Opinión

Antes tampoco era el paraíso

Antes tampoco era el paraíso

Antes tampoco era el paraíso

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La consecución de la paz y la seguridad internacionales, su construcción y mantenimiento, constituyen preocupaciones centrales del sistema internacional y a la vez, aspiraciones permanentes de la organización internacional como puede constatarse en la Carta de las Naciones Unidas. La coyuntura actual no es ajena a esas preocupaciones casi ancestrales, y ciertos de­sarrollos estarían subrayando su carácter de gravedad.

Ello viene a colación de una reciente revisión a un indicador de conflictos mundiales llamado Crisis Watch, que produce el

International Crisis Group (ICG), a manera de monitoreo de la situación mundial, y que da seguimiento a más de 70 situaciones de conflicto. Elocuentemente el Crisis Watch se refiere al deterioro de la situación en al menos 15 países (Burkina Faso, Mali, Chad, Ruanda, Sudán, Uganda, Islas Comoros, Myanmar, Nueva Zelanda, Rusia/norte del Cáucaso, Venezuela, Israel/Palestina, Yemen y Argelia), en contraste con el mejoramiento de una sola situación en Nagorno-Karabaj, Azerbaiyán, y frente a cero posibilidades de mejoramiento en ningún conflicto monitoreado. El ICG es una organización dedicada a la prevención de la guerra y a sugerir políticas que puedan construir un mundo más pacífico, según reza la misión de dicho Grupo (www.crisisgroup.org)

Desde luego que dicho monitoreo no es una lista exhaustiva, ni el único indicador al que pueda recurrirse, pero refleja adecuadamente el deterioro progresivo de distintas situaciones regionales y que si bien tienen características y dinámicas propias, tomadas en conjunto permiten apreciar el panorama general. Dicha herramienta, por ejemplo, no hace referencia en su edición más reciente a otros conflictos en curso como lo es el caso de Siria, o a otras situaciones en curso y con un enorme potencial de volatilidad como lo son las situaciones de Irán, Corea del Norte y más recientemente Libia, pero no las obvia tampoco. En todo caso, ello no haría sino complementar la visualización y estudio del potencial de conflictividad que se asoma a través de indicadores de este tipo.

Por su lado, el comportamiento de las potencias globales y regionales no permite albergar grandes esperanzas de solución a estos y otros problemas del sistema internacional y, por el contrario, deja la sensación de que el engranaje del sistema —u orden, si se quiere llamarle así— internacional pasa más aceite del deseado para una máquina que debería estar bien aceitada. Un rápido repaso a la agenda de paz y seguridad del Consejo de Seguridad de la ONU, por ejemplo, en cuanto a su volumen creciente y complejidad perene, particularmente respecto de las dinámicas en su seno entabladas por sus miembros permanentes y electos, tampoco permiten avizorar claras opciones de solución, más allá de la mera administración de los conflictos. En los temas más delicados son más frecuentes los de­sencuentros que las coincidencias entre sus miembros.

Es cierto que antes tampoco era el paraíso. La creación de la ONU estuvo precedida por los horrores de las dos grandes conflagraciones mundiales del siglo XX; el resto de la centuria fue abundante en conflictos. La interconectividad de la globalización no hace sino evidenciar la transversalidad de dichas divisas negativas: terrorismo, rechazo a la migración, intolerancia religiosa, exclusión y fanatismo, entre otras como la aparente vuelta al armamentismo dados los desencuentros recientes entre Estados Unidos y Rusia en materia de acuerdos internacionales de regulación y no proliferación de armas de destrucción masiva, por mencionar otra vertiente de preocupación en las relaciones internacionales. El problema, más que la diferencia, es que en el presente prevalecen tendencias que tienden a favorecer la conflictividad y parecen enfiladas a llevar al mundo hacia una espiral de violencia e intolerancia que parece repetir los errores del pasado.

gpuenteo@hotmail.com