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75 años de la bomba de Hiroshima: Del haz de luz amarilla al recuerdo que se desvanece

HORROR. Mientras los hibakusha (supervivientes) son ya octogenarios y la memoria de aquel infierno se marchita poco a poco, su clamor por un mundo sin armas nucleares cae en saco roto en medio de las crecientes tensiones planetarias.

HORROR. Mientras los hibakusha (supervivientes) son ya octogenarios y la memoria de aquel infierno se marchita poco a poco, su clamor por un mundo sin armas nucleares cae en saco roto en medio de las crecientes tensiones planetarias.

75 años de la bomba de Hiroshima: Del haz de luz amarilla al recuerdo que se desvanece

75 años de la bomba de Hiroshima: Del haz de luz amarilla al recuerdo que se desvanece

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

“No había ningún sonido de aviones. La mañana era tranquila; el lugar era fresco y agradable. Entonces, un tremendo destello de luz atravesó el cielo. El señor Tanimoto tiene un claro recuerdo de que atravesó de este a oeste, desde la ciudad hacia las colinas. Parecía un manto de sol”. En 1946, John Hersey estremeció a Estados Unidos con el primer relato publicado en el país sobre cómo los japoneses vivieron el lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima, ayer hizo 75 años.

Este es uno de los pasajes que relata lo que ocurrió en la ciudad nipona a las 8:15 AM de la mañana del 6 de agosto de 1945, cuando un bombardero B-29 de Estados Unidos, pilotado por el coronel Paul Tibbets, quien bautizó a la aeronave con el nombre de su madre, Enola Gay, soltó la bomba nuclear sobre Hiroshima. Little Boy, como apodaron al monstruoso obús, de 3 metros de largo y una carga explosiva de 64 kilogramos de uranio-235, lo que provocó una explosión de 16 kilotones.

La bomba cayó durante 44 segundos, pero estalló antes de tocar el suelo de la ciudad, a unos 615 metros de altura. Quizás por eso, pocos ciudadanos de Hiroshima recuerdan escuchar el estruendo de la explosión. Mientras se formó la famosa nube de polvo en forma de hongo que recoge la conocida imagen que tomó George Caron, el artillero de cola a bordo del Enola Gay.

Abajo, una inmensa bola de fuego de 180 metros de diámetro consumía el corazón de la ciudad. Ningún edificio quedó en pie ni ningún humano sobrevivió en un radio de 340 metros a la redonda del hipocentro, es decir, donde estalló la bomba atómica.

Hersey relata las escenas que se vivieron: “El señor Tanimoto era la única persona caminando hacia la ciudad. Encontró a cientos y cientos que huían, y cada uno de ellos estaba herido de alguna manera. Algunos tenían las cejas quemadas, y les colgaba piel de las caras y de las manos. Otros, por el dolor, levantaban los brazos como si estuvieran sosteniendo algo con las dos manos. Algunos vomitaban mientras caminaban. Muchos estaban desnudos o con la ropa hecha jirones. En algunos cuerpos sin ropa, las quemaduras habían hecho patrones –de las playeras interiores o de tirantes y, en la piel de algunas mujeres (pues el blanco repelía el calor de la bomba y las prendas oscuras lo absorbían y lo conducían a la piel), las formas de flores que tenían en sus kimonos”.

“DIOS MÍO, ¿QUÉ ACABAMOS DE HACER?"

Little Boy mató inmediatamente a 70 mil personas, y otras 70 mil fallecieron por las heridas y por la radiación antes de acabar el año, aunque entonces los japoneses desconocían qué era ese mal invisible que estaba dañando a la gente. Pocos minutos después del lanzamiento, mientras Hiroshima se consumía en un inmenso incendio, el presidente de EU, Harry Truman, anunciaba a la nación el bombardeo, confiando en que doblegaría al enemigo japonés. Truman no había visto las imágenes que vieron Tibbets y su copiloto, Robert Lewis. Este último, aún a bordo del Enola Gay, escribió en el diario de a bordo: “Dios mío, ¿qué acabamos de hacer?”.

NAGASAKI Y EL FIN DE LA GUERRA. El testimonio de Lewis no fue suficiente, y como Japón no se rindió, tres días después, el 9 de agosto, otro bombardero B-29, este llamado Bockscar, lanzaba la segunda y última bomba atómica usada en tiempos de guerra, llamada Fat Man. Esta, a diferencia de la primera, era mucho más robusta, y poseía un poder de destrucción mayor –de 21 kilotones—, de ahí los nombres de ambos. También las diferenciaba que esta iba cargada de plutonio. Su destino era la ciudad de Kokura, pero durante el reconocimiento previo advirtieron que el cielo estaba demasiado nublado y pasaron al plan B: Nagasaki.

Allí, pese a la potencia de Fat Man, la destrucción fue menor, gracias a dos elementos: En primer lugar, una orografía más intricada que la de Hiroshima, que hasta las colinas era prácticamente plana desde el mar, y a que la bomba cayó en un distrito industrial en la periferia de la ciudad. Aun así, las escenas de horror y destrucción se repitieron. 40 mil personas murieron en el momento y otras 30 mil antes de acabar el año. Este segundo bombardeo fue demasiado para el imperio nipón, y el emperador Hirohito se dirigió a sus ciudadanos seis días después, el 15 de agosto, para anunciar la rendición de Japón. Era la primera vez que los japoneses escuchaban la voz de su emperador.

EL PROYECTO MANHATTAN. Con la paz, se culminaba no solo la Segunda Guerra Mundial, sino el Proyecto Manhattan, la búsqueda enfermiza de la bomba atómica que llevó a cabo Estados Unidos no solo para derrotar a Japón, sino para adelantarse a los nazis en la conquista del armamento nuclear. El proyecto arrancó en 1942, y es por él que hoy en día recordamos el papel clave que tuvo el científico judío Robert Oppenheimer, quien dirigió las pesquisas científicas en la base de Los Álamos, en Nuevo México. Gracias a sus esfuerzos, EU probó la primera bomba atómica de la historia el 16 de julio de 1945, tres semanas antes del bombardeo en Hiroshima, en la llamada prueba Trinity, que se realizó en el desierto de Arenas Blancas.EL CLAMOR DE QUIENES APENAS RECUERDAN. Pese al éxito de su proyecto, Oppenheimer siempre lamentó la destrucción y la muerte causada por las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. 75 años después, la media de edad de los hibakusha, cómo se conoce en Japón a los supervivientes, es de 83 años, y los menores de 80 no recuerdan ya absolutamente nada de lo ocurrido aquel fatídico día. Los que todavía recuerdan el horror, hacen bandera de la lucha contra las armas nucleares, en un mundo que cada vez más olvida el pasado e incrementa la amenaza de repetirlo, como atestiguan las tensiones recientes entre Estados Unidos y Corea del Norte, entre Estados Unidos e Irán o entre India y Pakistán.