Opinión

Alumnos que pierden, televisoras que ganan

Alumnos que pierden, televisoras que ganan

Alumnos que pierden, televisoras que ganan

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La Secretaría de Educación Pública ha tomado la decisión responsable y también racional de no regresar a clases presenciales hasta que el semáforo epidemiológico esté en verde. Ya se vio que es peligroso hacerlo prematuramente, aun bajo los supuestos de la sana distancia en los salones de clase. Israel, que ya tenía domada la pandemia, vive un fuerte rebrote a partir del regreso de los estudiantes.

Tampoco podía esperar unas semanas a que los cursos empezaran. La razón es sencilla: el famoso semáforo no estará en verde en septiembre, porque los contagios continúan y todavía no hay una baja sensible en el número de enfermos graves y fallecidos.

Lo interesante es que el método elegido para el regreso tiene, a su vez, consecuencias en muchos campos: en la relación entre el gobierno y los distintos actores sociales, en la concepción todavía dominante de modelo educativo, en la reproducción de la desigualdad.

Durante estos meses, y teniendo en cuenta de que la probabilidad de no regresar a las clases presenciales era cierta, la SEP pudo haberse retroalimentado ampliamente con las muy diversas experiencias de los docentes en las últimas semanas del curso anterior. Probablemente lo habrá hecho, pero al final se decidió por el camino más tradicional posible.

Ese camino pasa por la alianza entre el gobierno y las principales cadenas privadas de televisión, para que el ciclo escolar arranque centrado en clases por TV.

Por un lado, se entiende esa elección, ya que la televisión es lo que está en los hogares de casi todos los mexicanos y a la insuficiente penetración de la cultura digital, tanto entre las familias de los alumnos como entre buena parte del personal docente. Esta falta de cultura digital, a su vez, está ligada a la desigualdad social que persiste en el país y a las decisiones empresariales de los principales proveedores.

El caso es que va a haber un emisor y un mensaje unificados, un canal de transmisión y unos receptores. La visión vertical, la más tradicionalista de la educación.

Los contenidos, las didácticas, los tiempos estarán controlados desde el centro. Todo lo que se habló de estrategias desde lo local, queda en suspensión mientras se establece una suerte de conferencias nacionales.

Las peculiaridades de cada grupo, de cada estudiante van a tener que ser puestas de lado, por más esfuerzo que haga el maestro encargado. Será tarea de cada uno de los docentes trabajar con videollamadas o telefonazos, buscar cercanía y retroalimentación con los alumnos y sus familias, para hacer del proceso enseñanza-aprendizaje algo un poco menos rígido. Pero eso dependerá del compromiso de los maestros, y también de la disponibilidad de la contraparte, en lo anímico, pero también en lo tecnológico.

Habrá transmisión de conocimiento, pero los otros elementos fundamentales del proceso de enseñanza-aprendizaje estarán ausentes. Subrayo los tres más importantes: la relación maestro-alumno, la interacción que permite resolver dudas, entender circunstancias particulares y dar un seguimiento personalizado a los educandos; el aprendizaje de valores y actitudes, que se da necesariamente a través de la socialización; la socialización misma, que permite mantener la salud emocional y coadyuva al desarrollo integral como personas, y que es lo que los niños más han extrañado en tiempos de confinamiento.

¿Cuál será el resultado esperable, en términos educativos? Un descenso en la calidad que no por generalizado dejará de ser desigual. Quedarán en peores circunstancias los estudiantes con menos acceso a tecnologías (incluso la elemental de la TV), con menor capacidad de apoyo familiar y cuyos maestros no estén comprometidos con la enseñanza, y entiendan los nuevos métodos como una manera de desentenderse.

En términos políticos, pierden aquellos que apostaban a una relación distinta y creativa entre magisterio y autoridades; ganan las grandes empresas de comunicación que, después de haber recibido el regalo de parte del tiempo fiscal, ahora van a cobrar “poquito” por transmitir las clases.

Contemporáneamente, está ya en desarrollo un proceso de deserción escolar masiva, particularmente agudo cuando se trata de cambios en el nivel de estudios (el paso a secundaria, preparatoria y universidad).

Cada año desertan cerca de 600 mil adolescentes, en el paso a la educación media-superior. Se estima que en este ciclo la cantidad ascienda a 800 mil. La mayor parte de ellos, porque la crisis económica los obligará a adelantar su entrada en el mercado laboral, y lo harán normalmente en la economía informal, con salarios bajos, que requieren poca capacitación. Se calcula que la deserción hacia la educación superior será también de 600 mil jóvenes, lo que indica que la proporción será todavía mayor. Habrá un retroceso de un lustro.

En todos los casos, los esquemas de educación a distancia, más que facilitar la continuidad de los estudios, serán pretexto para dejarlos. Y aquí también, como suele suceder, será en las regiones y en las familias más desfavorecidas económicamente donde la deserción se dé con más fuerza. El resultado, mayores diferencias sociales y regionales.

Serán necesarios esfuerzos en al menos tres rubros para que la situación no siga empeorando: programas que busquen involucrar a profesores y padres en los procesos educativos en este ciclo, la expansión de la digitalización a lo largo y ancho del país y mejores mecanismos de estímulo para mantener a los jóvenes en la escuela (en muchos casos, tenemos lo contrario).

Con todo, podemos decir que habrá que correr mucho para no retroceder y que, en lo educativo, todo apunta a que nos enfilamos hacia un año perdido.

fabaez@gmail.com
www.panchobaez.blogspot.com
Twitter: @franciscobaezr