Opinión

Trabajar de pie y libros que se esconden en extraños pliegues

Trabajar de pie y libros que se esconden en extraños pliegues

Trabajar de pie y libros que se esconden en extraños pliegues

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Algunos de mis libros juegan misteriosamente conmigo a lo largo del tiempo. Reparo en lo anterior mientras abro de par en par un libro y le pongo dos clips de mariposa en los costados de las alas de esta nueva edición que sustituye, espero que temporalmente, a la que no encuentro de Seis propuestas para el próximo milenio, editada también por Siruela. Este ejemplar se lo compré a una amiga que le da circulación a sus libros. Pero la portada es sobria, a dos tintas, diferente de aquel libro escurridizo que leí hace casi treinta años o más y que de vez en cuando se me aparece para decirme aquí sigo. Cuando eso sucede, y dispongo de tiempo, busco mis subrayados y acotaciones marginales de hace tres décadas. Lo evoco naranja, con solapas y con una imagen de un denso grano azul marino, si no mal recuerdo con algún efecto de degradado lineal, que le da una representación muy efectiva al talante agudo de Calvino en la primera de forros. Podría recurrir a San Google para ver si alucino o si realmente mi libro juguetón tiene esa portada. Sin embargo, prefiero conservar el modelo nemotécnico por impreciso que resulte en contraste con el real. En un pliegue del tiempo futuro habré de encontrarlo porque anda por ahí.

Trabajar de pie y recurrir a clips gruesos

Cuando leí que Hemingway trabajaba de pie cuando escribía la imagen mental que se me desplegó fue la de un escritor que le daba lustre a su rudeza golpeando las teclas de su máquina sin colocar las posaderas en sillas ortopédicas. Tiempo después, y la pandemia acentuó el fenómeno, los problemas de postura con toda la multifuncionalidad que pueda tener un buen asiento, cobran factura. Una manera de frenar un proceso que puede agravarse es trabajando de pie. Lo rudo se convierte en un aspecto mal enfocado, trabajar de esta manera es más bien placentero además de saludable. Yo lo hago con la computadora casi siempre y la experiencia es otra.

Ahora el asunto de los clips. Se los pongo a los libros que lo permiten para leer de pie en las mejores comodidades posibles, auxiliado por un atril en posición alineada a mi mesa de trabajo adaptada para escribir de pie, aunque la lectura la practico de manera multimodal: caminando, sentado con el atril sobre libros apilados para mantener una postura recta o acostado en un sillón que no me gusta del todo pero que he aprendido a tolerar. Siempre he sido inquieto y trabajar de pie me gusta porque activa otras capacidades.

Libros que vacacionan en otros estantes

Antes de que cayera enfermo y falleciera después de un proceso largo que me da tristeza recordar, el querido amigo Rodolfo Bucio me prestó una versión de Pantagruel ilustrada por Doré. Nunca me lo recordó y pensé que ya era mía. Una tarde nos vimos en mi casa, estaba otro amigo. Después de unos tragos, una charla amable, un negocio medio barroco que no pasó de mi mesa de centro, decidieron ambos despedirse. Si no paraba en seco a veces Rodolfo agarraba malos viajes con el trago, dicho por él mismo, aunque a mí nunca me tocó verlo transformado en Mr. Hyde. Después de una conversación de aproximadamente una hora tomó una regla que había a la mano, jaló su libro con ella sin mucho problema de una repisa flotante porque era alto, y me dijo: “Antes de irme me llevo esto que es mío, ni creas que lo había olvidado.” Así terminaron las vacaciones de un libro que vagó conmigo por numerosos estantes porque usé muchos de sus grabados para ilustrar diferentes textos que se iban a la imprenta.

Calvino se vuelve a esconder

En otro libro que tampoco encuentro de pasta dura con trabajos de Calvino a propósito de los clásicos, viene un ensayo genial que abre el volumen y le da título a éste: Por qué leer a los clásicos. Por razones que no viene al caso lo necesitaba y al no encontrarlo como me pasa con Calvino, me hice de la edición digital ePub que tampoco me molesta. Pero definitivamente extraño mi libro de pasta dura, ligero pese a la consistencia del forro.

Los atriles de hoy

En términos reales es la segunda vez que trabajo parado, la primera vez no tenía una mesa con la altura correcta, además de que se trataba de un espacio subutilizado porque la mayor parte del tiempo trabajaba como asalariado en oficinas con mobiliario triste y uniforme, diseñado para el trabajo sobre sillones o sillas de muchas características, pero feas, hasta malvibrosas algunas. El hecho es que hace dos meses decidí volver a trabajar de pie en una mesa de buena altura que subí sobre mi escritorio. Ya dije que la lectura la practico multimodalmente a lo largo de una jornada de trabajo y por las noches, las mañanas y a veces las madrugadas desde mi cama. Vi en youtube unos atriles multiposiciones de uso rudo y estoy estudiando cuál podría ser el más conveniente para mí porque escribir de pie activa otras necesidades de movimiento por lo regular combinadas con quehacer doméstico o preparación de alimentos.

Calvino hoy y ayer

Fue inevitable que al releer a Calvino reparara en los subrayados de mi amiga, algunos los comparto, otros párrafos sin apostillas tuvieron una nueva impronta a la luz de mi lectura presente. Por ejemplo, el siguiente de su ensayo titulado “Exactitud”, lo subrayé hace unos días con bolígrafo porque era lo que tenía a la mano y eché mano de él en otro contexto. Pero es muy hermoso y lo voy a citar aquí también:

“A veces tengo la impresión de que una epidemia pestilencial azota a la humanidad en la facultad que más la caracteriza, es decir, en el uso de la palabra; una peste del lenguaje que se manifiesta como pérdida de fuerza cognoscitiva y de inmediatez, como automatismo que tiende a nivelar la expresión en sus formas más genéricas, abstractas, a diluir los significados, a limar las puntas expresivas, a apagar cualquier chispa que brote del encuentro de las palabras con nuevas circunstancias.”

En la versión digital del tercer y cuarto punto de los razonamientos de Calvino para leer a los clásicos encontré las claves de mi sentimiento de añoranza por mi versión escurridiza de las Seis propuestas… versión naranja:

Cito respetando las cursivas del original:

“3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.

“Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo. Por lo tanto, que se use el verbo ‘leer’ o el verbo ‘releer’ no tiene mucha importancia. En realidad podríamos decir:

“4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.”

Calvino tiene para mi la categoría de un clásico al que regreso con frecuencia, aunque se esconda en extraños pliegues. Tiene vigor y en el libro aludido se anticipó a muchos de los fenómenos que hoy enfrentamos.