Opinión

Columna Benjamín Barajas

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La dicotomía entre barbarie y civilización tiene una historia que podría remontarse a los primeros pueblos de que se tenga memoria por los registros escritos. Se trata de prácticas y conceptos que marcan relaciones de fuerza, de dominio y exclusión de los otros, porque se consideran diferentes a los usos culturales de una sociedad preponderante.

En Grecia, eran bárbaros todos aquellos que no conocían la lengua griega y que no compartieran un conjunto de creencias esenciales para los hijos de Atenas y, en consecuencia, los pueblos aledaños merecían pasar a la esclavitud por sus costumbres rudimentarias y su origen marginal, según se deriva del pensamiento de Aristóteles en la Política; cuyas ideas también comparte Alejandro Magno, alumno del gran filósofo, en sus expediciones de conquista.

El imperio romano, cuya cultura asume la tradición griega, confirió un alto valor a la lengua latina, aunque concedió libertad de culto a los pueblos “bárbaros” romanizados siempre que no atentaran contra la unidad de la “nación” y, al igual que los griegos, reconoció en la civitas (o ciudad) el símbolo de la civilización. En este sentido, todos los caminos conducían a Roma, la reina del universo, y los legionarios, como Julio César en las Galias, podían justificar sus guerras y masacres en nombre de una comunidad de espíritu.

Como sabemos, el cristianismo primitivo florece entre las ruinas del imperio romano, es revolucionario por su “opción preferencial por los pobres”, pero en cuanto adquiere poder, y esto sucede cuando se le declara religión oficial en el menguante imperio de los césares, se vuelve represor y amante de las hogueras, como medio para dirimir las disputas teológicas. Entonces la dicotomía se transforma en trilogía: barbarie, civilización y cristianismo. Estos tres elementos configuran, de muchas maneras, la sociedad europea en los umbrales de la Edad Media y el Renacimiento.

Pero un acontecimiento grandioso habrá de conmover al Viejo Mundo para siempre: el redescubrimiento de América en 1492; desde ese momento se tuvieron que restructurar los mitos de la creación, pues habría que buscar una filiación de los pueblos recién encontrados con el linaje de Abraham y la vieja tribu perdida de Israel.

En principio, muy pocos pusieron en duda que los europeos se habían topado con pueblos bárbaros y paganos; adoradores de ídolos y del diablo; pues en Mesoamérica, al igual que en la China antigua, se veneraba al dragón, al cual los santos medievales mataban para su propia gloria y la del Señor en las alturas. Aunado a ello, los horrorizaba el canibalismo, el culto a la muerte, la práctica de los sacrificios y, en fin, la colisión de dos continentes que, al mirarse, no celebran lo diferente y sino las diferencias, el mutuo rostro del salvaje.

Pero correspondió al célebre fray Bartolomé de las Casas iniciar el proceso del cambio de perspectiva respecto a los naturales de América; en su obra Brevísima relación de la destrucción de la Indias da cuenta de las atrocidades cometidas por los conquistadores y clama por un cambio de estrategia, para que estas pobres gentes, que también tienen alma y son hijos del Señor, reciban el evangelio y, en consecuencia, enderecen el camino y entren a la ciudad de Dios, imaginada hacía siglos por Agustín de Hipona.

Para fray Bartolomé, la evangelización es inevitable y para salir del error y alcanzar la salvación eterna, pensaba que los indios de América, siguiendo a Tomás de Aquino, padecían la “ignorancia vencible” y no como los árabes, cuya “ignorancia es invencible”; por lo tanto, hay que predicarles el evangelio con buenas maneras y confiarlos a encomenderos que sean devotos y buenos cristianos. La lucha de fray Bartolomé es trascendente por haber conseguido que, a mediados del siglo XVI, en el seno del Consejo de Indias, se discutiera el problema, aunque en la sucesivo, como ya había ocurrido en Cuba, los indígenas siguieron muriendo, abandonados a su suerte, a lo largo de los trescientos años de la dominación española.

Era tanta su preocupación por los naturales de América, según confiesa Borges en su obra Historia universal de la infamia, que Fray Bartolomé abogó ante Carlos V para que se trajera a los negros africanos a América, como esclavos, porque eran más fuertes para desempeñar los trabajos rudos. Esa sencilla petición, cuya realización no dependió de la voluntad de un hombre sino de un contexto geopolítico, tuvo incalculables consecuencias en la historia de nuestro continente, y no solo por el surgimiento   del Blues o el Jazz, sino en el fatídico destino de muchísimas personas que vivieron bajo el yugo de la dominación blanca, cuyo drama todavía apreciamos en Haití.

En el siglo XVIII, se desarrolla el movimiento ilustrado y abundan las declaraciones de amor a la ciencia, la razón y el progreso de la humanidad, que se libera por fin del oscurantismo, las supersticiones y, en general, del primitivismo de los pueblos atrasados que deben ser incorporados al periplo civilizatorio; pero en medio de este delirio racionalista, surge el romanticismo que, por lo contrario, recupera la magia, el sueño, la sabiduría de Mefistófeles, el viaje al pasado e idealiza la naturaleza y la Edad Media.

Aparece entonces Juan Jacobo Rousseau, quien comparte lo mejor de ambos bandos, pues en su temperamento convive el racionalismo y el ideal campirano donde habita el “buen salvaje”, el hombre sencillo de los bosques, que carece del refinamiento urbano, pero puede dar el gran salto hacia el pacto social, mediante la educación.

La influencia de Rousseau no solo es importante en los movimientos de independencia de las colonias americanas de España, sino por la recuperación del viejo tópico del centro civilizado frente a lo marginal, como se aprecia en la obra de Domingo Sarmiento, quien hacia 1845 escribió Facundo o civilización y barbarie.

Y en esta posmodernidad, el filósofo Edgar Morin se ha ocupado del tema, desde una perspectiva Eurocéntrica, en su obra Breve historia de la barbarie en Occidente, lo cual demuestra que las heridas de la exclusión y el sometimiento siguen abiertas.

* Poeta y académico