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Para muchos, la suerte es más que un azar: es una tradición, una creencia y una forma de conectar con su pasado

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Personas eligiendo boletos de la Lotería del Zodiaco en un puesto de la estación Allende del Metro de la Ciudad de México, donde tradición y esperanza se entrelazan.
Entre números y esperanza: la tradición que persiste en la Lotería del Zodiaco En la estación Allende del Metro, cada boleto es una historia de fe, memoria y conexión emocional que sobrevive al paso del tiempo.

En la estación Allende del Metro de la Ciudad de México, como cada semana, la escena se repite: los compradores se acercan a los puestos, observan detenidamente los números y eligen con cuidado aquel “cachito” que sienten que podría traerles fortuna.

Lejos de tratarse de una elección aleatoria, la mayoría confiesa que su decisión está influida por razones personales. Algunos se guían por fechas importantes como el cumpleaños de un ser querido, aniversarios o momentos que marcaron su vida. Otros buscan números “diferentes”, que les llamen la atención o que les transmitan una corazonada especial. No es raro escuchar que el 28 es elegido porque hijos o familiares nacieron ese día, o el 4 por estar asociado a la figura paterna.

Cada número tiene una historia detrás, y el boleto se convierte así en un pequeño símbolo de conexión emocional. Para muchos, representa más que una posibilidad de ganar dinero: es una forma de mantener viva la memoria de alguien, de honrar momentos significativos o simplemente de confiar en algo que no se puede ver, pero sí se puede sentir.

Entre los compradores más frecuentes hay quienes llevan más de dos décadas participando. Aunque no todos han obtenido el premio mayor, varios relatan haber ganado cantidades de entre 20 mil y 35 mil pesos a lo largo del tiempo. Lejos de verlo como un golpe de suerte pasajero, lo consideran una recompensa a su fe. Participar en la lotería, para ellos, es una forma de apostar no sólo al dinero, sino a la esperanza.

Una constante entre los vendedores es señalar que la mayoría de los clientes asiduos pertenece al rango de adultos jóvenes y los mayores de hasta 70 años. Personas que crecieron con la tradición y que aún hoy encuentran en ella una forma de mantener vivas sus creencias y esperanzas. Este grupo representa una parte fundamental del mercado, y su fidelidad está marcada por una mezcla de nostalgia, costumbre y convicción.

La conversación gira también en torno a la aparente falta de interés de muchos jóvenes por este tipo de juegos. La mayoría de los participantes coincide en que las nuevas generaciones no creen en la suerte. En un mundo donde lo inmediato y lo digital parecen dominar, confiar en un número impreso en un boleto puede parecerles anticuado o irrelevante. Sin embargo, quienes siguen comprando boletos sostienen con firmeza que la suerte no es algo que simplemente llega. Hay que salir a buscarla, provocarla, tener la disposición de creer en que algo bueno puede pasar.

Aun así, la participación en la lotería sigue teniendo una carga simbólica poderosa para quienes la practican. Más que una esperanza ingenua, es una forma de resistir ante la incertidumbre, de encontrar una pequeña chispa de ilusión dentro de la rutina diaria. Un boleto puede parecer insignificante, pero para muchos representa la posibilidad de un cambio, aunque sea momentáneo.

Al preguntar qué harían si llegaran a ganar el premio mayor, las respuestas son variadas pero coinciden en lo esencial: la intención de compartir la fortuna. Algunos sueñan con viajar, otros con invertir, pero la mayoría menciona el deseo de apoyar a quienes más lo necesitan, ya sea dentro de su familia o en su comunidad. La idea de ayudar a otros aparece como una prioridad, reflejo de una solidaridad que se mantiene viva incluso en contextos de escasez.

En medio de un entorno urbano lleno de prisa, los puestos de lotería funcionan como pequeñas islas de pausa y reflexión. Allí, quienes se acercan no solo compran un cachito, sino que también intercambian palabras, anhelos y supersticiones. Cada número tiene un significado, cada elección es una decisión consciente y cada juego es una oportunidad de soñar, aunque sea por unos días.

A pesar del paso del tiempo y los cambios culturales, la tradición de jugar la Lotería permanece como un acto de fe cotidiana. Una costumbre que, aunque cuestionada por algunos, sigue siendo para muchos una fuente real de emoción, esperanza y conexión con lo que más valoran.

Porque, como aseguran los que aún creen, la suerte puede que no toque la puerta, pero siempre vale la pena salir a buscarla.

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