Opinión

Año Nuevo

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El inicio de un año, casi como una práctica inveterada, da espacio para reflexionar sobre el pasado frente al horizonte futuro. Pensando que la democracia como forma de organización y de gobierno procura la igualdad política entre los integrantes de una sociedad, no garantiza ni promueve la igualdad social, pues no es parte sustantiva de sus postulados.  Desde la caída del bloque socialista a finales del siglo pasado, el llamado modelo de mercado libre ganó tracción al quedarse sin rivales, lo cual alentó a su vez, la profundización de la globalización. En lo político, esos años trajeron consigo la propagación de la democracia, que fue adoptada por numerosos países, particularmente  aquellos que padecieron el dominio soviético. La decantación durante las siguientes décadas hasta el presente, de esos dos grandes procesos mundiales (la consolidación del mercado libre y la democracia) parecieron marchar conjuntamente por caminos convergentes, hasta que la realidad —que nunca dejó de existir, por lo demás— se encargó de demostrar que no necesariamente eran complementarios. De otra forma, ¿cómo explicarse el avance de la democracia y de la desigualdad?

La concentración de la riqueza y la agudización de la desigualdad en el mundo y en el interior de los países pasaron a ser rasgos distintivos del conjunto social de la globalización. La respuesta a esos fenómenos ha provenido paradójicamente, de los cimientos mismos de la democracia a través de la expresión en las urnas, si bien en varias latitudes se ha cimbrado la estructura de la democracia representativa, vulnerando a los partidos políticos y cuestionando a las instituciones. Las contradicciones han proliferado en prácticamente todos los órdenes de la política, la economía y la sociedad, favoreciendo el surgimiento de liderazgos tan disímbolos como variados en distintos países desarrollados como en Estados Unidos, Reino Unido, Francia o Italia, pero también en Brasil, México, India o Grecia, por citar algunos como ejemplos.

Desde una óptica muy general, se ha tratado de englobar a prácticamente todos esos liderazgos en el mismo traje sastre del populismo, diferenciándolos simplemente por su filiación de derecha o de izquierda, aunque luego se argumente que las ideologías ya están superadas —otra contradicción. No sin cierto dejo de soberbia, se apunta que estos liderazgos son posibles dado que los electores toman malas decisiones de cuando en cuando. Por lo demás, no está claro cómo se podría solucionar el cúmulo de problemas asociado a esas premisas, con liderazgos más o menos similares, promoviendo más o menos las mismas ideas que se han instrumentado todo este tiempo. No solamente no entusiasma, sino que parece ilógico que haciendo más de lo mismo, pero mejor hecho, como a veces sugieren esas voces, sea la fórmula atinada.

Desde otras corrientes, se percibe que estos fenómenos son intentos por revivir un pasado imposible de reconvenir en el presente, y que ya han probado el límite de su efectividad en el pasado, como los nostálgicos del orden imperial, del Estado benefactor y la protección del mercado nacional, por ejemplo.  A propósito de ello, cabe traer a colación lo que Lorenzo Meyer anota: “se puede sostener que el México que votó por un cambio en 2018, no se asemeja en su proyecto al EU de Trump o al Brasil de Jair Bolsonaro (tan deseoso de asociarse a Trump). En nuestro caso, quienes apoyaron el cambio mediante un voto claramente mayoritario, no intentan volver a un pasado, sino encontrar ahí inspiración para ganar un futuro inédito pero que se quiere sea mejor” (“Diferencias”, El Universal, 6enero2019, www.eluniversal.com.mx).

Los estudiosos de la democracia, por su parte, han insistido en la preocupación que generan aquellos dirigentes y sociedades que apuestan menos por la democracia dentro y fuera de sus sociedades y advierten de la gravedad de los procesos de deconstrucción democrática. Si bien debatibles, cabría abrigar algunas de sus preocupaciones para no perder de vista la importancia del ejercicio y práctica permanente de la democracia. No es para nada deseable que —como sucedió en las postrimerías del siglo XX— en algunos países occidentales, que por la vía democrática lleguen al ejercicio del poder,  se consoliden liderazgos totalitarios; pero no puede llevarse el argumento al grado de la histeria. La democracia requiere madurez, pero sobre todo de demócratas y ello significa educación, libertad, participación y pluralidad entre otros elementos consustanciales a ese sistema.  En este espacio hemos insistido en repetidas ocasiones que desde el punto de vista social, la globalización tiende a reafirmar los particularismos, y desde esa visión resulta posible entender mejor las respuestas en favor y en contra de esas fuerzas globales que trascienden las fronteras convencionales. Paralelamente, y como lo sugieren algunos reputados teóricos, la búsqueda de la igualdad es una divisa central que diferencia a las izquierdas de las derechas. Algún dirigente izquierdista español recientemente sugirió que la fraternidad es también un componente esencial de diferenciación entre izquierdas y derechas. No está mal, pero queda claro que no es prescindible la idea de la igualdad en un mundo crecientemente desigual.

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