Opinión

Arquitectura y ciudad, un texto de Teodoro González de León*

En 1989, durante su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, el renombrado arquitecto abordó los conceptos que consideró el origen de la composición urbana.

Arquitectura y ciudad, un texto de Teodoro González de León*

Arquitectura y ciudad, un texto de Teodoro González de León*

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Teodoro González de León (1926-2016), (Foto: The New York Times).

Las ciudades se deben al azar, el diseño, el tiempo y la memoria. En otras palabras: son obra de la gente, regulada por el gobierno, modificada por el tiempo y preservada por la memoria. Las buenas ciudades resultan de un equilibrio entre esos cuatro factores: en ellas, el orden del diseño propicia la libertad, y la memoria urbana de sus habitantes actúa para corregir y, llegado el caso, aprovechar los efectos del tiempo. Son ciudades bellas en las que la plástica urbana adquiere la naturaleza de obra de arte. Una plástica urbana, muy específica, configurada no sólo por los espacios de calles, plazas y parques, la variedad de formas y superficies de los edificios y monumentos, sino también por todos los objetos que pueblan esos espacios: postes, alambres, anuncios, vehículos. Es además una plástica dinámica, sólo apreciable en movimiento; más todavía: la forma y la facilidad del movimiento son parte de ella. Si según el precepto de Alberti la escultura requiere ocho puntos de vista a su alrededor para ser concebida y apreciada, la plástica urbana requeriría no ocho sino una infinidad de puntos; es decir requeriría tiempo. El recorrido por una ciudad es la más inmediata demostración de las cuatro dimensiones en que habitamos.

Se ha hablado muy poco de la plástica urbana. Es un tema que sólo se aborda cuando se estudian los grandes ordenamientos urbanos. Pero muy rara vez se la ha analizado como algo consustancial al fenómeno urbano. Entre las excepciones están los trabajos de Alberti, Camilo Site, Hiberseimer y Le Corbusier. Todos ellos, sin embargo, la tratan desde una preceptiva, como el resultado de la fidelidad a determinado pensamiento. Otros la confunden con lo pintoresco. Sólo Aldo Rossi, quien aborda el tema de otra manera, descubre que la ciudad puede describirse como una gran manufactura, como una enorme obra arquitectónica que se va realizando en el tiempo y gracias a mucha gente. Esta posición supera las descripciones del funcionalismo y del organicismo, las dos corrientes derivadas de la fisiología que han recorrido la arquitectura y la urbanística modernas y para las cuales la plástica se explica sólo como un agregado de las funciones que dan origen a la forma urbana. La originalidad de Rossi radica en que, al introducir el concepto de manufactura, introduce también, en consecuencia, el concepto de estilo. No hay manufactura sin estilo. Las creaciones humanas fatalmente se expresan con un lenguaje: el de su tiempo y su lugar. Y esto a fin de cuentas constituye una plástica. Rossi nos explica cómo en las distintas épocas la ciudad es moldeada por sus habitantes (el diccionario define plástica como algo que se moldea); cómo a base de creaciones y destrucciones se va construyendo esa enorme arquitectura que es la ciudad. Y cómo toda arquitectura, mala, mediocre o con naturaleza de obra de arte, constituye siempre, fatalmente, el registro y la expresión de su época.

Una ciudad, para decirlo con palabras de Octavio Paz, puede convertirse en “una visión de los hombres en el mundo y de los hombres como un mundo: un orden, una arquitectura”. Estas palabras nos aclaran cuál es la lectura que podemos hacer de la ciudad y nos hacen entender la estrecha relación que hay entre los factores que la conforman: el azar, el diseño, el tiempo y la memoria. Hay ciudades como Brasilia: una gran manufactura creada de un solo golpe en la que el diseño es preponderante y anula el azar. Todo tiene su sitio de antemano. Pero anular el azar es ilusorio y éste se despliega en forma incontenible afuera, en el conjunto de ciudades satélites que rodean a Brasilia y que son sorprendentemente semejantes a las áreas urbanas de crecimiento espontáneo de toda Latinoamérica. […]

El tiempo tiene dos caras: si por un lado deteriora, por el otro salva y homogeiniza: borra rivalidades. Estilos contrarios, irreconciliables en su época, como fueron el gótico y el renacentista en Florencia, los vemos ahora perfectamente hermanados y formando una arquitectura urbana homogénea. […]

Pero no sólo el tiempo y sus desastres destruyen las ciudades. Los responsables son sobre todo sus habitantes. Cada generación renueva las arquitecturas existentes o acaba con ellas. Y algunas destruyen más que otras. […]

El balance entre destrucción y renovación tiene que ver con la memoria urbana, que descansa en parte en los habitantes de la ciudad y está constantemente cambiando con las características de la población. Una población más educada y más vieja mantiene un diálogo más vivo con el pasado, dispone de una memoria urbana más sólida, renueva más y destruye menos las arquitecturas del pasado.

*Fragmento de su discurso de ingreso a El Colegio Nacional.