Cultura

Restauran el pañuelo funerario de Hernán Cortés

REPORTAJE: Se restauró por su valor histórico, por ser pieza única y porque estuvo 70 años en el Museo Nacional de Historia sin recibir cuidados específicos, señala especialista. El pañuelo mide 75 por 76 centímetros, está bordado, tiene deshilado y presenta un rematado de encaje negro en la periferia.

REPORTAJE: Se restauró por su valor histórico, por ser pieza única y porque estuvo 70 años en el Museo Nacional de Historia sin recibir cuidados específicos, señala especialista. El pañuelo mide 75 por 76 centímetros, está bordado, tiene deshilado y presenta un rematado de encaje negro en la periferia. (Fotos: INAH)

Restauran el pañuelo funerario de Hernán Cortés

Restauran el pañuelo funerario de Hernán Cortés

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En el Museo Nacional de Historia se conserva el textil donde fueron envueltos los restos óseos del español Hernán Cortés (1485-1547). Dicho objeto se llama pañuelo funerario y se depositó en una inhumación secreta que ordenó en 1836 el entonces ministro del Interior y de Relaciones Exteriores, Lucas Alamán, para evitar la destrucción de los huesos del conquistador.

Crónica presenta el detalle de los trabajos de restauración y conservación que realizaron investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para que el pañuelo se preservara.

Además, los expertos señalan que actualmente buscan las letras “H.” y “C.” que en algún momento estuvieron bordadas en el textil, así como una sábana sobre la que también se depositaron parte de los restos.

TEJIDO FINO. El pañuelo funerario de Hernán Cortés mide 75 por 76 centímetros, está bordado, tiene deshilado y presenta un rematado de encaje negro en la periferia. De acuerdo con el Archivo Histórico del Museo Nacional de Historia, el objeto tuvo el siguiente registro: pañuelo que envolvía el cráneo de Cortés, desprendidas de él iniciales H. C. de lino, bordado en blanco, blonda negra en la orilla.

En entrevista, la investigadora Verónica Kuhliger Martínez explica que el pañuelo no fue colocado con los restos al momento de la muerte de Hernán Cortés, en 1547, sino después de varias exhumaciones.

“Este pañuelo no se empleó cuando murió Cortés porque después de ser enterrado, lo exhumaron, regresó a México, lo enterraron y lo volvieron a exhumar. En una de esas tantas extracciones se decidió que los restos estuvieran envueltos en alguna manta o textil para que los cubriera”, comenta la restauradora.

El pañuelo, añade, se relaciona con el político del siglo XIX: Lucas Alamán, ya que fue él quien describió el textil y ordenó el resguardo de los restos del español que yacen en el Templo de Jesús Nazareno (República del Salvador 119, Centro Histórico de la Ciudad de México) desde 1946, incluso, muy probablemente, desde 1836.

“No sabemos si este pañuelo es el que estuvo ahí, si se limpió y si se le hicieron algunas adecuaciones o fue cambiado. Por eso, toda la investigación en cuanto a la técnica y materiales está básicamente relacionada con que el pañuelo pudo haberse hecho a finales del siglo XVIII o principios del siglo XIX”, aclara Kuhliger Martínez.

“¿Que es especial?”, sí —añade—, “¿que se mandó a hacer específicamente para Cortés?”, sí, responde.

La investigadora detalla que el pañuelo tiene un tejido muy fino de lino y sobre éste hay unos bordados con hilo grueso.

“Todos los bordados en blanco son hechos con hilo de algodón sobre una base de lino, además tiene un adorno alrededor de un encaje negro hecho en seda. El decorado son bordados y algunos deshilados de flores”, detalla.

—¿Quién realizó este pañuelo?

—Muy posiblemente religiosas, monjas, gente dedicada a la iglesia. Claro que las mujeres del ámbito civil sabían realizar este tipo de objetos, sin embargo, por la característica de ser un pañuelo funerario es muy posible que lo hayan hecho religiosas.

Los bordados del pañuelo funerario de Cortés se realizaron con base en una técnica europea o inspirada en ella, agrega. Dicha hipótesis nace por la similitud visual que tiene con los bordados de Ayrshire, Escocia, que se aprecian con el tejido ligero y en la delicadeza de las puntadas de satín.

“Esta técnica —desarrollada por las mujeres de Ayrshire a comienzos del siglo XVIII para producir grandes volúmenes de bordados blancos— se distingue porque los hilos que se cortan o sacan para formar el deshilado deben estar contados para generar, por medio de las costuras, pequeños diseños florales u hojas similares a un encaje”, detalla.

OBJETO PERDEDIZO. Para contestar la pregunta ¿cómo llegó el pañuelo al Museo Nacional de Historia? Es necesario contar la historia de las múltiples inhumaciones y exhumaciones por las que pasaron los restos de Hernán Cortés como resultado del odio que durante el siglo XIX despertó este personaje entre los mexicanos.

Laura Gisela García Vedrenne y Verónica Kuhliger Martínez explican, en el informe escrito en la Revista Intervención (julio-diciembre 2015), que cuando Cortés murió en España fue sepultado en Sevilla, donde permanecieron sus restos durante 11 años hasta que los removieron a otra cripta.

En 1566 se trajeron al país, donde se inhumaron y exhumaron al menos en tres ocasiones. “Siendo 1794 la fecha decisiva cuando, por autorización del virrey conde de Revillagigedo, se indicó que descansaran en la capilla del hospital de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora del Patronato del Marqués del Valle, actual hospital de Jesús”, indican.

En ese momento, detallan, se solicitó que el escultor Manuel Tolsá modelara un busto para honrar la memoria del conquistador.

A partir de 1823, agregan las investigadoras, la clase política mexicana optó por mostrar a Cortés como un villano y, de acuerdo con lo documentado por el historiador Salvador Rueda Smithers, los restos de Cortés se resguardaron en la iglesia de Santo Domingo.

Empero el 12 de marzo de 1827 los restos “regresaron al hospital de Jesús por temor de que se profanaran y en 1836, en medio de incitaciones públicas que demandaban su destrucción, los escondió Lucas Alamán (1792-1853), quien en ese entonces era ministro del Interior y de Relaciones Exteriores”.

A partir de ese momento, la ubicación de la osamenta fue un misterio, tanto que se esparció el rumor de que se había enviado a Italia. Pero la intriga terminó en 1946 cuando se redescubrieron (al año siguiente) por autoridades de El Colegio de México y del INAH.

“Decidieron que el patrimonio constituido por una sábana, un sobre con las letras H. C. y un pañuelo que acompañaban una urna quedaran bajo resguardo del Museo Nacional de Historia-INAH”, señala el informe de las expertas.

Lo que en ese año se redescubrió, según el registro de Alberto María Carreño, fue:

*Lienzo de terciopelo negro con galones de oro y 4 cruces a los costados, que cubrió 4 urnas; con deterioro en la parte inferior posterior.

*Fragmentos de la urna (número 1) de plomo.

*Urna (número 2) de cedro, con cerradura y cuatro bisagras.

*Urna (número 3) de plomo.

*Urna (número 4) de cristal con guarniciones metálicas rematadas con 4 tornillos con sus tuercas; tapa y un costado rotos.

*Tabla de caoba forrada de terciopelo negro con galones.

*Tubo de hojalata, sin tapa.

*Cojín de terciopelo negro, con galones y “borlitas”.

*Tres cintas de terciopelo negro forradas de damasco labrado, adheridas a la tabla de caoba; una sostenía el cráneo y dos los demás huesos.

*Pañuelo bordado, con blonda negra alrededor y la letra C en un sobre cerrado, que tuvo bordada en el centro.

*Sábana de cambray circundada de encaje color crema y blonda negra.

*Listón de terciopelo negro que sujetaba el pañuelo en la parte inferior del cráneo.

*Tres listones de terciopelo negro, forrados de damasco labrado, de 57, 48 y 34 cm, más 3 cm de damasco.

*Esqueleto de Cortés.

Y de acuerdo con el registro hecho en 1947, el investigador Manuel Andrade detalla que “aparecieron los huesos largos y los pequeños envueltos en una sábana de lino con encajes blancos, y bordadas en negro las iniciales H. C.; y el cráneo en un pañuelo de la misma tela, con iguales encajes e iniciales”.

RESTAURACIÓN. Verónica Kuhliger Martínez platica que decidieron restaurar el pañuelo por su valor histórico, por ser pieza única y porque estuvo 70 años en el Museo Nacional de Historia sin recibir cuidados específicos.

“Tenía en la parte central un gran faltante de tejido, es decir, no había tela, había hoyos. Por la manera en que lo guardaron desde que se sacó de la caja con los restos, estuvo doblado en cuatro, esas marcas estaban ahí bien definidas. Había un deterioro del 50 por ciento del encaje negro y afortunadamente los bordados estaban completos, excepto por una parte mínima”, platica.

Conforme las expertas iniciaron el tratamiento, al desdoblarlo y colocarlo en plano, utilizaron un poco de humedad para hacer la limpieza porque en la parte central había una materia extraña, ajena al textil.

—¿Eso ajeno era materia orgánica de los restos?

—Notamos que los deterioros del pañuelo tienen que ver con la relación que hubo con el cráneo y los huesos. Esa materia ajena al textil que retiramos fue un resto provocado por una filtración en la caja donde estaban guardados.

“Había también una deformación en el sentido de que cuando pusimos el pañuelo en plano estaba abultada la parte del centro. Lo más seguro es que tomó la forma del cráneo”, responde.

En algunos textos y crónicas, añade Kuhliger Martínez, se menciona la existencia de un seguro que mantenía unidas las puntas del pañuelo.

“No encontramos el seguro pero lo que sí vimos fueron los orificios donde estaba el seguro ya que la tela a su alrededor está oxidada. Sí concuerda lo que se dice en la parte escrita con lo que estamos viendo en el objeto”, precisa.

En caso del encaje de seda, Kuhliger Martínez indica no saber por qué desapareció, posiblemente, por la presencia de la humedad en el lugar donde yacían los restos.

Para restaurar el pañuelo, las expertas decidieron usar una tela de soporte de algodón, la cual se parece mucho al tejido original de lino.

“Lo teñimos con colorantes artificiales que químicamente son muy estables, son contra la luz y humedad porque eso es lo que buscamos: que haya una estabilidad en el objeto”, explica.

Para el encaje de seda negra, las investigadoras decidieron usar un tul negro a fin de no cambiar la vista. “Se hizo una costura de conservación y lo que hace es que si lo ves fijamente, lo único que pudieras alcanzar a notar son líneas, hilos, que están sujetados por algunos puntos para evitar que la tela se levante”.

El objetivo de la restauración fue mantener lo original, es decir, “lo que actualmente se conserva del pañuelo, sin cambiarle nada y sin dañar lo mínimo al objeto original”.

—¿Cuándo se hicieron estos trabajos de conservación?

—En 2013 y 2014. Se realizaron porque el museo tiene una colección inmensa. En el acervo hay bastantes piezas que necesitan intervención para poder mantener su integridad y exhibirse. Con el pañuelo hubo una propuesta, se decidió que era una buena pieza y que requería una intervención debido a su mal estado.

En esos trabajos de preservación participaron alumnos de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) y la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente (ECRO).

“La restauración es muy costosa pero la parte cultural pocas veces tiene solvencia para ello, entonces aceptar alumnos le viene bien al museo porque le permite conservar sus colecciones y a los jóvenes les ayuda en la adquisición de conocimientos”, comenta Kuhliger Martínez.

—¿Cómo se conserva hoy el pañuelo?

—Decidimos colocarlo en plano, o bien, sobre una superficie semirrígida. Forramos un material de conservación con tela de algodón, encima se colocó el pañuelo y se le dieron unas puntadas para que no se moviera, entonces lo que agarras es la base. Todo eso se introdujo en una cajita de acrílico transparente para ver el pañuelo por todos lados.