Opinión

AMLO: inversión o subsidios

AMLO: inversión o subsidios

AMLO: inversión o subsidios

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hace unos días, el presidente López Obrador dio un adelanto de su visión general de política económica, que pudiera servir como base para entender la manera en cómo abordó la cuestión durante el informe de los primeros cien días de su gobierno.

López Obrador afirmó que el eje del desarrollo sería la economía popular y no, como en los gobiernos anteriores, el mantenimiento de los equilibrios macroeconómicos. Fue explícito en señalar que lo que a él le interesaba era la gente. Si leemos mínimamente entre líneas, AMLO dio a entender que la gente no era del interés de los otros gobiernos.

Podrá a muchos parecer una exageración, pero yo creo que allí dio en el clavo. Otra cuestión es si el modelo que propone tiene la capacidad para ver efectivamente por el ­bienestar de los mexicanos de carne y hueso. Si es socialmente eficaz.

Vayamos por partes. Si la economía se maneja a partir de modelos en donde lo importante son variables que no tienen qué ver con la vida cotidiana de las personas, se corre el riesgo de confundir los modelos con la realidad. De hacer una suerte de fetiche. De no entender la diferencia entre instrumentos (como las matemáticas o la estadística) y objetivos. De terminar rindiendo culto a esos entes surgidos de nuestras cabezas, y no entender cuáles son los fines de la economía: la satisfacción creciente de las necesidades humanas.

En esa lógica, con las prioridades de cabeza, economías como la mexicana han crecido de manera lenta y desigual, sin desarrollar su potencial y, sobre todo, sin generar el bienestar social necesario para una convivencia civilizada.

Poner en el centro a las personas de carne y hueso es, entonces, un acto transformador. El asunto es el cómo, porque implica al menos tres cosas: asumir que la economía es indisociable de la política, entender que la manera de medir el éxito de la política económica debe ser distinta a la tradicional y comprender que, de todos modos, hay reglas básicas que no pueden ser rotas, si se quiere llegar a los objetivos de bienestar compartido.

Piensa López Obrador que con acabar con una corrupción que llegó a niveles de pillaje, mantener un gobierno austero que no caiga en déficits excesivos y distribuir directamente apoyos a la población, México tendrá un mayor crecimiento económico, con más bienestar para la gente.

Los dos primeros puntos son apenas un punto de partida y el tercero no puede estar en el centro de un programa redistributivo.

Cualquier disminución de la corrupción tiene un efecto positivo tanto en las finanzas como en el comportamiento general de cualquier economía. En el caso mexicano, hay amplio espacio, porque la corrupción fue rampante. Pero como el presupuesto fue tan austero, los ahorros —al menos en el corto plazo— apenas servirán para que el gobierno siga funcionando.

Lo que se requiere es inversión. No hay escuela de pensamiento económico que no subraye su importancia capital. Se requiere inversión pública, privada y mixta. La proporción de la inversión en México, respecto a su producto, es insuficiente y la inversión pública ha caído año tras año, hasta ser menos del 3 por ciento del PIB. La baja en la inversión pública no ha sido contrarrestada por un aumento en la inversión privada capaz de generar la dinámica económica que el país necesita.

Lo que se requiere, asimismo, es ­reactivar el mercado interno. La demanda efectiva de los mexicanos. Eso no se hace cerrando nuestra economía que, en términos estrictos de su dinámica, se ha visto beneficiada por la apertura, sino generando mayores ingresos para la población. El primer paso, la recuperación de los salarios reales, castigados durante décadas. México no puede competir epidérmicamente, con base en salarios bajos, sino a partir de otras facultades, ligadas a la educación y la capacitación, además de las ventajas geográficas.

AMLO se refirió a este asunto en su informe de los cien días, cuando dijo que “la inversión pública se convertirá en capital semilla para atraer inversión privada nacional y extranjera” y habló de la creación de sociedades mixtas de inversión. El problema es pasar de las palabras a los hechos, y no nada más en los proyectos del sur-sureste.

La inversión pública funciona mucho mejor que las transferencias directas para generar bienestar. Lo hace a través del empleo y la transformación de ciudades y comunidades. Si hay participación social, pueden generarse las condiciones para una economía más humana y cercana a la gente y sus necesidades.

Las transferencias, más si están totalmente monetizadas, tienden a confundir el valor de cambio con la creación de valor, y su potencial para transformar la vida se reduce a un aumento de la capacidad de compra. Eso no es economía popular. Es subsidiariedad.

La inversión gubernamental y la mayor calidad de los servicios públicos —en educación, salud, cultura— no crean clientelas políticas con la facilidad, casi automática, de la que se genera con quien recibe un cheque. Pero su efecto es más duradero, tanto en lo político como en lo social. Lástima que a veces en lo político, el cortoplacismo le gane al verdadero interés en la gente de carne y hueso.

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