Recientemente, el presidente Donald Trump reconoció a Jerusalén como capital de Israel, y ordenó que la embajada de los Estados Unidos mude a dicha ciudad.
No es un hecho irrelevante; ni un disparate. Ojalá lo fuera. Tan no lo es, que el espaldarazo de la primera potencia mundial le dio el banderazo al presidente israelí, Benjamín Netanyahu, para solicitarle a los gobiernos de la Unión Europa que secunden la decisión de Trump.
¿Por qué suscita tanto revuelo Jerusalén? Quizás por razones muy similares a las que estuvieron en juego durante las Cruzadas.
Tres religiones emparentadas históricamente de matriz monoteístas la reclaman como lugar sagrado: el Cristianismo, el Judaísmo y el Islam. Veamos el fundamento de estos reclamos empezando por el Judaísmo.
En tiempos bíblicos, Jerusalén albergó el Templo de Salomón, en cuyo interior estaba el objeto de veneración más caro o importante para el pueblo de Israel, el Arca de la Alianza, junto con el candelabro de siete brazos. Invasiones y destrucciones pasaron y los árabes llegaron a las tierras de Israel.
Allá para finales del siglo VII d.C., sobre el terreno que antes albergara el Templo que resguardó el Tabernáculo, el noveno califa, Abd al-Malik, mandó construir un monumento: la Cúpula de la Roca; el nombre le viene porque al centro de dicha cúpula está una reliquia, una piedra sagrada que, según la fe islámica, marcó el punto donde Mahoma, acompañado por el ángel Gabriel, ascendió al cielo para encontrarse con Alá.
He aquí la manzana de la discordia. Para que se cumpliera el anhelo de muchos judíos, el ver reconstruido su templo, habría que echarle dinamita y trascabo a la Roca; es decir, habría que cometer un sacrilegio contra el Islam destruyéndole uno de sus más importantes santuarios.
Para los cristianos, Jerusalén fue el lugar donde Jesús, el Hijo de Dios, entró triunfante un domingo de Ramos y a los días fue apresado, juzgado y ejecutado; finalmente, como lo narran los “Evangelios”, venció a la muerte y retornó a la Casa de su Padre; entiéndase entonces que la Ciudad santa atestiguó su gloria, muerte y resurrección.
Cuando el Estado de Israel, con el espaldarazo de los Estados Unidos, nombre a Jerusalén como su capital, será un hecho que no estará exento de connotaciones simbólico-sagradas; pues habrá, de parte del pueblo y de la fe judía, una apropiación política sobre una ciudad cuya soberanía espiritual ha sido reclamada por tres religiones afines en su raíz teológico-monoteístas, pero antagónicas históricamente.
En Jerusalén se han visto la cara de manera hostil la fe judía, cristiana e islámica reclamando para sí una ciudad plagada de lugares santos propios y compartidos.
Que deseable sería que en vez de evocar ancestrales odios, Jerusalén lograra ser un centro espiritual de encuentro y diálogo interreligioso. Un ensayo de este ideal lo efectúo el teólogo jesuita, Carlos María Martini, en sus “Coloquio nocturnos en Jerusalén”, en los que reunió a jóvenes de las tres religiones para que expresaran fraternalmente sus ideas y dudas acerca de Dios, la paz, el sentido de la existencia…
Bien lo decía Hans Khüng: no habrá paz entre las naciones hasta no haya paz entre las religiones.
lg
Copyright © 2024 La Crónica de Hoy .