde la producción hasta su consumo está emergiendo, asociado a una conciencia ecológica, que fortalece el principio ético para sostener una vida plena y sana.

Este planteamiento se contrapone con modelos económicos imperantes, que privilegian el aumento de ganancias por sobre las necesidades de la sociedad. Un pilar básico para reorganizar la agenda de la producción es fortalecer la investigación científica y tecnológica, articulando áreas del conocimiento con un enfoque transdisciplinario que ayuden a resolver problemas nacionales en la materia y no de las disciplinas.

El suelo, sabemos desde hace muchos años, debe de integrarse a lo que ahora definen como ciencias de la complejidad o sea que, al ser un tema transversal en los programas de producción de alimentos, diversidad biológica, cambio climático, economía circular, desarrollo socioeconómico y cuidado ambiental, debería tener un papel preponderante en esos esquemas, para asegurar soberanía y seguridad alimentaria. Sin embargo, la importancia del suelo ha sido menospreciada en los programas científico- tecnológicos recientes, así como por el sector privado, que privilegia las utilidades por sobre el cuidado del ambiente y el bienestar social.

Hoy escuchamos voces que se levantan con fuerza para señalar que esta visión de la producción de alimentos es equivocada. De no corregir el rumbo, privilegiando una producción sustentable, desarrollando redes campesinas y alimentarias, con participación de pequeños y medianos productores, podríamos predecir futuras crisis, no sólo de carácter sanitario, sino también de carácter económico-social.

¿Cuál es la situación de México? La iniciativa privada ha realizado escasa inversión en búsqueda de nuevos conocimientos y tecnologías en el sector agro-alimentario que beneficien a la población. Así lo reconoce Alfonso Romo, Jefe del Gabinete para el Fomento, Inversiones y Crecimiento, de la Presidencia de la República, “el sector privado mexicano es poco innovador, no invierte mucho en tecnología nueva, invierte en tecnologías para mejorar lo que ya tienen”. Y agrega, el sector público no tiene los recursos para invertir y atender las necesidades de la ciencia y tecnología, el país carece de recursos para investigación básica, es preferible comprar tecnologías probadas que desarrollar nuevas en el país.

Es claro, que la inversión del 1% del PIB a la investigación en ciencia y tecnología, después de 20 años de haberse declarado urgente, parece inalcanzable, así como que la iniciativa privada aporta poco al desarrollo de ambas actividades. Sería deseable que quienes pagamos impuestos y participamos profesionalmente en la agenda agroalimentaria tuviésemos el derecho a participar y proponer agendas de inversión en los programas federales del sector, tal como se hace con ciertas obras públicas, donde sí se hacen consultas.

El interés de la sociedad en la preservación del suelo en escaso. Sin suelo no hay producción de alimentos. Los que entendemos cómo funciona el sistema, queremos ser una voz autorizada en instancias de decisión que asignan prioridades a la investigación, programas de desarrollo y presupuestos. Llegó el momento que la ciencia haga valer su voz en el campo de la agricultura. Primero, compilar el conocimiento existente por regiones y definir la investigación prioritaria y cómo financiarla. Segundo, revisar la función del Conacyt en lo referente a su responsabilidad nacional en las decisiones y asignación de recursos en el ámbito que nos ocupa. Tercero, habría que hacer mandatorio que los proyectos financiados sean desarrollados por grupos de trabajo interinstitucionales, interdisciplinarios y transdisciplinarios, para hacer más eficientes los recursos con los que se cuenta y priorizar la pertinencia de los proyectos, su calidad científica y técnica, para resolver problemas de corto, mediano y largo plazo. Cuarto, urge priorizar áreas de máximo interés local, a ser investigadas. Quinto, los grupos de trabajo especialistas en temas de vanguardia, estudiantes e investigadores deberán compartir infraestructura de laboratorios, equipos, campos de experimentación. Sexto, analizar los estándares de desempeño científico-académico en este sector, privilegiando desarrollos tecnológicos que impacten en la producción la economía de los productores agrícolas y la preservación del medioambiente. Los estímulos actuales promueven el trabajo individual, la competencia y el egoísmo, dando escasa importancia al trabajo de grupo. Séptimo, las universidades formadoras de recursos humanos de alto nivel en agricultura y recursos naturales deberían revisar sus programas, como el de formación doctoral, orientada a la generación de tecnologías, para superar la presente crisis. Ello no implica descuidar la formación de doctores en ciencia, pero ajustada a la oferta de trabajo del país.

Un ejemplo de lo señalado es el que a pesar de que nuestra legislación vigente tiene un apartado especial referido al cambio de uso del suelo, que fue una iniciativa académica política con grandes expectativas, que tenía el espíritu de detener que la mancha urbana invadiera los suelos dedicados a la agricultura, bosques o áreas naturales, muy pronto fue un trámite administrativo más, ya que como hemos podido apreciar, en sitios con extraordinarios suelos se ha autorizado el establecimiento de nuevos desarrollos habitacionales. El valle de México es uno de los ejemplos más impresionantes.

Toda la cuenca Chalco Texcoco que producía gran cantidad de alimentos y cuya actividad pecuaria surtía de leche a la Ciudad de Mexico, está ahora convertida en zona urbana con todos los problemas sociales que conocemos.

*Profesor e Investigador Nacional Emérito Colegio de Postgraduados SEDER

**Coordinador de Agrociencias Academia Mexicana de Ciencias; miembro del Consejo Consultivo de Ciencias y Profesor investigador del Centro de Investigación Científica de Yucatán