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30 años de la caída del Muro de Berlín. Del picnic a la respuesta improvisada que cambió la historia

Aniversario. Una rueda de prensa y un vocero de la RDA que no se leyó los papeles y empezó a improvisar ante periodistas extranjeros, dio paso al momento culminante del siglo XX: La caída del Muro de Berlín, la noche del 9 de noviembre de 1989

Aniversario. Una rueda de prensa y un vocero de la RDA que no se leyó los papeles y empezó a improvisar ante periodistas extranjeros, dio paso al momento culminante del siglo XX: La caída del Muro de Berlín, la noche del 9 de noviembre de 1989

30 años de la caída del Muro de Berlín. Del picnic a la respuesta improvisada que cambió la historia

30 años de la caída del Muro de Berlín. Del picnic a la respuesta improvisada que cambió la historia

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

"Fue la peor noche de mi vida”. Quien habla así, refiriéndose a aquel inolvidable 9 de noviembre de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín, sólo pudo haber sido un jerarca comunista. Así lo confesó a la BBC Ego Krenz, el último presidente de la desaparecida Alemania del Este, quien juró el cargo en octubre de ese año, tras la dimisión de Erick Honecker, y en diciembre se resignó a renunciar para dar paso a la ­reunificación alemana.

A parte de Krenz, Honecker y los que se beneficiaban del régimen prosoviético, el resto de los ciudadanos de las dos Alemanias (y del mundo) vivió aquella noche entre la euforia y el vértigo de saber que estaban asistiendo a un momento histórico que iba a cambiar el mundo… y vaya si lo cambió: dos años después colapsaba la Unión Soviética y Estados Unidos se proclamaba vencedor de la Guerra Fría.

En lo que sí hay consenso

—incluso entre los “ostálgicos”, como se conoce a los nostálgicos de la Alemania de Este (Ost en alemán)— es en que el Muro hacía grietas y tarde o temprano iba a caer. Lo que nadie esperaba es que fuera a ocurrir esa fría noche del 9 de noviembre de 1989 y con un protagonista desconocido. Como aquél oficial fronterizo húngaro que dos meses antes tuvo en la mira de su fusil a unos alemanes que escapaban a la libertad.

El picnic que abrió la Cortina. El 4 de octubre de 1990, al día siguiente de la reunificación alemana, el canciller alemán declaró, en un ejercicio de honestidad, que “fue Hungría donde tiraron la primera piedra del Muro de Berlín”.

Todo ocurrió tres meses antes de la caída del muro, el 19 de agosto, en la ciudad húngara de Sopron, en la frontera con Austria. Para ese día estaba anunciado un evento binacional llamado “Picnic Paneuropeo”, que fue posible gracias a la llegada al poder del primer ministro reformista ­Miklos Nemeth, quien ordenó relajar la seguridad en la parte húngara de la Cortina de Hierro.

Lo que no esperaban las autoridades de Budapest es que al picnic acudieran más alemanes que húngaros con la evidente intención de cruzar la frontera, entre ellos Robert Breitner, de 19 años. “Crecí a sólo 300 metros del Muro de Berlín, pero en Hungría la posibilidad de morir no era tan alta”.

Pero nuestro protagonista desconocido no fue el joven alemán, sino el teniente coronel húngaro Bella Arpad, quien recibió la orden de no dejar pasar a los alemanes a Austria, incluso disparando, si fuera necesario.

“Desde el puesto de vigilancia a la frontera había unos 120 metros. Sólo tuve unos 20 segundo para decidir qué hacer”, relató sobre la llegada a la frontera de una muchedumbre de alemanes, algunos padres con sus niños sobre los hombros. “Para mí estaba claro que no podríamos frenarlos sin el uso de las armas. No lo hice. Disparar contra civiles hubiera sido una vergüenza para Hungría”.

Hermann Pfitsenreiter recuerda los abrazos y las lágrimas tras cruzar sin problemas la frontera y no olvida el gesto del oficial húngaro. “Creo que él tenía el mismo miedo que nosotros sobre lo que iba a pasar. Sólo que nosotros, detrás de la frontera éramos libres, pero él tuvo que quedarse y dar explicaciones en casa. Sólo puedo quitarme el sombrero ante lo que hizo”, declaró.

Las imágenes de los alemanes orientales celebrando tras cruzar la frontera tuvo el impacto de un tsunami dirigiéndose hacia el dique. La suerte de la Cortina de Hierro, que partía en dos a Europa, dividía en dos Alemania y convertía a Berlín Occidental en una cárcel amurallada, estaba echada.

“Entiendo que de manera inmediata”. Nada mejor para entender que el imperio soviético y sus satélites, entre ellos la República Democrática Alemana (RDA), se asentaban sobre un castillo de naipes, que lo que ocurrió ese 9 de noviembre de 1989.

“La presión era enorme. La gente no entendía que no pudieran viajar”, recuerda Peter Steglich, entonces funcionario del Ministerio de Exteriores y parte del equipo que negociaba con autoridades de Berlín Occidental para alojar a decenas de miles de “turistas” que iban tener permiso para pasar con sus familiares esa Navidad.

En eso andaban el mediodía Steglich, el alcalde de Berlín Occidental y un miembro del Politburó de la RDA, Günter ­Schabowski, cuando una llamada del Comité Central del Partido les anunció que los periodistas extranjeros habían sido convocados a las 6:00 de la tarde para informar sobre una nueva Ley de Viajes.

Schabowski fue designado para que dirigiese la rueda de prensa con la que se trataría de regular las salidas del país y calmar los ánimos de la población. En ningún momento se habló de abrir la frontera.

Acostumbrado a escribir a los periodistas locales lo que tenían que preguntar, Schabowski se presentó poco después de la 5 de la tarde sin haberse leído un solo apartado de la nueva ley y enfrentado a corresponsales extranjeros…  así comenzó el circo del absurdo.

El primer disparo, como recuerda El País, lo realizó Riccardo Ehrman, corresponsal de la agencia italiana Ansa, quien le preguntó sobre una ley anterior de viajes considerada por la población pura propaganda. Schabowski trató de salir del embrollo anunciando que “hoy se ha adoptado una decisión para que la gente pueda abandonar la república”. Se genera un pequeño revuelo y los periodistas se interrumpen unos a otros para preguntar. “¿Con pasaporte?”, pregunta uno. “¿A partir de ya?”, grita el corresponsal de Bild, Peter Brinkmann. “¿También vale para Berlín oeste?”, añadió.

Cada vez más nervioso. Schabowski revuelve sus papeles en busca de una respuesta, se rasca la frente, se pone los lentes y lee: “Se podrán solicitar viajes privados fuera del país sin justificación, sin razones para el viaje o sin relaciones familiares y serán aprobados con brevedad”. Un tercer periodista, Ralph Niemeyer, vuelve a preguntar que a partir de cuándo. Schabowski vuelve a los papeles sin saber muy bien lo que lee. “Yo entiendo que de manera inmediata, inmediatamente”. No lee sin embargo, la siguiente página, donde se dice que hasta el día siguiente no se tomaría la decisión de expedir visados y bajo qué condiciones.

Pasaban de las siete de la noche y el principal noticiero de Alemania Occidental abrió con el siguiente titular: “Hoy es un día histórico. La RDA ha anunciado que las fronteras están abiertas para todo el mundo”, y dio paso en directo a un enviado al pie del muro, cerca de la Puerta de Brandenburgo, hacia donde corrían, desde los dos lados de Berlín, miles de alemanes que querían ser protagonistas del momento culminante del siglo XX.

fransink@outlook.com