Opinión

La epidemia y el médico del rey

La epidemia y el médico del rey

La epidemia y el médico del rey

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Nada menos que 60 mil ducados para financiar el viaje. Una verdadera fortuna. Pero Felipe II de España sentía un genuino interés por conocer lo que había en sus dominios, esos en donde nunca se ponía el sol. De modo que soñó, pensó, en una expedición, en la que participaran hombres sabios, de honor y de confianza. Ellos sabrían contarle las maravillas de esas tierras. No serían los primeros, ciertamente. En tiempos de su padre, Carlos V, ya algunas mentes brillantes habían comenzado a dar a conocer en Europa las sorpresas que guardaban las islas descubiertas, y ese reino al que se le había dado el nombre de Nueva España. Pero Felipe II quería aportar, a la noble historia de los Austrias, su grano de arena en ese novedoso cargamento de portentos y maravillas.

El elegido fue el médico toledano Francisco Hernández, educado en la Universidad de Alcalá. Había ejercido su arte en esa ciudad, y también en Sevilla, en un hospital perteneciente al monasterio de Guadalupe, posición que le dio prestigio y le generó buen dinero. Se tiene noticia de que tuvo conocimiento y trato con uno de los grandes anatomistas de su época, Andrea Vesalio. Tendría unos 50 años cuando regresó a Toledo, en 1565, y su fama lo convirtió en el médico de la corte de Felipe II.

Entre sus méritos, Hernández contaba con un enorme interés por la herbolaria y la botánica, y le apasionaba el estudio de la naturaleza. Todo lo anterior, sumado a su fama de buen médico, lo colocó en la ruta de las ambiciones reales. Era enero de 1570, el médico fue designado por el rey para encabezar una expedición que se centraría en el reino de la Nueva España, y recibió un nombramiento adicional: se convirtió en el Protomédico General de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, es decir, la máxima autoridad médica en las Indias. Esa condición, con el tiempo, sería una ventaja importante para los retos que enfrentó.

HACIA LA NUEVA ESPAÑA. La expedición del médico Francisco Hernández partió en agosto de 1571, y desembarcó en Veracruz en febrero de 1572. Con los generosos fondos otorgados por la corona, el médico, quien viajaba con su hijo, se hizo acompañar de un geógrafo, de pintores y de botánicos. Una vez en tierra, ese equipo, de por sí nutrido y que hoy llamaríamos “interdisciplinario", se enriqueció al tratar a curanderos indígenas.

Hernández pasó tres años viajando por todo el reino, haciendo numerosas notas, supervisando los dibujos con los que ilustraba sus reportes: hizo las descripciones de numerosas especies vegetales y sus utilidades en el terreno de la salud; también recopiló información acerca de los animales que habitaban en estas tierras, algunos muy conocidos, como los armadillos, pero también se refirió a extrañas especies que no han llegado al presente, como unos extraños, desconcertantes “perros gibosos (jorobados)”, desconocidos para los mexicanos del presente.

Mucho fue el trabajo del médico Hernández en materia de herbolaria. Su misión consistía en identificar las especies que eran empleadas por los nativos del reino, aprender sus formas de cultivo y aprovechamiento. Con todo y su rimbombante título de Protomédico de las Indias, el enviado de Felipe II trabó relación con los curanderos, y probablemente llegó a aprender un poco de náhuatl. Armó un impresionante herbolario, donde lo mismo estaban consignadas las virtudes medicinales del ahuehuete, que plantas con nombres extraños, no exentos de poesía: medicina de junco, árbol de fuego, tambor del agua, caña de conejo. En sus escritos aparecen ya hongos con propiedades alucinógenas, que causaban ataques de risa a quienes los ingerían. A todo eso añadió la descripción de unos 400 animales, de todo tamaño y pelaje. Todas esas fichas eran un prodigio de detalles; lo mismo el fulgor del plumaje de las aves, que el color de los animales insólitos que iba descubriendo a su paso.

Con todo este trabajo, ya es suficiente como para que la expedición del médico Francisco Hernández figurara, con gran brillo, en la historia de la ciencia. Pero además, tuvo la oportunidad de mirar de cerca, uno de los aspectos más duros de la práctica médica: una epidemia de un mal extraño, desconocido. Los naturales lo llamaban cocoliztli.

LA EPIDEMIA. Francisco Hernández permaneció en la Nueva España hasta 1577 y eso le permitió presenciar la epidemia de cocoliztli que ocurrió en el reino en 1576. Después regresó a su patria. Murió un par de años después, y nunca vio publicado su formidable trabajo acerca de la flora y la fauna novohispanas. Hasta 1615 se publicó un compendio de su investigación: Los “Cuatro Libros de la Naturaleza y Virtudes de las Plantas y Animales que están recibidos en el uso de la Medicina en la Nueva España". En el tiempo transcurrido entre la vuelta de Hernández a España y la publicación de su obra, trascendió que había escrito un tratado acerca del cocoliztli. Pero durante muchos años se creyó que el escrito sobre la epidemia se había perdido.

Pero el trabajo de Hernández no había desaparecido. Los eruditos decimonónicos mexicanos, como Francisco del Paso y Troncoso y Nicolás León, lo intentaron hallarlo en vano y se lamentaron de la pérdida del documento. Pero el texto largamente buscado apareció a mediados del siglo XX, junto con otros escritos del médico, en el archivo del Ministerio de Hacienda, en Madrid.

Por otras fuentes, como fray Bernardino de Sahagún, se conocían los detalles de la epidemia de cocoliztli, que atormentó a la Nueva España entre 1576 y 1578, y eran ya conocidos los estragos que causó entre la población. En aquellos momentos, los médicos aseguraron que la enfermedad era causada por el brutal calor que experimentó el reino dos años seguidos en que no hubo lluvias y la sequía destruyó las cosechas.

Hernández asumió su papel de Protomédico, y por su consejo, la autoridad virreinal organizó brigadas de auxilio médico y espiritual, que intentaban vencer la enfermedad. Como todos los remedios conocidos resultaron infructuosos, el médico decidió ir a fondo en la observación de la enfermedad. El resultado fue un texto llamado “De la enfermedad de la Nueva España del año 1576, llamada por los indios cocoliztli”.

En él se habla de “fiebres contagiosas, abrasadoras y continuas, mas todas pestilentes, y en gran parte letales. Pulsos frecuentes y rápidos, más pequeños y débiles… los ojos y todo el cuerpo, amarillos. Postemas detrás e una o de las dos orejas, con tumor duro y doloroso… dolor de corazón, pecho y vientre, temblor, y gran angustia y disenterías…” Los esfuerzos médicos fracasaban; el Protomédico de las Indias ordenó llevar a cabo “anatomías”, es decir, autopsias, para intentar comprender la naturaleza del mal.

Hoy parecería casi lógico recurrir a una autopsia para entender la enfermedad. Pero en tiempos de Francisco Hernández, abrir un cuerpo humano con fines de estudio era cosa muy mal vista y asunto de herejes e impíos. Si él no hubiera ostentado el alto cargo conferido por el rey, difícilmente habría podido llevar a cabo sus observaciones.

“Los miembros, putrefactos, y les manaba sangre de los oídos; fluíales la sangre de las narices”. Las autopsias mostraron que las víctimas del cocoliztli morían con el hígado hinchado, con el corazón, el bazo y los pulmones ennegrecidos…” Rara vez atacaba el cocoliztli a los viejos, y los jóvenes se morían como moscas. ¿el tratamiento? Hernández dejó consignados los remedios de los indios: raíces reducidas a polvo, diuréticos, “ungüentos para desobstruir”, aplicados en el vientre del enfermo. Jugo de coatli, jugo de iztapactli, atochietl cocido. Combinó los remedios de la tierra con sustancias europeas, como jugo de granadas o agua de cabeza de rosas. Aseguró el médico que, a pesar de la gran mortandad, sí lograron salvar a muchos enfermos.

Muchos investigadores de las antiguas epidemias novohispanas han identificado el cocoliztli con el tifo, Otros, historiadores de la medicina, aseguran que no eran la misma enfermedad. Hoy día, en realidad, no acabamos de saber qué fue el cocoliztli. Lo que sí sabemos es que, hace 450 años, hubo un médico con visión científica que intentó descifrar el terrible mal.

Twitter: @BerthaHistoria
historiaenvivomx@gmail.com
El médico toledano Francisco Hernández, designado por el rey Carlos V en la misión científica, dibujó la fauna de las nuevas tierras, como el armadillo.