Opinión

A medio camino

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Llega el momento del III Informe de Gobierno de Andrés Manuel López Obrador (cuento sólo los oficiales) y seguramente tendremos en él una visión optimista y echada para adelante. Así ha funcionado siempre la retórica de los gobiernos en México, sean del color que sean.

El problema para Andrés Manuel es que va a tener que seguir alimentando esperanzas y repintando de color oscuro el pasado reciente, porque en lo referente a las realidades hay muy poco que festejar. Esas esperanzas, a veces imperturbables, son las que han permitido que AMLO siga teniendo aprobación mayoritaria entre la población. Y esa pintura en negro oscuro es, a su vez, la esperanza de AMLO, para que esa aprobación se mantenga, a pesar de la rejega realidad.

La mitad de ese medio camino recorrido en el sexenio ha estado marcada por la pandemia de coronavirus. Si López Obrador supiera lo que es admitir un error, diría que se equivocó, y la pandemia, con su cauda sanitaria y económica, no le vino como anillo al dedo. Entre otras cosas, porque no pudo aprovecharla para hacer los cambios que quería, aprovechando su mayoría aplastante en el Legislativo (que a partir de hoy ya no lo es tanto).

Los resultados, en términos medibles, son que la economía es hoy más pequeña que cuando empezó el sexenio, que el número de pobres ha aumentado en varios millones de personas, que la desigualdad ha disminuido apenas marginalmente, y no como se prometía, que las inversiones han sido tímidas y que la oferta de bienes y servicios de parte del Estado no ha ido al alza, sino a la baja.

El grueso de esa baja en la calidad material de vida de la población se dio en 2021, durante los meses de confinamiento ante la pandemia. Esos meses, en los que se multiplicaron quiebras y desempleo, corresponden también a los que la aprobación presidencial llegó a los niveles más bajos. Sólo en ellos ha sido negativa.

La clave de por qué el descenso fue tan agudo estriba en la inacción del gobierno ante la crisis económica obligada. La falta de apoyos a los trabajadores y a los empleadores derivó en una caída del PIB extrema, y la falta de un viraje en política económica derivó en una apertura relativamente apresurada de las actividades, con su consiguiente efecto en la continuación de la crisis sanitaria.

Hay que decirlo claramente. Se ve una correlación entre la apertura de actividades (el andar de la economía) y la aprobación presidencial. Hay una preferencia neta social por tomar el riesgo en salud con tal de tener empleo y tres comidas al día.

Tal vez esa sea una de las razones principales por las que, en este trecho de gobierno, el gobierno de López Obrador y su partido perdieron peso e influencia entre las clases medias y trabajadores formales, una parte de los cuales expresó en 2018 su confianza en que AMLO cambiaría las cosas para bien. Estos sectores fueron los que no recibieron apoyos en la pandemia y son también, los que pueden priorizar su salud sobre la economía.

En la medida en que han ido fallando los proyectos (nunca bien delineados) y en que han sido incumplidas las principales promesas de campaña, han aumentado las retóricas del cambio y de la confrontación, alimentadas principalmente por las conferencias mañaneras presidenciales. Hemos vivido tres años de incesante, y cada vez más estridente, campaña político-electoral.

La idea política de esta retórica es justificar las insuficiencias en el ejercicio de gobierno por el lado de los ataques de la oposición (el manido “no nos dejan”), insistir en la idea de que la pérdida de poder de parte de Morena significaría algo más que un retroceso (sería algo así como “la revancha de los ricos”) y prometer que las esperanzas algún día se convertirán en realidad (el concepto del horizonte luminoso siempre a la vista, aunque nunca se llegue a esa luz).

El III Informe no puede sino ser parte de esa retórica.

En la primera mitad del camino hubo una redefinición de prioridades. Pemex, CFE, las obras emblemáticas, las Fuerzas Armadas, la Guardia Nacional y los apoyos directos tomaron preeminencia, y la perdieron rubros tradicionales como Salud, Educación e inversiones diversas en infraestructura.

Pero sobre todo perdieron los apoyos a la ciencia, la cultura y el deporte; y se llevó a cabo una gran ofensiva contra las organizaciones no gubernamentales y contra las instituciones autónomas del Estado. La más exitosa de ellas fue la desnaturalización de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, convertida ya en apéndice del gobierno (lo que permite que las autoridades puedan hacer su trabajo sin molestias en ese rubro, al cabo que por definición son diferentes).

¿Se puede esperar algo diferente en la segunda mitad? Es evidente que no habrá corrección de rumbo, sino insistencia de que se trata del correcto, y que los buenos son sólo los que siguen ciegamente al líder. Como el gobierno percibe que la correlación de fuerzas todavía le favorece (aunque no tanto como al principio del sexenio), seguirá con las ofensivas contra lo que considera como estorbos. E intentará utilizar la consulta de revocación de mandato como apertura de una larguísima campaña presidencial.

En tanto, y por la misma ausencia de correcciones, es previsible que no habrá mejoras sustanciales en economía, empleo, pobreza, inseguridad, etcétera. Pero nos querrán seguir vendiendo el espejismo.

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