Opinión

Ajustes en Roma

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Esta semana que recién terminó, el papa Francisco concluyó uno más de sus viajes apostólicos, en este caso a Tailandia y a Japón. Mientras él se encontraba en esos rumbos, en Roma avanzaba una serie de ajustes en las áreas económicas de la curia. El más importante tiene que ver con el hecho de que —sin importar el resultado del juicio que todavía transcurre en su contra en Australia— el cardenal George Pell ya no regresará a Roma para hacerse cargo de los dineros de la Santa Sede.  Dados sus más de 75 años de edad, desde febrero de este año, el papa Francisco aceptó la renuncia del antiguo arzobispo de Sídney.

En su lugar, el Papa nombró al jesuita español Juan Antonio Guerrero como nuevo prefecto de la Secretaría de la Economía. El de Guerrero será un nombramiento experimental, pues será la primera ocasión en muchas décadas que una figura clave de la curia romana, el número tres o cuatro de la estructura vaticana, dependiendo de quien haga el análisis, no será consagrado como obispo, ni será creado cardenal. Guerrero, por petición propia y solicitud de los jesuitas, se mantendrá como presbítero.

Habrá que ver si el experimento funciona, pero es posible asumir de antemano que no será fácil para el execónomo de la Compañía de Jesús, pues enfrenta una estructura además de burocrática, extraordinariamente compleja e incluso bizarra en algunos casos. Es una estructura marcada, además, por las notas del clericalismo, que hace que los obispos—salvo muy notables excepciones—no tomen en serio ni las solicitudes ni las instrucciones que les pudieran hacer los presbíteros, es decir, los curas comunes y corrientes. No sería difícil, en este sentido, que poco tiempo después de su nombramiento, el papa Francisco deba consagrar a Guerrero como obispo e incluirlo en el Colegio de Cardenales, para dejar en claro que sus instrucciones se deben cumplir.

Además del nombramiento de Pell, en las últimas semanas las instituciones financieras de la Santa Sede, sobre todo el Instituto de Obras de la Religión, el IOR, ha estado en el ojo del huracán informativo en Italia y Europa por los cambios que el Papa debió hacer para enfrentar un nuevo escándalo por malos manejos de la información y las cuentas del IOR. Esos malos manejos hicieron, por una parte, que la Santa Sede fuera excluida del Grupo Egmont, una red internacional de unidades de inteligencia financiera gubernamentales para evitar el lavado de dinero.

Ello ocurrió a principios de noviembre de este año y coincidió con la decisión de las autoridades de la propia Santa Sede de catear las oficinas de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Estado del Vaticano el primero de octubre de este año y la subsecuente renuncia de los directivos de esa unidad, los suizos René Bruelhart y Marc Odendall. Las renuncias cayeron luego de que se supo que un negocio inmobiliario de la Santa Sede en Londres se encontraba entre las víctimas de brexit, lo que implicó una fuerte pérdida para el Vaticano.

Como se puede ver, el padre Guerrero no tendrá una llegada fácil a la secretaría que el papa Francisco le encomendó. Más bien al contrario, enfrentará los remanentes de un proceso de reforma que Pell dejó a medias, para atender las acusaciones por abuso sexual y por encubrimiento de abuso sexual que enfrenta en su natal Australia, y a las que hay que agregar las dificultades asociadas con la reforma impulsada por Francisco que, aunque en el papel es un soberano absoluto, ha encontrado muchas resistencias a casi todos sus proyectos.

manuelggranados@gmail.com