Metrópoli

Bares y gimnasios: en la clandestinidad

En algunas zonas de la capital los bares comenzaron a operar como restaurantes desde hace semanas. Establecimientos como Cicatriz, en la colonia Juárez, ignoran algunas medidas sanitarias para evitar contagios.

En algunas zonas de la capital los bares comenzaron a operar como restaurantes desde hace semanas. Establecimientos como Cicatriz, en la colonia Juárez, ignoran algunas medidas sanitarias para evitar contagios.

Bares y gimnasios: en la clandestinidad

Bares y gimnasios: en la clandestinidad

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El Gobierno de la Ciudad de México permitirá que los bares, cantinas y salones de fiestas operen como restaurantes y puedan abrir a pesar de que la capital se mantiene en semáforo naranja; sin embargo, lo cierto es que algunos de estos negocios ya operan bajo sus propias normas y otros lo hacen de forma clandestina.

Crónica recorrió distintas zonas turísticas y encontró que muchos bares y cantinas ya ofrecían servicio desde hace unas semanas.

En la Zona Roza, por ejemplo, hay negocios que desde hace años operan como bares y cuando empezó la pandemia, se vieron obligados a cerrar sus puertas por tiempo indefinido.

Hace tres semanas comenzaron a operar bajo medidas sanitarias impuestas en muchos casos por ellos mismos; bastó un bote de gel antibacterial y la petición de consumir alimentos para ofrecer las bebidas alcohólicas. El menú: palomitas, chicharrones y papas a la francesa.

Medir la temperatura es una de las medidas que no se aplica; tampoco se obliga a los clientes a usar cubrebocas. La separación entre mesas es apenas de un metro, pero en cada mesa pueden sentarse hasta seis personas, lo que facilitaría el contagio de COVID, de acuerdo con las recomendaciones de autoridades de salud tanto local como federal.

En la Plaza Washington, en la colonia Juárez, un establecimiento llamado Cicatriz ofrece servicios de restaurante; su personal sí usa cubrebocas, pero no mide la temperatura a sus clientes y tampoco les pide usar cubrebocas. En este establecimiento es común ver que el aforo es superado y es necesario ocupar bancas públicas que al cabo de unas horas también resultan insuficientes. La probabilidad de contagio en este sitio es alta, dado que los comensales (muchas veces clientes asiduos) no respetan la sana distancia.

A ESCONDIDAS. En plena Zona Rosa es posible hallar lugares que cierran sus puertas a las 4 de la mañana; sólo se necesita paciencia y 50 pesos por persona. Eso es lo que una mujer dice a un grupo de jóvenes que pasan por la calle de Génova al cruce con Hamburgo.

“¿Buscan un bar? 50 pesos la entrada. Cerramos hasta las 4 o 5, dependiendo de cómo se ponga la fiesta”, dice mientras saca su teléfono y comienza a escribir.

“Déjenme ver si hay lugar”, añade y hace una llamada.

Después de unos minutos da el aviso: “Sí tengo lugar chicos, pero les tocará de pie porque hay mucha gente”.

Los jóvenes aceptan la oferta y se encaminan sobre la misma calle de Génova hacia Londres; es casi la una de la madrugada y en ese momento un grupo de policías comienza a “barrer” la calle desde Liverpool —donde se ubica la sede de la Policía capitalina— hacia Paseo de la Reforma.

“¡Muévanse, muévanse! Hagan como que están comprando hot dogs, ahorita que pasen los policías los meto”.

En la calle sólo hay un par de vendedores de comida rápida y unas 10 personas que se dedican a ofertar bares que se ubican en esta calle; es de noche y no se aprecia ruido de fiesta, parece que no hay movimiento nocturno. Pero 30 minutos después los jóvenes regresan para continuar el proceso de admisión al lugar.

Tras una llamada la mujer tiene una mala noticia, el bar se llenó y ya no hay cupo, ni de pie. Pero hay otros tres sitios en la misma calle que podrían tener espacio para los fiesteros. Pregunta a algunos de los que camina por ahí y que parecían simples transeúntes; “¿tienes lugar?”, le pregunta a un hombre y éste responde: “hace rato ya no había, pero márcale al Jhony, tal vez ya se liberó un poco”.

Hace otra llamada telefónica y la negativa persiste; “ya no tengo lugares chicos, si andan por aquí les aviso en cuanto tenga espacio, se pone bueno, vale la pena esperar”.