Cierto día, Dios se apareció en la tierra para juzgar a vivos y muertos; dejó su trono en el cielo, tomó sus sandalias satinadas y salió a recorrer las calles de la ciudad de Guadalajara mientras el tiempo se detenía. Resulta ser que el primer hombre al que habría de juzgar se había hecho polvo en las tierras de esta ciudad y Dios vino a reunir todos los átomos para poder darle de nuevo su ser y cumplir con su cometido.
—¡Yahvé Dios!, ¡me has traído a la vida nuevamente!, ¡después de tanto tiempo!
—Así es, Adán, polvo fuiste y del mismo polvo volviste a surgir. Heme aquí para juzgarte por toda tu prole, tu descendencia directa e indirecta.
—Pero... ¿has de juzgarme por mi descendencia?
—Efectivamente —afirmó
Dios mientras bebía un tejuino que un vendedor en el parque Morelos preparaba y que había quedado suspendido en el tiempo; detenido.
Ambos se sentaron a seguir conversando en una banca sobre la Calzada Independencia. Estaban desnudos pero calzaban sandalias idénticas.
—Me diste primero a una mujer de nombre Lilith y luego me la quitaste por su deseo estar arriba de mí en el coito... ahora la pobre vaga degradada a demonio por todos los infiernos de este mundo. Luego me diste a Eva que resultó ser la peor de todas cuando la culpaste del pecado original. Me diste solamente tres hijos varones pero ninguna hija, ¿cómo habrían de reproducirse?
—¡Pues ya viste lo que hicieron!, fueron y se reprodujeron con las changas que había en el paraíso perdido
—Dios le da un sorbo a su tejuino.
—¿Te parece justo?
—¡Nadie dijo que sería justo!
—Dios, me has creado a tu imagen y semejanza... del mismo modo que yo te creé a la imagen y semejanza mías, ahora, haré lo mismo que tú; habré de destruirte y desde este momento dejarás de existir.
—¡Pero Adán, yo soy el que soy!
—Me condenaste a la muerte, ahora todos los hombres son unos miserables seres que van por la vida destruyendo mujeres, niños, animales, cosas y al planeta mismo, mira alrededor de ti: hay hambre, miseria, dolor, sufrimiento, tristeza, amargura y desamor y todo con tu consentimiento. Así que a partir de este momento, te despido.
Dios desapareció y el mundo empezó a seguir su curso nuevamente. Nada cambió realmente, seguía siendo el mismo Dios, un hombre.
(Colaboración especial de la Escuela de la Sociedad General de Escritores de México, SOGEM, para La Crónica de Hoy Jalisco)
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