Opinión

Balance educativo de la pandemia

Balance educativo de la pandemia

Balance educativo de la pandemia

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Todavía no alcanzamos a ver los efectos que tendrá la actual pandemia: nuestra mirada está cargada con las inercias del pasado y el futuro es una cortina oscura. La epidemia sigue, no acaba de desplegar todas sus potencialidades.

En la esfera de la educación, sin embargo, hay hechos consumados que deben ser el punto de partida. El hecho fundamental es que las escuelas de todos los niveles han dejado de funcionar y esa suspensión continúa después de —aproximadamente— cinco meses. ¿Por cuánto tiempo se habrá de prolongar esta parálisis?

Podemos suponer que por un año, aunque esa estimación carece de sustento objetivo. ¿Qué significa detener el funcionamiento del sistema educativo durante un año? Significa, ni más ni menos, un desastre. Veamos: es un año sin educación que no podrá jamás ser restituido ni compensado.

Ofrecer cursos a distancia es sólo un esfuerzo compensatorio que tendrá, podemos anticipar, pobres resultados.

La explicación de estos pobres resultados no son las carencias materiales (tener o no tener computadora, tener o no tener televisión) sino la pérdida de los referentes espacio-temporales que ofrece la escuela. No se trata de substituir la relación maestro-alumno por la relación padre-hijo o computadora-alumno.

El problema central es que la escuela dejó de funcionar. La escuela es insustituible. Es un universo psicológico, emocional y cognitivo que produce determinadas actitudes y conductas que sólo la escuela puede producir.

Debemos convencernos que es imposible transformar los hogares en pequeñas escuelas improvisadas, lo cual no impide que nos esforcemos —como lo está haciendo la SEP— por hacer llegar al espacio contenidos y materiales educativos y que hagamos sugerencias concretas para trabajar con ellos.

Desde luego, el desarrollo de una generación (o varias) se haya en entredicho. Se produjo una ruptura en su proceso educativo lo cual equivale a una laguna más o menos grande en sus aprendizajes; pero, más importante que los aprendizajes es el vacío en su desarrollo socio-emocional y moral. La parálisis de las escuelas está dando lugar a un grave problema de socialización; pues ellas son insubstituibles como espacios de encuentro y de interacción social.

Encerrados en sus casas, podemos suponer que los niños añoran con desesperación el juego y el contacto con otros niños. La tarea de los padres se multiplica y enfrenta ahora situaciones enigmáticas para las cuales no tienen respuestas adecuadas. Las madres, sobre todo, debe sufrir en exceso esta inédita sobrecarga de tareas.

Los niños quieren hacer cosas, la actividad —con sentido, no caótica— tiene un papel crucial en su desarrollo. Dos actividades clave son el juego y el trabajo. Pienso que una política recomendable es ofrecer en el hogar a los pequeños (entre 2 y 10 años) actividades juegos y trabajos de diverso tipo que los mantengan realizando actividades disciplinadas, con objetivos, reglas y horarios. Sin perder de vista que la educación de sus hijos ya sufrió una pérdida irreparable.

Gilberto Guevara Niebla