Opinión

1968: Del autoritarismo al caudillismo

1968: Del autoritarismo al caudillismo

1968: Del autoritarismo al caudillismo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En el nuevo aniversario de la masacre de estudiantes del 2 de octubre de 1968, algunos amigos me preguntan qué reflexión puedo hacer comparando el escenario político de aquel año con el presente.

La lucha estudiantil de 1968 se propuso lograr la democracia para México, acabar con el autoritarismo, afirmar el imperio de la ley, eliminar leyes que negaban los derechos humanos y construir una democracia moderna, ajena a la corrupción y a las políticas corporativas y clientelares del PRI-Gobierno.

Este programa político está lejos de conseguirse. La herencia institucional de la Revolución Mexicana se conserva, prácticamente, intocada. Es verdad que los mexicanos logramos armar un sistema electoral eficaz, imparcial y democrático, que ha hecho posibles cambios políticos cruciales, como la alternancia en la presidencia del año 2000 y el triunfo de López Obrador en 2018. Pero no hemos ido más allá.

Por el contrario, México está experimentando regresiones antidemocráticas. En 1968 los estudiantes enfrentamos un sistema autoritario representado por el PRI y su red asociada de organizaciones gremiales y corporativas; en la actualidad el país tiene –padece- un poder político concentrado en un apersona.

No tenemos una democracia moderna, lo cual significaría una ciudadanía participativa e informada, una toma de decisiones que asegure la participación de la sociedad, un orden sustentado en la paz y la justicia, una auténtica separación de poderes y un estado de derecho con vigencia irrestricta de la ley.

El presidente, AMLO, actúa solo, como cualquier caudillo: su trabajo no se sustenta en un partido ni en redes de organizaciones sociales, incluso no tiene equipo de expertos que lo asesore en la toma de decisiones. Es más, mucha gente piensa –probablemente con razón, que incluso no cuenta –escuche usted bien—con un solo colaborador de confianza con pueda compartir ideas.

Gobierna solo. Además, lo hace apegándose a un extraño formato: a través de las conferencias diarias en cadena nacional, en diálogo con un grupo de periodistas. Bajo este formato, es comprensible que el presidente improvise, que trate temas que ignora total o parcialmente, que incurra en errores, que haga juicios sin fundamento, etc. etc.

Pero él no lo admite. El presidente no acepta cometer errores o equívocos. Nunca resbala. Siempre guarda la vertical, la razón siempre está de su lado, y, si alguien lo critica, automáticamente ese alguien es descalificado e identificado como conservador, neoliberal, corrupto o provocador. Desde luego, en su entorno, nadie se atreve a disentir.

Como consecuencia, un solo hombre nos gobierna y la deliberación pública para la toma de decisiones, simplemente, no existe. Este sistema político ha permitido que se tomen decisiones absurdas y erróneas y se pongan en práctica políticas sociales diseñadas para que la población beneficiada guarde lealtad eterna a su benefactor: el Presidente de la República.