Opinión

Adversidad y solidaridad

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Adversidad y solidaridad

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Iniciada la fase dos de la pandemia y cuando ya está en el caldero el Plan Nacional de Reconstrucción, la solidaridad de los mexicanos —de todos los grupos y sectores sociales—y la unidad en torno de los tres órdenes de gobierno por fin han empezado a hacerse patentes.

Resalta en esta mutación la buena disposición del sector privado para emprender acciones propias, de apoyo a la población en general, en especial los trabajadores, y además respaldar la estrategia gubernamental contra la calamidad que asusta al mundo.

Empresarios como Carlos Slim y Germán Larrea no han regateado la ayuda y se han llevado la mano a la chequera para hacer donaciones. El primero, en equipo médico por mil millones de pesos, y el segundo para un hospital en Juchitán, virtualmente listo para entrar en funcionamiento.

No han sido los únicos, sin embargo. La empresa Coppel hizo una aportación monetaria y los concesionarios de radio y televisión, por iniciativa propia, difunden los mensajes gubernamentales sobre salubridad y medidas preventivas del COVID-19.

Para donde uno mire es factible observar expresiones de aliento, en muchos casos del sector empresarial.

Por ejemplo, las cadenas de salas cinematográficas, que bajaron sus cortinas en apoyo a las medidas de distanciamiento social y la recomendación “Quédate en casa”, anunciaron además que en todo el país donarán sus productos perecederos a los bancos de alimentos.

Apagaron las luces de las salas porque “es momento de ser héroes y cuidarnos todos”. Y lo hicieron —según su comunicado— con la certeza de que “el final de esta película lo escribiremos todos y será un final feliz”.

Es de agradecerse que, en medio de la contingencia, los empresarios no han regateado respaldo al gobierno federal y aun el dirigente del CCE, Carlos Salazar, demando con tono mesurado ayuda del gobierno para pagar nóminas.

En conversación con los coordinadores partidistas de la cámara baja y la presidenta cameral, Laura Rojas, el dirigente hizo propuestas concretas. Entre otras, que a empleados con hasta cuatro salarios mínimos les sea garantizado al menos uno, en lugar de despedirlos, y que el gobierno pague la mitad del monto.

También demandó de las autoridades acelerar los pagos pendientes a proveedores, apresurar devoluciones del IVA, activar programas de financiamiento a Pymes… Todo lo cual debe ser materia de análisis con miras a la preparación del plan de reconstrucción, a punto de hervor.

En todo caso, la actitud solidaria del empresariado prueba que han quedado aislados, como infectados, apestados, los promotores de la polarización. De uno y otro lado del plano ideológico, sobre todo de la oposición.

Solos, rumiando sus rencores, envenenándose con sus odios, así están quedándose en el camino los pretendidos voceros oficiosos de los núcleos sociales menos empáticos con la 4T. Algunos de los cuales se debaten en el desconcierto ante el fracaso de sus pronósticos en relación con la estrategia anticoronavirus.

Es un enigma saber en qué terminará el episodio de espanto que vive el mundo y con éste nuestro país; pero, en lo que va corrido de esta película de terror, México ha salido relativamente bien librado.

De cara a esta realidad, no pocos de quienes apremiaban al gobierno para anticipar desde finales de febrero las medidas preventivas contra la enfermedad reconocen ahora, así sea a regañadientes, la virtud de la prudencia.

Llevados por un antigobiernismo sistemático y cerval, hablaron de peligrosísima pérdida de tiempo, recomendaron imitar las acciones de los países menos golpeados por la pandemia, y acicatearon a Claudia Sheinbaum y a los gobernadores —Silvano Aureoles, Claudia Pavlovich, el impecune Miguel Barbosa…— para adelantarse audazmente a la Federación.

No sólo eso. Se burlaron del monto de recursos destinados a enfrentar el azote —baba de perico, ciertamente, comparado con el de las potencias—, e intentaron, de manera infame, descalificar a los estrategas encabezados por el subsecretario Hugo López- Gatell Ramírez.

Sabedores del riesgo de que la adopción precipitada de acciones pudiera acentuar la inminente catástrofe económica, en un país con más de la mitad de la población en condiciones de pobreza, acicatearon el miedo e intentaron desbocar a las autoridades.

La inexorable realidad ha acabado por imponerse y sólo ahora algunos de aquellos sesudos analistas han empezado a reconocer el peligro de que pueda resultar más caro el remedio que la enfermedad.

Bosquejados apenas algunos planes federales de auxilio económico, los más obcecados críticos del gobierno desollaron al presidente López Obrador por haber dicho, con todas sus letras, que en esos planes se dará prioridad a los más desprotegidos.

Nada distinto de lo que han planteado gobiernos de izquierda y de derecha en todo el mundo, en particular en América Latina —de Alberto Fernández a Iván Duque y de Maduro a Bolsonaro— y hasta el FMI y el Banco Mundial, dijo el de Macuspana. Pero ardió Troya.

Imagínense la magnitud del incendio mediático, si el Peje hubiera empleado el tono y el lenguaje del salvadoreño Nayib Bukele, quien tras de anunciar 30 medidas para superar la crisis por el coronavirus —incluido un subsidio de 300 dólares a 75 por ciento de los hogares—, con énfasis en los más pobres, dijo a los empresarios:

“Ustedes tienen dinero para 10 o 20 vidas. No tienen tiempo para gastárselo todo. Piensen en vivir. Piense en que cuando usted necesite una cama de hospital para que le atendamos, créame que lo último que le va a importar es su cuenta de banco”.

Y más aún:

“Esto es una situación nunca antes vista por los que estamos vivos. Las potencias del mundo no saben qué hacer. Piensen en su familia. Nadie está inmune. Ya vimos que los jóvenes también mueren.

“Quiero pedirles que se lo tomen en serio. Sé que algunos van a perder algo de lo que tienen o de lo que les falta; pero piensen en cuánto vale la vida. Cuánto darían por traer a un ser querido de regreso. Yo daría todo lo que tengo. Sacrifiquémonos todos un poquito”.

Así dijo Bukele, quien, además, les advirtió a los tentados por la corrupción ante el dinero destinado a la emergencia: “Al que toque un centavo yo mismo lo voy a meter preso”.

Y a los eventuales especuladores con alimentos y productos básicos, Bukele les anticipó: “No suban los precios porque vamos a cerrar sus negocios y les vamos a decomisar la mercadería con la que querían estafar a la gente”.

En nuestros lares no ha sido necesario, al menos por ahora, el empleo de amenazas semejantes. La solidaridad de los diversos grupos sociales se ha manifestado de un modo natural, acorde con nuestra idiosincrasia y experiencia en circunstancias de necesidad.

Lo cual debe tener al borde del soponcio a quienes desde los medios arremeten un día sí y otro también contra la administración federal, a la cual no le reconocen acierto alguno ni por equivocación.

A la luz de los hechos, por fortuna, el grueso de la sociedad está en sintonía para intentar achatar la curva estadística de incidencia del COVID-19. Motivo de sobra para el sosiego en medio de la desgracia.

aureramos@cronica.com.mx