Escenario

Especial: Así murió Blanca Estela Pavón, entrañable compañera de Infante

El destino quiso que a finales de septiembre de1949, en un par de cines de la capital, el Nacional y el Mitla, se exhibieran, con el éxito que garantizan las películas consagradas en el favor popular, Nosotros los pobres y Ustedes los ricos, donde la pareja protagónica, Pepe el Toro y La Chorreada, es decir, Pedro Infante y Blanca Estela Pavón, se había convertido en personajes muy queridos por el mexicano de a pie.

Especial: Así murió Blanca Estela Pavón, entrañable compañera de Infante

Especial: Así murió Blanca Estela Pavón, entrañable compañera de Infante

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El destino quiso que a finales de septiembre de1949, en un par de cines de la capital, el Nacional y el Mitla, se exhibieran, con el éxito que garantizan las películas consagradas en el favor popular, Nosotros los pobres y Ustedes los ricos, donde la pareja protagónica, Pepe el Toro y La Chorreada, es decir, Pedro Infante y Blanca Estela Pavón, se había convertido en personajes muy queridos por el mexicano de a pie. Eran, casi casi, como de la familia. Por eso, la repentina muerte de la actriz, que solamente tenía 23 años, trajo las lágrimas y el dolor teñido de sorpresa que aparece cuando alguien muere joven.

En el caso de Blanca Estela Pavón, la noticia de su fallecimiento fue una sacudida para mucha gente sencilla, que la había visto crecer con rapidez, entrar en la industria del cine, después de haberse iniciado en el doblaje, de la mano del director René Cardona, en Allá en el Rancho Chico, y después, dirigida por Chano Urueta, aparecer en una extravagante fantasía musical a tono con los días de la Segunda Guerra Mundial, La liga de las canciones (1941). La gente la escuchó en algunas dramatizaciones radiofónicas muy exitosas. Después, poco a poco, con su frescura y simpatía, se ganó el cariño el público. En Cuando lloran los valientes, película de 1947, compartió créditos, por primera vez, con uno de los dos grandes charros cantores del país, Pedro Infante, que ya era un ídolo nacional. Hacían, dijeron todos, una pareja espléndida. Eso explica que en 1948 Ismael Rodríguez la llamara para convertirse en La Chorreada, el gran amor de Pepe el Toro en Nosotros los Pobres y Ustedes los Ricos, ambas filmadas en ese mismo año. Aquella pareja, que sufrió tanto en los filmes de Rodríguez fueron “adoptados” de inmediato por los mexicanos, especialmente por los que ya formaban parte de la población urbana. A través de aquella pareja que cantaba “Amorcito corazón”, Pavón e Infante se habían convertido en el símbolo de ese pueblo que día a día se ganaba el pan con su esfuerzo, sin que ello les garantizara la felicidad.

Era un 26 de septiembre cuando el avión en que la joven Pavón, acompañada de su padre, hacía el vuelo de Oaxaca a la Ciudad de México, después de algunas presentaciones. Alguien le propuso que, en vez de irse en avión, hiciera el viaje por tierra, pero ella dijo que tenía en la capital el compromiso para asistir a un programa de radio. Así, abordó el avión en compañía de su padre.

La nave despegó de Oaxaca a las 12:40 del día. El capitán todavía pudo comunicarse con la torre de control de la capital, y avisar que acababan de pasar sobre Puebla, y estaban cerca del Popocatépetl; tenían graves problemas de visibilidad y fuertes turbulencias sacudían el avión. Después, el silencio. Dio la una y media de la tarde, hora estimada para el aterrizaje. Pero el vuelo de Mexicana de Aviación nunca llegó. Las autoridades aeronáuticas declararon que el avión estaba desaparecido y, muy probablemente, se había estrellado.

Lentamente, la información empezó a fluir en la tarde de ese 26 de septiembre: los habitantes de Huejotzingo y otras localidades poblanas confirmaron el paso del avión; otros aseguraron que en una ladera del Popocatépetl se veía una columna de humo. Comenzaron a organizarse brigadas de búsqueda. Desde Puebla partieron algunos grupos; de la capital, otros, en los que iban reporteros y fotógrafos. Llegaron primero los cuerpos de Socorro Alpino. Era una ladera difícil. pedregosa, cercana al punto conocido como el Pico del Fraile. A pocos metros de las nieves del volcán, encontraron los restos del avión. Desperdigados, calcinados, los cuerpos de los pasajeros y la tripulación.

Al día siguiente, dos eran las noticias que se disputaban las primeras planas de los periódicos: una, el polémico hallazgo de “los restos de Cuauhtémoc”, en Ixcateopan, Guerrero. La otra, la tragedia del avión estrellado. Sesenta personas a bordo, entre las cuales no solo estaba la actriz. También viajaban en aquella nave el entonces secretario de Agricultura alemanista, Gabriel Ramos Millán, a quien apodaban “El Apóstol del Maíz”, el arqueólogo y funcionario del INAH Salvador Toscano, el fotógrafo Francisco Mayo y un reportero de El Nacional, Luis Bouchot.

El rescate de las víctimas fue lento y penoso. El traslado de los cuerpos hubo de hacerse con mulas propiedad de los lugareños que apoyaban los trabajos, y a lomo de mulas llevaron los cuerpos hasta Tlamacas, donde una caravana de ambulancias aguardaba para llevar los cadáveres a la Ciudad de México.

En 1949, las imágenes, por crudas que fueran, eran material de primera plana. Los mexicanos vieron, así, cadáveres boca abajo, sin piernas, niños pequeños arrancados de los brazos de sus madres. Alguno de los reporteros  que llegó al lugar aseguró que, cuando encontraron a Blanca Estela Pavón “parecía dormida”. Otros aseguraron que su cuerpo era como una madeja de hilo, a causa de numerosas fracturas. Tuvo que llegar a Tlamacas el dentista del secretario Ramos Millán para identificar el cuerpo carbonizado del funcionario. Aguantando el dolor de ver a su hermano muerto, el fotógrafo Faustino Mayo formaba parte del grupo de periodistas que hacían la cobertura.

Envueltos en petates, a lomo de mula, todos los pasajeros descendieron del Popocatépetl. En la última foto que la gente vio de Blanca Estela Pavón, publicada en un periódico, no se le veía el rostro. Del atado de petates y prendas de vestir, empleadas como improvisadas mortajas, y que llevaba una mula, apenas sobresalía un pie calzado con una sandalia.

EL FUNERAL DE LA CHORREADA. Mientras se le pasaba el susto a algunos personajes que originalmente iban a viajar en el vuelo estrellado en el Pico del Fraile y a los que el destino, o la suerte o la Providencia los puso en otro sitio, se preparaba una jornada fúnebre en la capital. Se habían salvado, por un repentino cambio de opinión, porque cedieron el boleto a alguien que tenía prisa por llegar a la capital; porque un compañero del trabajo fue en su lugar. No creían en su buena suerte Antonio Rodríguez, crítico de arte; el poeta oaxaqueño Andrés Henestrosa y la reportera de El Nacional Carmen Báez.

Tres fueron los funerales importantes de esos días: la clase política mexicana se concentró en la vieja sede del Senado de la República, para homenajear a Ramos Millán; la comunidad intelectual arropaba a la familia de Salvador Toscano, y el pueblo, fiel a sus cariños, se arremolinaba en las instalaciones de la ANDA, aguardando que llegara el ataúd con los restos de Blanca Estela Pavón.

Allí se quedaron aguardando una noche entera, porque a la actriz la velaron en su hogar de la colonia San Jacinto, que se inundó de ramos de flores, incluyendo uno enviado por el Presidente de la República.

Al día siguiente, cuando los restos de La Chorreada fueron llevados a la ANDA, encabezaba el duelo Pedro Infante, al que no le apenó declarar a la prensa que, al enterarse de la muerte de la actriz, se puso a llorar. Los reporteros calcularon en tres mil a las personas que esperaban afuera del edificio. Pero llegaban y llegaban más, y las calles de la colonia San Rafael se congestionaron; se enviaron 25 policías para intentar contener a los dolientes, que intentaban entrar al edificio para despedirse. Empujones, golpes involuntarios, sofocos, desmayos. Incluso los empleados de la agencia funeraria, que cargaban el ataúd, se vieron en problemas para poder entrar y depositar el féretro.

Allí la velaron, junto a su padre. Arropada por sus compañeros actores y por miles de seguidores. Después, se dijo que habían sido más de nueve mil personas las que pasaron, en esas horas, delante del ataúd de Blanca Estela.

Después, la llevaron al Lote de Actores del Panteón Jardín. Ocho años después, cuando Pedro Infante murió, los responsables de los funerales supieron resistir la tentación de enterrarlo, como se especuló, junto a la tumba de la actriz. Es que, argumentaban los que defendieron la idea, si Blanca Estela no se hubiera muerto en aquel avionazo, más tarde o más temprano, Infante se hubiera casado con ella.