Opinión

A propósito de la Guía Ética

A propósito de la Guía Ética

A propósito de la Guía Ética

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Yo soy de los que extraña la materia de civismo en la escuela. En la formación primaria y secundaría es básica y la borraron del mapa. Una salvajada del prianismo. Mi maestra de civismo era sensacional. Tenía un sentido amable de la ironía y a su modo nos transmitía no sólo la lección del libro de texto y otro sugerido por ella, sino los valores cívicos que necesariamente requieren de ética. De ella tengo un grato recuerdo extra-clase, si piensan que hablaré de acoso olvídenlo, la maestra era muy respetuosa del ámbito en el que se desenvolvía, más bien era un caso de calles y una pollería. Que amerita un subtítulo.

1. El regreso caminando a casa de la secundaria: Un recuerdo añorable.

Bajaba caminando por la calle y por lo regular coincidíamos en la esquina con Ticomán cuatro o cinco amigos que sosteníamos una charla que duraba de entre media y una hora y de ahí cada quién jalaba para su respectiva casa en calles con niveles de seguridad añorables.

A veces hacía escala en la de Guillermo cuya familia era generosa, divertida y amable. Mis padres no lo sabían pero cuando les dije “fíjense que ya no voy a ir a la iglesia porque no creo en Dios y además me dan hueva las misas”, el germen del agnosticismo había sido inculcado involuntariamente por los amigos de mis ocasionales paradas de ida o de regreso en aquella casa.

Al llegar a la esquina de Sierravista y Lima doblaba a la derecha. Pasaba por una pollería y ocasionalmente de su interior oía una voz que me llamaba: “David, David”. Era la maestra de civismo con la que platicaba casualmente gustoso mientras la despachaban en un entorno peculiar. Se llamaba Enriqueta, pero le decíamos maestra Queta. Sus pláticas siempre me resultaban muy gratificantes, a mí el humor me atrapa y ya dije que ella lo practicaba con respetuosa elegancia. La amabilidad, que no siempre se nos da y el que esté libre de culpa que arroje la primera piedra, fue la gran lección cívica de mi maestra. Fue un proceso de enseñanza totalmente dialéctico. Dentro y fuera de muros. Recordarla a ella es recordar un entorno que se debe recuperar y eso es tarea de todos. Si no mal recuerdo en una de esas pláticas le dije a la maestra cómo les había dicho a mis padres, de eso tenía ya más de dos años, que ya no pisaría los templos, le comenté cómo lo tomó mi madre y cómo terminó aceptándolo. Hacer reír en la pollería a mi maestra de civismo también era gratificante.

En la Guía Ética aparecen estas líneas a propósito del respeto a la diferencia y la laicidad del Estado Mexicano:

“Evitemos imponer ‘nuestro mundo’ al mundo de los demás. La humanidad es diversa por naturaleza y de muchas maneras, y el ejercicio de la libertad desemboca de manera inevitable en la diversidad. En el caso de México, esta diversidad es religiosa, política, ideológica, económica, social, cultural, idiomática, de tradiciones y hábitos, de género e identidades sexuales.

“Cada estado, cada municipio y cada barrio tienen una identidad propia. No todas las personas son como tú, no todas piensan como tú piensas ni hablan como tú hablas, no todas actúan en la forma en que tú actúas. Respeta la forma de ser de los otros y no pretendas imponerles tus conductas, gustos, opiniones o preferencias.

“El laicismo es un principio fundamental del Estado mexicano y se traduce, en la convivencia diaria, en el respeto a las creencias de toda persona y a su libertad de profesar la religión que desee o a no profesar religión alguna.”

Regresemos a la estampa de mi retorno a pie de la secundaria para trazar un paralelismo con el presente y recurramos al segundo subtítulo.

2. Más que cuándo: ¿por qué se descompuso todo?

La respuesta es simple: el mexicano promedio es miedoso o, si ustedes gustan, precavido. Eso nos viene de antes de la colonia y ésta lo potencializó. Y gracias a eso el prianismo hizo de las suyas, y para un segmento de la opinión pública es ahora un monstruo mesiánico quien juega con estos miedos atávicos de violencia real y simbólica. Cuando me topo a integrantes de ese segmento trato de entenderlos, con algunos a pesar de tener marcadas diferencias puedo convivir y dialogar, con otros me resulta imposible, les doy la vuelta. Cuando los veo escupiendo fuego, escribiendo con tinta de extracto de serpiente o tinta cuyo vehículo proviene de lagunas mentales, pienso: bájale dos rayitas a tus golpes de pecho porque te ves mal. No seas binario. Los problemas sociales son complejos. Y tú, yo también, somos parte del sistema que no se agota en la urna, ni en el reloj checador, ni en la entrega del informe.

Pienso que mi maestra de civismo estaría gratamente sorprendida con la Guía ética que a mí me la volvió a recordar. La gratitud hacia mis padres, mi familia, mis amigos y mis buenos maestros, se expresa así en la guía: “El agradecimiento es la mayor virtud de una buena persona. La gratitud es un atributo que dignifica como ningún otro, y su contrario, la ingratitud, degrada como pocos. Si agradeces a quien te ha beneficiado sin tener obligación de hacerlo, refuerzas la generosidad y construyes civilización. Si, por el contrario, ignoras a quien ha hecho algo bueno por ti, promueves el egoísmo, la rudeza y la insensibilidad, y contribuyes a la barbarie.”

Yo no sé si sea una “buena” persona, pero nunca escatimo un agradecimiento. A veces es más difícil ser agradecidos con quienes ejercen el poder con despotismo, corrupción e indolencia, que, con un amigo, un pariente o un vecino que sabe polemizar de manera razonable, pero en términos porcentuales la tendencia al diálogo civilizado va a la baja.

Años de saqueo, de tolerancia de malas prácticas que alcanzaron niveles grotescos tanto a nivel gobierno como a nivel social, claro que amenazaban con empeorar la situación. No es porque la clase de civismo haya desaparecido del plan de estudios que llegamos a esto, pero el entorno que propició borrarla del mapa muchos lo construyeron de manera consciente y otras inocente o radicalmente inconsciente.

Mi madre, una mujer de ochenta y cinco años, me sigue dando clases de civismo. A un tipo que con sutileza le sugirió la instalación de un diablito en un medidor que le cambiaron le puso una zarandeada, le dijo que si se lo hubiera sugerido cuando estaban los otros presidentes que robaron a manos llenas es posible que le hubiera tomado la palabra, pero que con este presidente no. El tipo terminó de hacer su chamba con la cola entre las patas.

Jamás pensé que ella, una mujer de mentalidad abierta, pero también de fe arraigada en el catolicismo y la libre empresa, se convertiría en una apasionada defensora del presidente. Pero la vida da vuelcos. A veces gratos.