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Gimnasia del alma y del espejo

. El hombre de Vitruvio abrió los brazos para abrazar la razón, aunque en el fondo parecía pedir auxilio.

Del cuerpo redimido al cuerpo razonable: cuando la belleza sustituyó al miedo.

El Renacimiento resucitó al cuerpo, pero no lo dejó pensar.Lo sacó de la iglesia para meterlo al museo.La carne, antes sospechosa de pecado, fue pulida a golpe de cincel y convertida en geometría.El músculo volvió a tener buena reputación, siempre que se pareciera al de un Dios.El cuerpo fue declarado inocente, pero bajo supervisión estética.

El artista reemplazó al sacerdote: la anatomía se volvió religión y la proporción, dogma.El hombre de Vitruvio abrió los brazos para abrazar la razón, aunque en el fondo parecía pedir auxilio.Por fin el cuerpo podía mostrarse, siempre que fuera perfecto.La imperfección siguió siendo herejía, solo que en mármol.La medicina empezó a dibujar lo que antes exorcizaba: el cuerpo diseccionado era un misterio resuelto, pero también un nuevo espectáculo.Europa aprendía a mirar el músculo sin miedo, pero con deseo de corregirlo.

EL CUERPO ILUSTRADO

El siglo XVIII lo terminó de domesticar.El cuerpo dejó de ser milagro para volverse mecanismo.La Ilustración lo trató como si fuera un reloj: si se descompone, hay que ajustar resortes, lubricar engranajes, medir impulsos.El alma ya no estaba en el cielo sino entre las costillas, esperando una teoría.

La educación física apareció como versión pedagógica de la obediencia: un cuerpo recto, un ciudadano correcto.Moverse dejó de ser peligroso y empezó a ser patriótico.La escuela enseñaba caligrafía muscular: caminar erguido, respirar sin ruido, no sudar en público.La moral del equilibrio reemplazó al milagro de la fe.

El noble cultivaba la elegancia del movimiento, el burgués la disciplina del horario, y el pueblo… el cansancio.Cada clase perfeccionó su manera de cansarse sin protestar.El cuerpo ya no se arrodillaba, pero seguía obedeciendo: esta vez al metrónomo.El sudor se convirtió en virtud doméstica, la fatiga en signo de respeto.Europa, recién ilustrada, descubría que podía controlar el cuerpo sin látigos, solo con ideas.

BELLEZA RAZONABLE

El espejo reemplazó al confesionario.No se pedía perdón, se pedía simetría.La salud y la estética se mezclaron en un matrimonio que todavía dura, aunque ya no se hablen.Los manuales de urbanidad enseñaban cómo sentarse, cómo inclinar la cabeza, cómo reír sin mostrar los dientes: la primera gimnasia emocional.

El cuerpo ilustrado tenía un horario de perfección.La debilidad se diagnosticaba, la gordura se moralizaba, la enfermedad se explicaba como desorden del carácter.Ser sano era ser obediente.El cuerpo debía ser útil, bello y discreto.El placer físico era aceptable, pero solo en latín y con cortinas.La fisiología se volvió civilizada, la carne diplomática.

La ironía de todo esto es que el cuerpo, tan celebrado por su libertad, nunca había sido tan vigilado.El ojo del poder ya no estaba en el cielo ni en el trono, sino en la conciencia.El cuerpo dejó de temer al infierno para temer al juicio social.Fue la era en que la culpa se vistió de virtud, y el ejercicio, de decoro.

NUEVA TEOLOGÍA: LA DEL AUTOCONTROL

El Renacimiento y la Ilustración prometieron liberar al cuerpo, pero solo cambiaron su tipo de prisión.Antes se arrodillaba ante Dios; ahora, ante la razón.Antes temía el pecado; ahora, la imperfección.El músculo aprendió a justificarse: se movía para demostrar que entendía el progreso.

Y así, entre academias, espejos y salones, la humanidad descubrió su nueva teología: la del autocontrol.El cuerpo siguió siendo instrumento, pero con buena caligrafía.El alma ya no pedía redención; pedía equilibrio.Y el equilibrio —como casi todo lo virtuoso— era, en el fondo, una manera más refinada de no moverse demasiado.

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