Opinión

Terry Eagleton y el sentido de la vida

Terry Eagleton y el sentido de la vida

Terry Eagleton y el sentido de la vida

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El inglés Terry Eagleton ha sido conocido en el mundo hispánico por sus estudios de narratología, análisis y crítica literaria, incluidas sus investigaciones históricas sobre el devenir cultural y el posmodernismo, campos en los que ha destacado a la manera del norteamericano Harold Bloom; por eso nos ha sorprendido encontrar un librito que lleva por título El sentido de la vida, bellamente impreso por la editorial Paidós.

En medio de la hojarasca de miles de libros motivacionales que pretenden enderezar los caminos de millones de seres humanos que han perdido la esperanza en el porvenir; cuyo horizonte sombrío se agrava por una crisis sanitaria a la cual no se le ve fin, resulta aleccionador asomarse a una perspectiva inteligente del mundo, la cual toma como referencia la filosofía y la literatura.

Es un lugar común hablar del sentido de la vida, con un tono sombrío, melancólico o, por el contrario, de franca alegría, animada del optimismo fatuo de algunos espíritus hechizados, que pretenden desconocer las penosas realidades del género humano y auguran un futuro prometedor, asumiendo el tono de los mercaderes de la felicidad y los emporios trasnacionales.

Ante ellos, Eagleton asume un estilo directo, irónico, descarnado, sin complacencias y, sobre todo, pleno de una intrépida lucidez para desbrozar un terreno que ha sido sembrado de supercherías o, en el caso extremo, por verdades metafísicas, inaccesibles a la gente no iniciada en el terreno de la reflexión científica; la gente de carne y hueso, que con sus acciones cotidianas participa de la vivencia humana.

La obra comienza con una justificación, pues si somos capaces de hacer una tesis sobre el sistema vaginal de las pulgas, ¿por qué no habríamos de hablar del sentido de la vida?, se cuestiona el autor. Y a partir de este principio, que nos parece inobjetable, Eagleton, como buen inglés partidario de la filosofía del lenguaje, pretende aclarar el significado de la pregunta “¿cuál es el sentido de la vida?”, acompañado en su propósito por Ludwig Wittgenstein, para quien el problema de las preguntas filosóficas no se haya en su respuesta sino en la formulación.

Para Ludwig Wittgenstein hay preguntas que no deben enunciarse, acaso por la banalidad de su respuesta, y también hay cuestiones que es mejor obviar o callar, por la imposibilidad de su expresión lógica, sin embargo, la vida bien vale ser cuestionada, según lo expone en estas palabras: “si alguien llegara a pensar que ha resuelto el problema de la vida y se creyera convencido de que ahora todo es mucho más fácil, podría ver que se equivoca…”

Decir que la vida no ha sido lo suficientemente explicada, genera la pertinencia de la pregunta y nos permite aproximarnos a algunas respuestas. Para Terry Eagleton es claro que vivimos en una sociedad donde se ha perdido el sustento o el sistema de creencias que daban sentido a la existencia de la mayoría de los seres humanos. La Edad Media fue la etapa en que Dios certificaba el principio y el fin de todas las criaturas; además, los mundos terrestre y divino estaban hechos a su imagen y semejanza.

El Renacimiento cambia el foco de atención de la divinidad al hombre; comienza el libre albedrio, surge la duda metódica, el empirismo y el racionalismo, los cuales buscan explicar el universo a través de la experiencia y los sentidos para concluir, no sin soberbia, que el ser humano es la medida de todas las cosas y la ruta del progreso, llámese revolución industrial, es el camino a la felicidad.

El desarrollo económico acelera la acumulación de bienes materiales, pero también la marginación y la pobreza. A finales del siglo XIX, el germen de las revoluciones, nacidas del descontento social, empieza a multiplicarse como señal del nuevo fantasma que recorre al mundo. En 1910, México entra en el movimiento armado; Rusia en 1917; España en 1936; y entre estas revoluciones nacionales destacan la primera y segunda guerras mundiales, que son la expresión más acabada de la barbarie civilizada, contraria al humanismo renacentista.

Las consecuencias de los conflictos bélicos agudizan las crisis sociales y el colapso de los sistemas de creencias; Terry Eagleton recuerda el pesimismo de Schopenhauer, para quien la vida de los hombres y mujeres es semejante a la del topo, animal ciego que vaga entre túneles, siempre dispuesto a alimentarse y procrear para perpetuar la especie. También cita a Nietzsche, quien aconseja huir de la fealdad del mundo a través del arte.

En el siglo XX, siguen las diversas manifestaciones del absurdo en la literatura, Kafka, Jarry, Beckett, Camus y Jean-Paul Sartre representan esta vena pesimista que ve en los campos de exterminio una catástrofe del sentido de la existencia. A ellos se puede sumar el movimiento hippie de los años sesenta y la postrera dispersión en las décadas venideras hasta legar a la posmodernidad, donde imperan las redes sociales, las leyes del consumo, la indiferencia al compromiso social y el amor al prójimo.

Terry Eagleton menciona que tradicionalmente se ha asociado la felicidad con “el poder, el amor, el honor, la verdad, el placer, la libertad, la razón la autonomía, el Estado, la nación, Dios, el sacrificio personal, la contemplación, vivir en consonancia con la naturaleza…”; sin embargo, coincide con Aristóteles en que vivir es una práctica, una forma de fraternizar con los demás, de acuerdo con ciertos principios éticos y morales, sin descuidar el sentimiento de amor cristiano, ese impulso solidario que ha demostrado su gran fuerza a lo largo de la historia.

Agrega Eagleton: “El sentido de la vida no es la solución de un problema; consiste, más bien, en vivir de un cierto modo. No es metafísico, sino ético. No es algo separado de la vida, sino algo que hace que vivir valga la pena (lo que equivale a decir que es una cierta calidad, profundidad, abundancia e intensidad vital).”

El amor, el ágape griego combinado con la compasión cristiana, es la clave de una felicidad donde cada quien aporta lo mejor de sí mismo .