Opinión

Alucinaciones políticas

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Con frecuencia, casi de forma tópica, se reprocha a los políticos su escaso respeto por la verdad: incluso se les acusa de mentir descarada e impúdicamente. No parece fácil absolverles de ese pecado, al menos a la mayoría de ellos, pero cabe preguntarse si podrían omitirlo: es decir, si se les aceptaría como políticos si nunca saliese de sus labios la menor falsedad voluntaria. No me refiero solamente a que gracias a engaños traicionen a quienes confían en ellos y así se ganan el apoyo electoral de aquellos a los que luego decepcionarán. Lo que digo es algo un poco más retorcido: los políticos mienten porque es lo que inconscientemente exigen de ellos quienes les reconocen como tales. La mayoría de sus seguidores quieren que el político actúe como un curandero, no como un médico, aunque no lo reconozcan así. Que prometa ensalmos y pócimas milagrosas, no dietas severas o, aún peor, intervenciones quirúrgicas dolorosas. Ortega y Gasset dijo que la claridad es la cortesía del filósofo: pues bien, el engaño seductor es la cortesía del político y también el requisito indispensable para hacerse popular. Los políticos mienten porque se deben a su público, ni más ni menos.

Voy a un caso práctico que me ha llamado la atención últimamente. La señora Irene Montero, número dos o número uno bis (no estoy seguro) de Podemos tuvo hace poco un mítin pre-electoral en el País Vasco. En el fervor retórico del momento, sostuvo que el sistema capitalista en que actualmente vivimos se ha demostrado que es incompatible con la vida o con la Vida, como prefieran. Esta ocurrencia fue muy celebrada por la asamblea de quienes la escuchaban, que agradecieron esta ocasión de reconocerse como zombis víctimas de la crueldad de los explotadores sin dejar por ello de disfrutar de una razonable salud. Ninguno supuso que él mismo, como parte del sistema (¿de qué si no?) era un obstáculo para la vida sino al contrario un damnificado con derecho a revancha contra una conspiración de prebostes que le desvivificaban.  Para completar la exaltante pantomima, la señora Montero —que ya es madre feliz de dos hermosas criaturas— declaró poco después que espera otra, niña en esta ocasión. O sea que está en estado “de buena esperanza”, como se decía antes, aunque no parece que tal esperanza sea propia de una situación social incompatible con la vida. Supongo que prevée en un plazo razonablemente breve cambiar este panorama gracias a la llegada de Podemos al gobierno.

Sin duda las democracias europeas, señaladamente la española, tienen abundantes insuficiencias y vicios de funcionamiento que pueden y deben corregirse. Incluso  una persona de ánimo conformista como yo es capaz de señalar sin esfuerzo varios de ellos. Pero decir que vivimos en un régimen político incompatible con la vida es una enormidad que ni la señora Montero ni sus oyentes pueden creerse literalmente, todo lo más de modo hiperbólico, como cuando decimos que “nos va a estallar la cabeza” por culpa de la jaqueca o como una madre cariñosa, quizá la propia señora Montero, dice ante su pequeñín que “se lo comería a besos”. Si nuestros sistemas políticos europeos son incompatibles con la vida, ¿qué deberían decir de los suyos tantos países africanos cuya única “buena esperanza” es alcanzar cuanto antes algo semejante? Si el desarrollo productivo de los países mas ricos pone en peligro el medio ambiente y con él la vida humana ¿que otra solución podemos imaginar que no venga de mejoras tecnológicas fruto de una exigencia ecologista que nace y crece precisamente en ellos?

Lo que en cambio parece incompatible con la vida —al menos con el desarrollo normal de la vida cotidiana de los ciudadanos— es un sistema político y económico como el de la Venezuela chavista, que con Nicolás Maduro ha llegado a su putrefacción. Allí sí que las embarazadas no pueden decir que estén en estado de buena esperanza, ni los ancianos, ni los enfermos, ni el común de los humanos que necesitan comer todos los días y disfrutar de las obvias comodidades de una sociedad del siglo XXI. Y menciono el caso de Venezuela porque si no recuerdo mal era hasta hace no mucho un ejemplo que los compañeros de partido de la señora Montero proponían a los agobiados españoles como un ideal al que debían aspirar... Pero en fin, al menos entre nosotros y como se dice en “Jurassic Park”, “la vida se ha abierto paso”. Ojalá sea así en todas las otras partes del mundo, especialmente en las menos afortunadas.

Fernando Savater

© FERNANDO SAVATER /

EDICIONES EL PAÍS, SL 2016