Opinión

Biden y México, lo que se viene

Biden y México, lo que se viene

Biden y México, lo que se viene

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos implicará cambios en la relación entre México y su poderoso vecino del norte, tanto por las diferentes prioridades del demócrata respecto a Donald Trump, como por la actitud de Andrés Manuel López Obrador hacia el nuevo ocupante de la Casa Blanca.

De entrada, es de esperarse un mayor dinamismo en la economía estadunidense, impulsado por los programas de estímulo para salir de la crisis provocada por la pandemia. Estos programas son, además, necesarios políticamente para el nuevo presidente: debe demostrar que la economía funciona mejor con él que con el gobierno republicano saliente.

Este mayor dinamismo económico se reflejará, casi en automático, en México, cuya economía -en contra de lo que hubiera uno pensado al inicio del sexenio- depende cada vez más de las exportaciones. Al mismo tiempo, es muy probable que ya no se den las amenazas arancelarias características de Trump, lo cual significará tranquilidad en ese frente.

Tampoco es de pensarse que continúe (al menos con la misma fuerza) la oposición a que las empresas estadunidenses inviertan en países con menor precio en su mano de obra. Una cosa será mantener la preferencia al “Made in USA” y otra, la intención de frenar la partición de los procesos productivos, propia de la globalización.

Todo indica que Estados Unidos regresará al TPP y a los tiempos del multilateralismo comercial. Pero, como es probable que las tensiones con China continúen, eso se traducirá, en principio, en mayor cercanía y ganas de hacer negocios con México.

Si los anteriores elementos se combinan como un coctel favorable, hay otros dos que sin duda van a generar tensiones que no existían durante el mandato de Trump. Ambos están relacionados con la política energética.

Por una parte, veremos una presión creciente de parte de Estados Unidos para que México honre los acuerdos que permiten, con limitantes, la inversión privada en esa área. Por la otra, el interés expreso de Biden por las energías limpias se traducirá en una crítica abierta, y presiones diversas, a las apuestas extraccionistas del gobierno de AMLO, obsesionado con el petróleo y el carbón.

Si Trump utilizaba a México como blanco de ataques retóricos racistas, pero -más allá de la política migratoria, en donde impuso condiciones a López Obrador- dejaba al gobierno mexicano en paz, ahora tendremos un presidente de Estados Unidos que utiliza un lenguaje mucho más civilizado, pero que tendrá opiniones más definidas respecto al gobierno de AMLO en diferentes temas. Y varias de esas opiniones no le van a gustar nada al presidente de México.

En materia migratoria, López Obrador se quita, con Trump, un peso de encima: el de destinar recursos de la Guardia Nacional al control de las fronteras. Podríamos decir que también se quita el peso político de haber fungido como guardián fronterizo de Trump, pero tampoco era mucho: resultó fácil hacer pasar a sus incondicionales de ardientes defensores de los derechos de los hermanos centroamericanos a xenófobos molestos con la invasión cuartomundista.

De hecho, AMLO tiene prisa por quitarse ese peso, y ha expresado abiertamente su deseo de que Biden cumpla sus promesas de reforma migratoria. Es muy probable que lo haga en los primeros días de su gobierno, con una iniciativa de ley que permita a los 11 millones de indocumentados en Estados Unidos transitar hacia la ciudadanía. Green Card automática a los dreamers, reunión de familias separadas por las políticas de Trump, etcétera. Asímismo, se abre la posibilidad de que ambas naciones vecinas trabajen conjuntamente para, ahora sí, hacer un plan de desarrollo para Centroamérica que alivie las presiones en el mediano plazo.

Lo que no es tan probable es que el nuevo gobierno de EU cierre los ojos ante el paso masivo de caravanas de migrantes centroamericanos y considere que México puede simplemente dejarlos pasar. Allí habrá una situación de estira y afloja.

Y lo que, en cambio, es seguro, es que López Obrador, en su cercanía con Trump, perdió mucho peso entre la comunidad méxico-americana, particularmente en sus liderazgos, alineados a los demócratas, quienes ahora lo ven como un vil oportunista. El teflón que puede presumir entre sus bases en México no se extiende allende la frontera. Rehacer esta relación, que es crucial en la defensa de los connacionales en EU, que seguirá siendo necesaria, es una de las muchas tareas que tendrá que emprender el gobierno mexicano.

Un tema más es que la visión de Biden apunta a una estrategia más agresiva en el combate a la pandemia de coronavirus, y también a una de mayor cooperación internacional. Quién sabe si el nuevo gobierno de EU se quede con las manos cruzadas si ve que su vecino del sur está complicando la salida rápida a la que está abocado.

Finalmente, está el tema más complejo, que es el que enlaza seguridad, narcotráfico, corrupción y política de drogas. Biden ha dicho que quiere reforzar la cooperación con México en la materia, con más recursos para el combate a la corrupción y a la mejora del sistema judicial, al tiempo que ha anunciado que su énfasis interno será disminuir la demanda de drogas.

En el primer punto, el gobierno de López Obrador puede ver intentos de intervencionismo -y más si se trata de meter mano en el Poder Judicial-. Encima de ello está el precedente de que Estados Unidos investigó por años en secreto al General Cienfuegos, para luego detenerlo sorpresivamente. El interés de AMLO es reducir el papel de EU en la política mexicana de seguridad. El de Biden, reponerlo.

Habrán de encontrar un camino intermedio, pero para ello será necesario reestablecer la confianza mutua perdida. Ambos gobiernos encontrarán, en esa ruta, voces e intereses que los empujarán a mantener la desconfianza. En ese asunto, para no variar, el papel clave corresponderá a las Fuerzas Armadas mexicanas: terminarán siendo el fiel de la balanza.

López Obrador estaba más a gusto con Trump, a pesar de su retórica, por similitudes de carácter y porque lo dejaba en paz en temas de política interna. Hay un grupo en México, que curiosamente se disfraza de radical, que apuesta al regreso de la retórica antimperialista (un poco sí lo habrá) y, por lo tanto, se ha alineado con Trump, incluso en su faceta abiertamente antidemocrática. No tienen el peso que ellos creen (o que se les atribuye), ante la primacía de pragmatismo, pero harán su luchita.

Eso significa que el gobierno de AMLO puede generar entendimientos de fondo con Biden, porque en muchos aspectos hay similitudes y comunidad de intereses, incluso en más que con el del republicano, aunque a veces se haga rejego. Tampoco se trata de comer lumbre de a gratis.

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