Opinión

A 30 años de la caída del Muro de Berlín

A 30 años de la caída del Muro de Berlín

A 30 años de la caída del Muro de Berlín

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Mañana, 9 de noviembre, se cumplen treinta años de la caída del Muro de Berlín. El Politburó del Partido Comunista de la República Democrática Alemana expidió una resolución: “Los viajes al extranjero pueden ser efectuados sin trámite o requisito alguno.” A pesar de lo confuso de la disposición, alemanes tanto del Oeste como del Este comenzaron a aglomerarse en los puestos migratorios; los guardias no hicieron nada para impedir el paso de la gente. Las personas comenzaron a abrazarse y empezó la fiesta.

Muchos jóvenes se las ingeniaron para encaramarse sobre la parte alta de aquella construcción, símbolo del oprobio; la llenaron de grafitis y en los días siguientes maquinaria pesada comenzó a derribarla.

En la Puerta Brandemburgo, que había quedado en medio de la división entre el Occidente y el Oriente se reunieron a celebrar berlineses de ambos lados.

La caída del Muro de Berlín ha quedado como una muestra palmaria del fracaso del “socialismo real” que dominó a los países del Centro y Este de Europa, es decir, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Bulgaria y Alemania Oriental. Esas naciones giraron en torno a la Unión de Repúblicas Soviéticas y Socialistas (URSS), la cual, por cierto, dos años después, en 1991, se desmembró.

El bloque comunista se vino abajo por la presión de sus pueblos, cansados de padecer los rigores de la opresión totalitaria. En efecto, hubo protestas masivas en muchas ciudades del otro lado de la “Cortina de Hierro”, Varsovia, Praga, Bucarest, Sofía y, por supuesto, Berlín.

Como es obvio, en esas protestas aparecieron un gran número de mantas, pancartas y carteles que expresaban un sinfín de consignas. No obstante, la más representativa fue vista el 4 de noviembre en Berlín: resumía con números, no con palabras, el espíritu de la rebelión, “1789-1989”.

En el bicentenario de la Revolución Francesa, los principios de la Ilustración volvían a tener vigencia. Como dijo François Furet, precisamente con motivo de estos acontecimientos: “Estamos cada vez más lejos de la revolución francesa y, sin embargo, vivimos cada vez más en el mundo inaugurado por ella. Una nueva cercanía ha nacido de la distancia.”

Los manifestantes que derrocaron a los virreyes de los burócratas de Moscú también echaron abajo los símbolos de la dictadura comunista: las estatuas de Marx, ­Engels, Lenin y Stalin.

Los estudiosos del movimiento de liberación de los países del Centro y Este europeo coinciden en que fue la sociedad civil (civil society, citada así textualmente en inglés) la que organizó y dio sentido ideológico a la lucha: se leyeron clandestinamente los textos de la Ilustración y de los autores que favorecían a la democracia liberal (ésa que los marxistas llamaron despectivamente, “democracia burguesa”) y que reivindica el imperio de la ley, la división de poderes, el respeto de los derechos civiles, principalmente la libertad de pensamiento y la libertad de prensa, el reconocimiento de los derechos políticos, el sistema de partidos, el pluralismo ideológico, la tolerancia, el principio de mayoría combinado con el respeto por las minorías (consenso y disenso), la política como el arte de la conciliación.

Así los países del Centro y del Este de Europa se acercaron a los países occidentales y Estados Unidos. Algunos de ellos ingresaron a la Unión Europea y a la OTAN.

Mientras tanto, como hemos dicho, la Unión Soviética se desmembró y quedó la Federación Rusa, que Boris Yeltsin, quien gobernó ese país de 1991 a 1999, se esforzó por democratizar y meter en la economía de mercado; pero, en realidad, dejó a esa nación hecha un caos y con una oligarquía que se apropió de la riqueza nacional.

Lo sustituyó en el mando Vladimir Putin que ganó las elecciones de 2000 y se hizo del control del país mediante la imposición de una autocracia populista, la subordinación de los oligarcas y la persecución de los disidentes, incluso fuera de Rusia, como el caso del exespía Serguei Skipral y su hija Yulia, quienes fueron envenenados en Salisbury, Inglaterra, con una sustancia, Novichock que sólo se produce en Rusia.

A esto hay que añadir que Putin no esconde sus deseos de rehabilitar el imperio ruso (sea el blanco de cuño zarista, sea el rojo de confección estalinista). Anexó a Crimea en 2014, invadió a Ucrania en ese mismo año, se involucró en la guerra de Siria y, desde luego, quiere meter de nuevo al redil a los países del Centro y Este europeo, pero ahora ya no con base en la ideología marxista, sino enarbolando el populismo de derecha. Allí están, para ayudarlo: Jaroslav Kaczynski, en Polonia; Viktor Orban, en Hungría; Milos Zeman y Andrej Babis, en la república Checa; y Zuzana Caputoka, de Eslovaquia.

Viktor Orban, por ejemplo, en un discurso pronunciado en Baile Tusnad el 26 de julio de 2014, dijo que podía haber democracias no liberales; la que él tenía en mente era una democracia cristiana que recuperara los valores del Medievo. O sea, reivindica abiertamente el oscurantismo contra la Ilustración. Todo lo opuesto que se planteó el movimiento de liberación hace treinta años.

José Fernández Santillán

Twitter: @jfsantillan

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