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¿Qué es el cielo?: un océano invisible con un diverso ecosistema, dice Antonio Martínez Ron


Hoy tenemos celulares y pantallas, una tecnología que nos ha abducido y nos hizo olvidar que hay un espectáculo gratuito y maravilloso allá, arriba, lleno de historias, explica el periodista científico

entrevista

Antonio Martínez Ron habla de su reciente libro “Algo nuevo en los cielos”.

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¿Qué es el cielo? Es una pregunta que ha obsesionado a la humanidad desde hace cientos de años, por ejemplo, en 1892, Charles Darwin a bordo del barco Beagle observó que el horizonte en Cabo Verde se oscurecía con un polvo rojizo que caía sobre él, tomó muestras y las mandó a Alemania –las cuales hoy se exhiben en el Museo de Historia Natural de Berlín–, el resultado fue: polen, fragmentos de plantas y 67 criaturas ciliadas conocidas como infusorios. Años más tarde se sabría que era polvo del Sahara.

Cientos de anécdotas como la anterior son las que comparte el periodista científico Antonio Martínez Ron (Madrid, 1976) en su reciente libro “Algo nuevo en los cielos”, editado por Crítica, y en el cual narra cómo en Los Alpes se estudian fragmentos de nubes, cómo se inventó el barómetro, las muertes que hubo por saber hasta dónde termina el cielo y cómo hemos contaminado este océano invisible.

El cielo es el océano invisible en el que habitamos, empieza a un milímetro del suelo o como decía la poeta Wislawa Szymborska: el cielo está en todas partes, incluso debajo de la piel. El cielo es el lugar donde habitamos, no es lo que está arriba sino que estamos dentro de él. Esto costó mucho entenderlo”, expresa.

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El físico italiano Torrichelli dijo la famosa frase de que vivimos rodeado de un océano de aire y, en opinión de Martínez Ron, lo hemos olvidado porque es transparente.

“Olvidamos mirar hacia arriba porque ya no necesitamos, como los antiguos habitantes del planeta, depender de cosechas ni que nuestros destinos estén sujetos a lo que dispusieran los dioses a través del cielo. Ahora tenemos celulares y pantallitas, estamos un poco abducidos por esta tecnología y se nos olvida que hay un espectáculo gratuito y maravilloso allá, arriba, que no es telón vacío sino que está lleno de historias”, afirma.

- Al igual que el océano de agua, ¿hemos contaminado nuestro océano invisible?

Este océano de aire lo hemos contaminado de manera insensata porque pensamos que lo aguanta todo, que podemos seguir extrayendo atmósferas del pasado que no dejan de ser eso los combustibles fósiles ya que fueron la forma en que se almacenó el CO2 que estaba circulando por la atmósfera hace millones de años…

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Hemos puesto en circulación todas esas atmósferas otra vez en la nuestra y ya no le caben tantas atmósferas a nuestro pobre cielo, de manera que está subiendo la temperatura radicalmente y aunque parezca poca cosa un grado o medio grado, los equilibrios establecidos en la atmósfera son tan delicados que un detalle puede desestabilizar todo el sistema.

Hay una gran preocupación de la comunidad científica y no hay una respuesta de los gobiernos. Estamos entrando en territorio desconocido respecto a lo que está sucediendo con la atmósfera.

¿Es fiable la inyección de yoduro de plata a las nubes para generar lluvia?

La historia de fabricación de nubes no se detiene en Von Guericke (siglo XVII), a partir de determinados momentos hubo todo tipo de experimentos para fabricar las nubes y hacer llover, algunos muy disparatados, pero esto se prolongó en el siglo XX cuando se crearon experimentos con yoduro de plata.

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Científicamente se ha demostrado que es muy complicado, somos buenos a nivel laboratorio pero la atmósfera es demasiado grande para nuestras aspiraciones, muchas veces, algunos de estos sistemas no tienen fiabilidad. A pesar de que hay grandes titulares de que los chinos están haciendo llover, de momento no tenemos una certificación científica rigurosa de que esos sistemas funcionen, no quiere decir que nunca funcionarán, a veces pueden tener un efecto local.

- Platícanos sobre Von Guericke…

Fue el primer científico que fabricó nubes dentro de recipientes, en una botella de cristal. En 1654 hizo una demostración ante el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Fernando III: juntó dos semiesferas, les sacó aire, les dejó adentro el vacío e hizo que caballos tiraran de ellas para moverlas, y los animales no pudieron separarlas.

Lo que se vio en ese momento fue el peso de la atmósfera invisible que está empujando tan fuerte que ni siquiera la fuerza de los caballos la puede separar, es una constatación que estamos en un océano de aire, que tiene una cierta presión.

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Guericke hizo experimentos con matraces donde sacó el aire, cambió las conexiones de manera repentina de presión y de humedad, vio que se formaban nubes al interior de las botellas. Ése es el primer momento en que hubo un atisbo de entendimiento de lo que está pasando arriba, sería la semilla que permitiría a un científico inglés, Wilson, descubrir el interior del átomo porque en la formación de nubes vio trazas que eran protones y otras partículas en movimiento.

Martínez Ron narra que en Los Alpes existe “Esfinge” el lugar donde hoy científicos toman muestras de nubes (cristalitos de hielo) para analizar su composición química, y cantidad de oxígeno y carbón orgánico que contiene. A esa cumbre también llegaron escritores como Arthur Conan Doyle y J.R.R. Tolkien, este último tomó ese paisaje para escribir “El Hobbit”.

“Estaba ya obsesionado con el cielo y en un momento determinado un buen amigo me dijo: conozco una investigadora que trabaja en Los Alpes y se dedica a coger trocitos de nubes. Mi cabeza estalló de felicidad, tenía planeado ir a verla pero la pandemia me lo impidió pero conocí de primera mano, a través de videoconferencias, cómo hacía su trabajo”

El libro.

El libro.

¿Cuál es el fin de tomar pedacitos de nubes?

Comprender el proceso de nucleación a través de las muestras que toma de las nubes, es algo que ya había empezado uno de los pioneros de la meteorología, Horace-Bénedict de Saussure, naturalista suizo que en 1787 después de subir al Mont Blanc (frontera de Francia e Italia) empezó a interesarse en cómo se forman las nubes porque hay algo muy anti intuitivo: el agua en estado líquido es más densa que el aire.

“No entendían cómo podía subir a las alturas, él se propone coger trocitos de nubes y examinarlos al microscopio y cree ver unos pequeños glóbulos que llama vesículas que le explicarían porqué el agua en estado líquido puede subir a las alturas, estaba equivocado pero era un primer tanteo de esta cuestión que luego se resolvió”.

El autor menciona que en un cubo de cielo de 10 kilómetros hay 300 millones de insectos volando, fenómeno que observó Charles Darwin a bordo del Beagle cuando le cayó una lluvia de arañas.

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“El cielo tiene vida. Por ejemplo, las arañas que vio Darwin a mitad del océano que aparecieron de la nada y que venían volando cientos de kilómetros con sus telas que funcionan como parapentes, o también observó que el cielo enrojecía en mar adentro, a ciento de kilómetros de la costa, tomó muestras de ese aire y se dio cuenta que procede del desierto del Sahara”, indica.

La historia de la aerobiología nació en un momento del siglo XX, añade.

“Cuando el científico Fred C. Meier estudió las muestras de aire que el matrimonio Charles Lindbergh y Anne Morrow, tomaron con un tubo en una serie de vuelos realizados sobre el Atlántico en 1933. Ahí quedaron prendidos una variedad enorme de bacterias, esporas y polen que están viajando de un lugar a otro y que son los que facilitan la nucleación, la clave por la que se forman las nubes”, explica.

¿DÓNDE TERMINA EL CIELO?

Una vez que los hermanos Montgolfier desarrollaron los primeros globos aerostáticos hubo una carrera para subir lo más posible y saber hasta dónde terminaba el cielo.

“Al principio los globos no subían mucho y existió un momento en que ya tenían alturas donde los aeronautas se desmayaban y no sabían cuáles eran los motivos de la hipoxia”, narra Martínez Ron.

En 1875, tres aeronautas franceses subieron a bordo de un globo con la intención de batir el récord de altitud pero sólo uno regresó con vida.

“Fue el challenge de la época, un accidente terrible que cambió un poco la mentalidad, se diseñaron globos que tomaron datos atmosféricos sin tripular, tiempo después se toparon con una anomalía: a 12 mil metros de altitud la temperatura deja de bajar progresivamente, se estabiliza e incluso sube un poco. Habían descubierto una región nueva a la que bautizaron como estratósfera y que el 99.9% del aire donde habitan los seres vivos está justo debajo”.