Metrópoli

Magdalena; entre el olvido social y familiar, entre la fantasía y el dolor

Una mujer que no pareciera conocer su propia historia deambula en Iztapalapa. Abandonada por su familia, expulsada del psiquiátrico Fray Bernardino y ahora, sin hogar, busca un poco de consuelo en las calles de la gran avenida Ermita

La otra cara de... 

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Foto: "Yo soy feliz siempre y cuando tenga qué comer y donde dormir"

Alier Blancas

Como si de una historia fantástica se tratara, Magdalena Nájera Olivares, vive en la calle sin temor, sin miedo a la burla, al rechazo o la violencia. Es una mujer que ha aprendido a lidiar con su propia existencia y con la de los demás que pisan el pavimento de su alrededor; las palabras se confunden en su boca, su mirada se pierde un poco al observar, las frases que regala representan pequeñas historias y momentos atascados en su cabeza. ¿Su edad? Entre 22 y 18 asegura, esto a pesar de parecer de más 40.

Abando

Es en avenida Ermita Iztapalapa, en la Ciudad de México, que pasa sus días, a la altura de la conocida calle 39 y la 63. Cuenta, entre delirios, que fue hace tres años que la sacaron de su casa, misma donde vivía con sus padres, quienes ahora han pasado a mejor vida. Su hogar, a un par de calles donde ahora se encuentra sentada: casi a mitad de la banqueta y bajo la sombra que le brinda un árbol, le ha sido arrebatado pues, afirma, añora regresar y vivir con su familia, pero ellos ya no la quieren.

“A eso de las ocho de la noche me dejan entrar a dormir, pero en las mañanas me sacan, no les gusta que esté ahí por como soy”, expresó Magdalena, quien porta unas pantuflas, jeans azules y una blusa roja.

Comentó que, tras haber fallecido su papá, a los 69, una de sus primas decidido apoderarse de la casa con dos de sus hijos, mismos que están estudiando: “O no, sí, sí, y les va muy bien en sus carreras, ahorita ella está viviendo ahí y yo me voy, me da tristeza porque después de haber toda mi vida en esa casa, ahora ya ni siquiera puedo entrar”, expuso.

Foto: Sola y con dolores en sus piernas, es así que vive sus días en Iztapalapa

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Heridas de ayer y de hoy

Tras haber nacido con una herida en su cráneo, ser operada, y recibir todos los cuidados de sus padres, fue internada, por ocho años, en el Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez, ubicado sobre avenida Tlalpan, en el que, entre palabras confundidas y recuerdo difusos, además de un taco placero en su mano, afirmó que le hicieron de todo para que mejorara.

“Me hicieron tres operaciones, me cuidaban bien, y mis papás pagaban todo, los extraño”, expresó con voz melancólica.

Justo frente al Instituto Electoral de la calle 55, a lado de un local de maquillaje y cerca del nuevo Trolebús elevado, su vida se desdibuja y se pinta sin rumbo. Se traslada a su pasado, que pareciera un sueño y una mentira. Su voz dulce, un tanto ingenua e inocente, quiere decir mucho y cambia de parecer cada cinco segundos, tropieza con su lengua; hay una adulta afuera, pero una niña por dentro.

Sin INE, sin CURP, sin Acta de Nacimiento: sin maquillaje, sin filtros y perdida en la jungla de asfalto, por suerte recuerda su nombre y su hogar, ¿el verdadero? Aún no lo sabemos. En una pausa se acerca a otro de sus pensamientos fugaces: no es originaria de aquí, es de Querétaro, por San Juan del Rio, o algo así. Fue a los cuatro años que conoció la CDMX, lugar del que jamás ha vuelto a salir.

Foto: Avenida Ermita Iztapalapa, el hogar de día de Magdalena

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Sus piernas y sus pies ahora le duelen, le pesan y casi la torturan, reumatismo crónico afirmó. “Hace unos meses, aquí enfrente, por donde está el pastito, unos hombres me dieron tres golpes por donde está mi herida, la de nacimiento, y se me hizo una llaga, los hombres son unos malditos, (levanta su brazo izquierdo y se soba la nuca), creo que me salió sangre, pero bueno, yo siempre he estado trastornada”, comentó Magdalena.

Su salida del psiquiátrico no fue fácil, hubiera preferido ella quedarse ahí a andar en las calles, aunque, admite, es feliz mientras tenga que comer y donde dormir. Tras la pérdida de sus padres, ella por sí sola no pudo costearse la estadía en el lugar, se quedó sola: sin algún apoyo para mejorar su salud, sin apoyo de su familia, y, claro está, sin hogar, todo, desde hacer tres años.

Tres golpes en el cráneo, tres operaciones, tres pérdidas, es lo que acumula su andar y aún si, sonríe.

Feliz presente

“Sí, quiero ayuda, me gustaría estar en otro lugar en el que me cuiden, volver a mi hogar o regresar al psiquiátrico. Yo me siento bien en la calle y me busco la manera de ganarme mi comida, la gente no es grosera ni me maltrata, pero si ya no me dejan entrar a mi casa, yo quisiera otro lugar. Tengo 22 años, estoy chica” dijo Magdalena entre reminiscencias de una vida que, quizá, jamás pasó.

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Foto: "Yo soy feliz siempre y cuando tenga qué comer y donde dormir"

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La avenida, que en ningún momento dejó de estar infestada de tráilers, peseros, camiones, combis, motos y bicicletas, menos de sus estrepitosos ruidos, ahogan la voz de la ahora expuesta. Las miradas que la asaltan, mientras continúa comiendo, ahora un pedazo de bolillo, se confunden, detienen, retractan y enlazan entre los sentimientos de desprecio, lástima, horror y empatía… pero nadie hace nada, sólo observan, de arriba abajo, a una mente que no conoce ni su propia historia.

La policía llegó, pasó de largo. Trabajadores de Iztapalapa “La más incluyente” la rodearon y soltaron unas carcajadas. La gente, ni se diga. Nadie le da una mano.

¿Quién se preocupa de los olvidados, a quienes les importan? Vivir sin existir, así se graba una historia más sobre las calles de la ciudad, en Iztapalapa, la más ilusoria, la más feroz

Foto: La indiferencia es, quizá, la peor enemiga de Magdalena

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Alier Blancas

@AlierBlancas