Opinión

Avándaro, José Agustín y Carlos Monsiváis (segunda parte)

Avándaro, José Agustín y Carlos Monsiváis (segunda parte)

Avándaro, José Agustín y Carlos Monsiváis (segunda parte)

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En la crónica sobre el Festival de Avándaro que aparece en el segundo volumen de la Tragicomedia Mexicana (1992), José Agustín escribió: “el que no se midió fue Carlos Monsiváis, quien desde Essex, Inglaterra envió una indignada carta al Excélsior”.

Y lo cita: “las mismas gentes que no protestaron por el 10 de junio enloquecidas porque se sentían gringos (son las que asistieron a Avándaro). Si lo que los une es el deseo de ser extranjeros estamos viviendo en el aire. ¿Qué es la nación de Avándaro? Grupos que cantan en un idioma que no es el suyo canciones inocuas, rechazo a la guerra de Vietnam, pero no a la explotación del campesino mexicano; pelo largo y astrología, pero no lecturas y confrontación crítica. Creo que la Nación Avándaro es el mayor triunfo de los mass media norteamericanos: es el Mr. Hyde de artículos, reportajes y crónicas sobre Woodstock. Es uno de los grandes momentos del colonialismo mental en el Tercer Mundo”.

La cita de Monsiváis se desprende de una carta que el escritor mexicano –por entonces en una estancia académica en el Reino Unido – le envió a su amigo Abel Quezada sin imaginar que el gran cartonista y pintor mexicano habría de publicarla sin su consentimiento, en la edición de Excélsior del 26 de septiembre de 1971.

En la intimidad de sus pensamientos y al cobijo de la comunicación epistolar que se sabe privada, Monsiváis acaso influenciado por lo poco que se pudo enterar del festival –a través, quizá, de algún periódico atrasado o por de los relatos de segunda mano de sus amigos– llegó a una conclusión apresurada, condenatoria y moralista.

El gran cronista de la cultura popular y los movimiento sociales que ya era reaccionó de bote pronto, con el foco de su mirada –normalmente lúcida y certera– empañada por la distancia y la información de segunda mano, como también obnubilada por cierta dosis de nacionalismo rancio, prejuicios ideológicos de izquierda y conservadurismo generacional que él mismo poco después pasaría por la auditoría pública de la inevitable y feroz autocrítica.

Unas semanas después, en el mes de noviembre, publicaría una aclaración muy a su estilo en el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre a la que título, para no dejar lugar a dudas: “El bajo clima del moralismo”.

Se refirió al “bochorno que sentí por haber caído, siquiera un rato, en el bajo clima del moralismo profesional que de la carta se desprende. Para mi cabal infortunio ¿o mejor para enriquecer mi certeza de que los juicios exactos, rápidos y a distancia no constituyen parte de mis virtudes? la carta se ha publicado, al margen de cierta depresión inevitable”.

Para debatir consigo mismo escribió: “una nota polémica contra un falaz adversario al que designaré con las iniciales CM”.

“Cuando CM afirma que el Festival de Avándaro lo volvió ´a aterrar quizás en formas más implacable que los sucesos del 10 de junio en la ciudad de México´ no sólo está recurriendo a un expediente verbal de pequeño burgués acosado, víctima de la clasemediatización del lenguaje. También proclama una aberración. Nada, en el nuestro o en cualquier país puede superar la trascendencia del asesinato impune con fines políticos, perpetrado por grupos de gángsters contra una manifestación pública”.

“Gran parte de las opiniones de CM sobre Avándaro se adhieren a la órbita moralina de los defensores típicos de la pureza (sea ésta lo que fuere) y, por lo menos, lo hacen cómplice de un espíritu no muy lejano a la militancia en el PARM o el PPS”.

“Afirma CM que lo de Avándaro ´es uno de los grandes momentos del colonialismo mental del Tercer Mundo´. Aquí lo pierde su afición a las frases absolutas”.

“Diagnostica CM que ´si lo que los une es el deseo de ser extranjeros estamos viviendo en el aire´. Llega tarde. Es extemporáneo cualquier deseo de ser extranjero porque éste ya es un hecho, somos extranjeros en México. En tanto ciudadanos somos una ficción”.

No hay peor crítica recibida, escribe, que la de “encontrarse compartiendo puntos de vista con los elementos más atroces del país. A CM le desea que “tenga el suficiente sentido del humor para asimilar el golpe y abstenerse en el futuro de lanzar admoniciones, camino que desemboca en el púlpito, en las peñas de la provincia o en la senilidad”:

Seis años después, en el volumen de crónicas Amor Perdido (Era, 1977), Monsiváis abordaría con mayor profundidad sus reflexiones sobre el tema en el apartado “La nación de Avándaro” que forma parte de una crónica más extensa sobre el movimiento cultural y literario al que se la llamo “la onda”. Se exige entonces describir telegráficamente lo ocurrido en Avándaro hace ya 50 años: “La gran ilusión. Stop. La mejor y la peor experiencia. Stop. La frustración y el cansancio. Stop. La liberación al mayoreo. Stop. Las penosas caravanas. Stop. Una aventura comunitaria que cree habitar la dichosa anarquía del porvenir. Stop. La mitomanía de la comunicación y las Vibraciones Redentoras. Stop.”