Opinión

1994, el documental

1994, el documental

1994, el documental

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Uno de los más notables problemas contemporáneos es la tendencia a aplastar la historia en una masa informe. Eso vale incluso para la reciente, que a menudo queda reducida a dos o tres trazos simplistas. Sin el conocimiento de esa historia, nosotros también quedamos reducidos a un par de reacciones, igualmente simplificadoras.

La serie documental 1994, producida por Vice, dirigida por Diego Enrique Osorno y presentada por Netflix, resulta un buen recordatorio de la complejidad de la trama política mexicana hace un cuarto de siglo, útil no solamente para las nuevas generaciones, sino también como recordatorio y como generador de preguntas para quienes vivimos aquel año convulsionado.

1994 es la crónica de varios derrumbes. El de la presunción de que México se encaminaba al primer mundo. El de la idea de que se podía hacer política moderna en el país. El del concepto de que las instituciones avanzaban hacia una mejor procuración de justicia. Todo eso se fue cayendo en pedazos a lo largo de aquel año.

Es también la crónica de derrumbes personales. No sólo el del asesinado candidato Colosio, sino también el de su entorno, el del propio presidente Salinas y el de otros personajes a los que aquel magnicidio les cambió la vida. Hay muchas personas a las que se les enchuecó el destino aquella tarde en Lomas Taurinas, hace 25 años.

A veces la serie coquetea con la idea de que se derrumbó el país. En todo caso, lo que se vino abajo fue un concepto de país. Uno en el que los cambios fueran a través de aterciopeladas reformas sucesivas. Lo que se vino abajo fue una ilusión, pero el país siguió, gracias a sus fortalezas, pero enseñando sus debilidades más evidentes.

Varias cosas llaman la atención en el documental. Una es recordar el enorme poder que tenía la maquinaria priista en aquel entonces; nada comparado con lo que sucedió después o con lo que hemos visto en el pasado reciente. Otra, la buena cantidad y variedad de personajes entrevistados, que permiten ver el tema desde ángulos muy distintos. Una tercera, la presentación de algunos videos inéditos o poco conocidos. Finalmente que, si bien la serie desliza algunas posibilidades, no se casa con la idea —común, facilona y nunca probada— de la conspiración para matar al candidato.

En ese doble juego: el desliz de la sospecha y la reiteración de la imposibilidad de una comprobación, radica tal vez el atractivo del documental. Nos queda claro que Mario Aburto es el asesino solitario, que está dañado de sus facultades mentales y que todo lo demás es especulativo y lo seguirá siendo. También, que el terreno para la especulación siempre estará ahí.

Muchos de los testimonios expresan versiones ya conocidas. Pero algunos revisten interés particular. Me parece notable el nivel de preocupación y desconfianza que se desarrolló en el grupo de colaboradores cercanos de Colosio, cuando el resurgimiento del protagonismo de Manuel Camacho, tras el alzamiento zapatista. Ese sospechosismo sobre un cambio de candidato en el “círculo rojo” no existía a nivel de calle.

Análogamente, me parecen notables el desparpajo y la seguridad con las que el expresidente Salinas habla del nombramiento de Camacho como comisionado para la paz en Chiapas, como si aquel no hubiera hecho un berrinche que acabó con la eficacia tradicional del dedazo y como si no imaginara la reacción en el equipo del que estaba destinado a ser el próximo presidente de la República.

Por lo mismo, y tomando en cuenta los dardos que lanza en su entrevista Federico Arreola, me extrañó que no hubiera en el documental referencia a la famosa manta que apareció en Lomas Taurinas (“Camacho y Marcos te vigilan”) o el trato que se le dio al comisionado cuando intentó acudir al velorio de Colosio. Y que tampoco conozcamos la versión al respecto de la persona más allegada a Camacho entre los entrevistados: Marcelo Ebrard.

Todos los entrevistados saben que el documental va a ser difundido y la mayoría son cuidadosos. Esto incluye al subcomandante Marcos, que omite —por ejemplo— explicar las razones políticas y militares del retroceso zapatista tras los llamados Diálogos de Catedral y, en cambio, lanza hipótesis en las que él queda bien y quienes fueron sus rivales políticos quedan mal.

Hubo quien no quiso ser entrevistado para el documental. El caso más notable es el expresidente Ernesto Zedillo que, a final de cuentas, sale mal parado, especialmente por el manejo sucio que hubo en el caso del otro asesinato político clamoroso de aquel año: el de José Francisco Ruiz Massieu.

Finalmente, lo más dramático del documental no es solamente la tragedia de Colosio, engrandecida al haber sido presentado como un hombre sin tacha y un seguro reformador de fondo (lo primero es imposible; lo segundo, no lo sabremos). Lo más dramático es la desgracia de ver en acción a las instituciones de procuración de justicia del país. El pietaje del interrogatorio a Mario Aburto es para dar vergüenza, por lo mal preparados de los investigadores. Las declaraciones del entonces ombudsman de Baja California, José Luis Pérez Canchola, son para poner los pelos de punta a cualquiera, porque dan cuenta de la inexistencia de métodos efectivos de investigación criminal.

En medio de todo ello, las falacias de los encargados de “llegar hasta donde tope”. Las invenciones de acción concertada del fiscal Montes, el alucinante caso del fiscal Chapa Bezanilla, su vidente La Paca y la osamenta de El Encanto (ya para el último capítulo la serie da saltos que sólo permiten seguirla a quien esté más o menos enterado). Y como muestra del dolor humano que causa este tipo de “procuración de justicia”, los testimonios de Rodolfo Mayoral y Othón Cortés, gente del pueblo, priistas de a pie, que estuvieron un tiempo presos en Almoloya, injustamente acusados de efectuar una “acción concertada” para matar a Colosio. No sorprende la actitud de Cortés, ahora arrepentido de haber servido al sistema. Esa decepción quizá pudo haber sido el mejor colofón de la serie.

(Y hablando de sistema y personajes de la trama, resulta por lo menos curioso que tanto el secretario particular de Colosio, como el principal colaborador de Camacho y el primer titular de Gobernación con Zedillo estén ahora en el gabinete. Cosas veredes.)

Creo que Osorno nos debe una segunda parte. Al menos a quienes vivimos ese año difícil. Estaría bien que cubriera lagunas y que de vez en cuando hiciera sentir incómodos a sus entrevistados.

fabaez@gmail.com

www.panchobaez.blogspot.com

Twitter: @franciscobaezr