Opinión

Águilas mexicanas en batalla: el Escuadrón 201

Águilas mexicanas en batalla: el Escuadrón 201

Águilas mexicanas en batalla: el Escuadrón 201

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Salieron de territorio mexicano entre ovaciones: iban hacia el frente del Pacífico, a entablar combate con los ya legendarios pilotos japoneses, de bravura suicida. Hicieron suyo, como emblema, el para entonces muy popular, “Pancho Pistolas”, aquel gallito que compartía fiestas con el pato Donald y con el loro brasileño Pepe Carioca, en la película que Walt Disney inventó para colaborar en la construcción de un clima de unión entre los países latinoamericanos que entraron al conflicto en el bloque de los Aliados, y Estados Unidos. Eran los integrantes de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana; en el Pacífico se les conoció como las Águilas Mexicanas, y el afecto popular los llamó, para siempre, Escuadrón 201.

Se terminaba mayo de 1942: los ánimos estaban enardecidos en todo el país. Los hundimientos de los petroleros mexicanos “Faja de Oro” y “Potrero del llano”, ocurridos a mediados de aquel mes, habían despertado la indignación colectiva: el Zócalo se había llenado en varias ocasiones, con iracundos mexicanos, hombres y mujeres, que le exigían al presidente Manuel Ávila Camacho que de una vez por todas le declarara la guerra a los países del Eje. Era el reclamo popular: brazos para combatir y corazones enteros y fieros para animarlos, sobraban.

Todos esos hombres que acudieron en masa a alistarse al Servicio Militar Obligatorio, todos aquellos obreros que, acelerados -con poco esfuerzo, hay que decirlo- por sus sindicatos, y que se agrupaban en las calles, recorriendo el centro de la ciudad de México en cerrados bloques y marcando el paso con ritmo marcial, ardían en deseos en enfrentarse al enemigo. La recepción de los restos de las víctimas de los barcos hundidos fue un asunto de duelo y furia masivos. Es cierto que aquella multitud ignoraba que el “Potrero del Llano” y el “Faja de Oro” eran barcos italianos, incautados por adeudos. Pero a fines de mayo de 1942, eso ya no importaba. Lo urgente para muchos mexicanos enfurecidos, era participar en el conflicto y vengar la afrenta.

El 28 de mayo de 1942, el presidente Manuel Ávila Camacho hizo la declaratoria de guerra contra los países del Eje, aprobado por unanimidad, en la Cámara de Diputados, el decreto que ponía a México en estado de guerra desde el día 22.

Y aunque hubo actividades diversas que entrenaron a los mexicanos para eventuales ataques -como los simulacros de bombardeos- la participación directa de tropas mexicanas en la guerra será acotada, precisa: se crea al Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana, integrada por el Escuadrón 201, y viajará al Frente del pacífico para entablar batalla contra los temibles aviadores japoneses.

Cientos despiden a aquellos hombres, que, a bordo de un tren, salen del territorio mexicano para ir a entrenamientos en Estados Unidos. Aún antes de abandonar el continente americano para ir a jugarse la vida, ya son los héroes del pueblo de México. La emoción colectiva se desborda cuando el presidente Ávila Camacho le ofrece, a esa treintena de valientes, el cumplimiento de un deseo, antes de abandonar la patria, por si no volvieran.

Un cabo, Ángel Bocanegra del Castillo le pide una escuela para su pueblo, Tepoztlán, en Morelos. “usted” -le dice aquel muchacho al presidente- “me da la oportunidad de pagarla con mi sangre”.

Aquellos hombres dejan el país. Mientras regresan, Ávila Camacho y, seguramente, su secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, se ocuparán de cumplir la promesa.

LAS ÁGUILAS AZTECAS

El Escuadrón 201 permaneció, por espacio de siete meses, en diversas bases militares de Estados Unidos. No fue sencillo el entrenamiento. Estuvieron en San Antonio, en Texas, donde recibieron adiestramiento de del Servicio de la Fuerza Aérea de Mujeres. Luego estuvieron en otra base, Greenville, en el norte de Texas, y después en Idaho, donde se familiarizaron con los aviones que tripularían: los Republic P-47 Thunderbolt, que eran prácticamente tanques voladores: podían lanzar bombas de más de 220 kilos y tenían poderosos cañones calibre .50. Tenían una armadura reforzada en la parte inferior.

Probablemente se sintieron desconcertados en su primera etapa de adiestramiento, ¡a cargo de mujeres!, pero lo más duro de los días texanos fue que en algunos sitios, como restaurantes, no querían darles servicio por ser mexicanos. Había un sentimiento, un recelo oculto: los muchachos del escuadrón, todos voluntarios, percibían una extraña reserva: tal vez los mandos estadunidenses pensaban que no eran tan buenos combatientes.

Fueron días intensos: de aquellos 300 voluntarios, se fue afinando la capacidad del Escuadrón, y los treinta mejores pilotos fueron enviados a combatir al Frente del Pacífico. Una de sus misiones esenciales sería participar en la liberación de las islas Filipinas. Aquellos 30, con 268 integrantes del cuerpo de personal en tierra, salieron hacia el Oriente el 27 de marzo de 1945. Allá los conocieron como Las Águilas Aztecas, y su emblema era el escandaloso y cordial Pancho Pistolas.

EN EL FRENTE

El Escuadrón 201 llegó al frente del Pacífico a fines de abril de 1945, y demostró sus capacidades y venció los prejuicios estadunidenses, que a ratos se portaban racistas. Estuvieron asignados a la Quinta Fuerza Aérea de Estados Unidos. Desde luego que se enfrentaron al enemigo japonés. Entraron en acción en una población llamada Vigan, donde había tropas niponas fortificadas. Los pilotos mexicanos demostraron su pericia lanzándose en picada para bombardearlos, y pasaron tan cerca de tierra firme, que algunas naves recibieron tiros en las alas.

Los pilotos mexicanos contabilizaron mil 966 horas en misiones de combate, haciendo tareas de observación, de bombardeo y ametrallamiento de bases japonesas en Filipinas y en Formosa (la actual Taiwán), y se les consideró una fuerza decisiva en la toma y liberación de la isla de Luzón. Los estadunidenses empezaron a llamarlos “narices blancas”, por la pintura en las cubiertas de sus aviones.

De aquella treintena de pilotos, cinco cayeron en acción. Pero los informes estadunidenses aseguran que las Águilas Aztecas habían “puesto fuera de combate” a unos 30 mil soldados japoneses, al destruir o desactivar bases militares, arsenales y convoyes de abastecimiento. Tuvieron muchas misiones, de seis horas cada una, volando sobre el mar abierto, para bombardear las bases japonesas de Formosa.

Con frecuencia se ha dicho, por mexicanos, que el Escuadrón 201en poco colaboró a la victoria aliada. Pero hay varios factores que se pasan por alto: solamente dos naciones latinoamericanas: Brasil y México, enviaron tropas a combatir. Brasil envió fuerzas a Italia, y los mexicanos aportaron al Escuadrón 201. Las fuentes estadunidenses reconocen el heroísmo de aquellos 300 hombres, y en las Filipinas se les recuerda bien. Un gesto significativo que reconocía la aportación de aquellos hombres consistió en darle a México, recién terminada la guerra, uno de los asientos rotatorios en el Consejo de Seguridad de la recién creada Organización de las Naciones Unidas.

Volvieron a casa en noviembre de 1945. Viajaban en tren, y a medida que se internaban en territorio mexicano, eran aclamados por donde pasaban. A su llegada a la capital, el recibimiento fue multitudinario: avanzaron por las calles atiborradas de entusiastas, mientras lluvias de confeti y serpentinas los cubrían. Las Águilas Mexicanas habían ganado su paso a la historia.