Cultura

Adictas a la insurgencia, de Celia del Palacio

Incluso, muchas de ellas no dudaron en comprometer su seguridad personal, su fortuna y hasta su vida para ayudar a la causa de la libertad.

Adictas a la insurgencia, de Celia del Palacio

Adictas a la insurgencia, de Celia del Palacio

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Las mujeres de la élite

Muchas mujeres que pertenecieron a las clases privilegiadas de la Nueva España se involucraron en la insurgencia y acogieron en su casa a los desafectos del régimen, propiciando la celebración de tertulias y otras reuniones en las que se conspiraba. Incluso, muchas de ellas no dudaron en comprometer su seguridad personal, su fortuna y hasta su vida para ayudar a la causa de la libertad.

Mariana Rodríguez del Toro

de Lazarín y Lazo de la Vega

Desde 1808, en la casa de don Miguel Lazarín y Lazo de la Vega, alguacil mayor de guerra, se realizaban tertulias aparentemente inofensivas en las que la mejor sociedad de México se daba cita para comentar los acontecimientos, tocar el pianoforte, escuchar a talentosos músicos populares tocar la vihuela y el violín, recitar sonetos a la mayor gloria del monarca, don Fernando VII, el Deseado.

El caserón solariego se encontraba en la calle de Donceles. En él se daban cita semana a semana los abogados, los clérigos más ilustrados, los coroneles y otros oficiales del ejército virreinal, criollos en su mayoría.

Don Miguel, un hombre de casi cincuenta años, de regular estatura, frente amplia y despejada, contrajo nupcias con doña Mariana Rodríguez del Toro en 1795, cuando ella acababa de cumplir veinte años. Ella era quien presidía las reuniones y desde su poltrona dorada —llamada «trono» en las casas de postín por su ornamentación— doña Mariana, con gran finura, conducía sin tropiezos a sus invitados por los vericuetos de la tertulia hasta el final de la velada.

La fortuna del matrimonio era considerable, producto de la mina más rica de la Nueva España, La Valenciana, situada en Guanajuato y de la cual don Miguel poseía una parte. Además de tener el palacio en la calle de Donceles y varios ranchos en Guanajuato, eran socios de algunos negocios en la Ciudad de México. Eso les procuró relaciones con los mejores estratos sociales tanto de la capital de la Nueva España como del interior. Asimismo, contaron con la amistad personal del propio virrey Iturrigaray y su esposa.

Era menos conocida la participación del matrimonio Lazarín y Lazo de la Vega en las conspiraciones de 1808, cuando un grupo de criollos descontentos con la política económica española y esperanzados ante la posibilidad de conseguir la autonomía de la metrópoli después de la invasión francesa a España, instó al virrey a tomar el liderazgo en la separación de la Nueva España.

Algunos miembros del ayuntamiento encabezados por Francisco Primo de Verdad y Ramos se habían atrevido a proponer la creación de una junta de México que organizara la administración y el gobierno ante la ausencia del rey de España, Fernando VII, apresado por Napoleón. Otros simpatizantes de la autonomía, entre ellos don Miguel y doña Mariana, habían convencido al virrey José de Iturrigaray y a su esposa, doña María Inés de Jáuregui, de encabezar un gobierno autónomo en México.

Sin embargo, varios peninsulares poderosos como Miguel Bataller, Pedro Catani y el hacendado Gabriel del Yermo se enteraron de los planes autonomistas del virrey y planearon un golpe en su contra.

La noche del 15 de septiembre de 1808, cuando Iturrigaray y su esposa regresaban de ver una zarzuela en el Coliseo, fueron tomados presos por los golpistas y acusados de traición al gobierno español. En su lugar, quedó don Pedro de Garibay, militar de más de ochenta años que no duró más de seis meses como virrey y que cedió el poder al, hasta ese momento, arzobispo de México, Francisco Xavier Lizana y Beaumont. Quienes habían mostrado sus simpatías por la junta de México fueron también arrestados, por lo que don Miguel y doña Mariana tuvieron que mantenerse con un bajo perfil por algunos meses.

Poco después, el matrimonio Lazarín y Lazo de la Vega reanudó sus relaciones con otros criollos inconformes, quienes se seguían reuniendo con regularidad en la casona de la pareja con el pretexto de hablar de literatura. De vez en cuando, Mariana invitaba también a conocidos opositores de la autonomía a quienes divertía con bailes o representaciones teatrales, mientras que en otras habitaciones los conjurados seguían planeando sus movimientos.

En 1809, aquel grupo tuvo conocimiento de la conjura que se llevaba a cabo en Valladolid, en la actual Morelia, y más de alguno de ellos pretextando negocios en aquellos territorios, participó en las reuniones de don Mariano Michelena, uno de los principales conjurados, por lo que los amigos de don Miguel y de doña Mariana siempre tenían noticias frescas de los planes de autonomía que se fraguaban más allá de la Ciudad de México.

Pero también aquella conjura fue desarticulada a fines de 1809 y sus miembros, aunque tratados con mayor suavidad que a los conspiradores del año anterior, fueron puestos en prisión.

A principios de 1810, el mismo don Miguel llegó a la tertulia con noticias de las conspiraciones que se estaban llevando a cabo en San Miguel el Grande y en Querétaro. Más de alguna vez la casona de la calle de Donceles recibió en su seno a don Ignacio Allende, apuesto capitán de dragones de la reina, que junto con Miguel Hidalgo e Ignacio Aldama conspiraba en El Bajío.

Entre copas de manzanilla y dulces melodías salidas de la vihuela de un músico ciego, se fue armando el plan, cada vez más posible, cada vez más creíble, de una rebelión armada que iniciaría en octubre o diciembre de 1810.

El matrimonio Lazarín y Lazo de la Vega y sus amigos compartían las simpatías por el movimiento y decidieron apoyarlo con armas y dinero. Las tertulias se hicieron cada vez más frecuentes y los invitados cada vez más numerosos. Doña Mariana tenía también algunas reuniones particulares con varias mujeres simpatizantes de la rebelión y en las tardes dedicadas a la costura, fraguaron involucrar en los planes del grupo a personas de otras clases sociales y hasta de otras razas. Pronto las sirvientas, las cocineras, las lavanderas, las chocolateras, las atoleras formaban una red de información que llegaba hasta las casas del mismo presidente de la junta de seguridad de la Inquisición, Miguel Bataller y del arzobispo y virrey Lizana.

Al llegar a oídos de la Regencia de Cádiz que el virrey Lizana trataba con cierta suavidad a los conjurados y que su administración era conciliadora con los criollos, se nombró a un nuevo virrey: don Francisco Xavier Venegas, que llegó a Veracruz el 25 de agosto de 1810. Pronto su fama de reprimir cruelmente a todos los facciosos recorrió los territorios de la Nueva España.

La conspiración de Querétaro fue también descubierta y el levantamiento planeado para diciembre de 1810 tuvo que anticiparse. Así, el cura de Dolores, don Miguel Hidalgo y Costilla, inició el movimiento la madrugada del 16 de septiembre.