Opinión

Borneo y el 11 de septiembre de 2001

Borneo y el 11 de septiembre de 2001

Borneo y el 11 de septiembre de 2001

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Se cumplieron esta semana 18 años del atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, que como se ha insistido marcaron el arranque convulso del siglo XXI. En la memoria más profunda de la humanidad, todos, sin excepción seguimos recordando qué hacíamos y dónde estábamos aquel día.

En mi caso puedo decir que fui una de las pocas personas que supo de la tragedia hasta un día después. Aquel 11 de septiembre de 2001 me encontraba de vacaciones, en medio de la selva, en la porción malaya de la isla de Borneo, visitando un santuario de orangutanes. Sólo así, aislado en un rincón selvático del planeta, pude no enterarme de lo sucedido en tiempo real. Pocos días después publiqué una crónica de aquella experiencia singular en la revista Etcétera dirigida por mi maestro Raúl Trejo Delarbre. Rescato aquel texto para mi entrega de esta semana con su título original:

Borneo

Una concurrida, ruidosa e insufrible sala de videojuegos para adolescentes en la pequeña ciudad de Tawau, al norte de la isla de Borneo, donde milagrosamente pude acceder al internet —que ­bajaba lento hasta la exasperación—, así como a la señal en vivo de CNN, de la cual se colgaron de manera ininterrumpida y por espacio de casi un día algunas televisoras de Malasia y Filipinas —un hecho inusual pero comprensible ante la dimensión de lo ocurrido­— fueron mis dos únicas y peculiares ventanas informativas al martes negro que sacudió a Estados Unidos y al resto del mundo.

Supe de la tragedia doce horas después, cuando ya era miércoles al mediodía en el horario asiático y, Shafrid, el guía malayo que nos internó por una de las últimas selvas vírgenes del mundo para ir en busca de los orangutanes, nos trajo las terribles nuevas. Pero sólo pude saber con más detalle lo ocurrido por la noche de aquel miércoles, cuando tocamos base por fin en una ciudad ruinosa y tropical, en medio de la nada.

Mientras que habíamos viajado hasta ahí para observar a una de las criaturas más pacíficas de la naturaleza, del otro lado del mundo las trompetas del apocalipsis sonaban con toda su fuerza en la gran urbe del hierro desplomado.

En el corazón selvático de Borneo pude reconocer entonces algunos rasgos del nuevo perfil del mundo que se dejó ver con toda su desgarradora contundencia en este capítulo atroz de los albores del siglo XXI, y que ciertamente nos recordó el porvenir.

1. En la sala de videojuegos a la que me he referido había por lo menos 20 computadoras donde medio centenar de jóvenes malayos —­todos ellos musulmanes— se entregaban con un deleite tenebroso a los juegos de video donde invariablemente el tema es el de la violencia y la guerra. En medio del repique aterrador de las metralletas y los obuses, destacaban los gemidos de muerte de los personajes animados que protagonizan esta singular manera que han descubierto las grandes compañías fabricantes de videojuegos para entretener a las nuevas generaciones del planeta, ­(algunas de ellas, por cierto, con sede en Estados Unidos).

Nadie en aquel sitio parecía interesado por lo ocurrido en Nueva York, y mientras los chicos musulmanes se afanaban hasta el paroxismo en sumar puntos matando terroristas o militares, yo asistía aterrado a las primeras noticias que narraban el recuento amargo de la guerra de verdad, la muerte que no se cuenta en puntos sino en víctimas de carne y hueso. El internet era mi única ventana al mundo, y su lentitud me paralizaba.

Es curioso, pensé, las grandes corporaciones internacionales y el mercado de la era global alimentan este jugoso negocio de las guerritas por computadora, donde el instinto de violencia enseñorea y la pericia para emboscar se paga con puntos y más horas de juego y, por otro lado, Occidente se pregunta asombrado y conmovido por la dimensión que alcanzó en el mundo la amenaza del terrorismo sin fronteras.

Este café internet es algo más que un sitio de esparcimiento en el corazón de Borneo, comprendí en ese momento con tristeza: aquí se están cultivando los nuevos ciudadanos de la aldea global, soldaditos virtuales que se despacharon no menos vidas en una tarde de diversión programada, que los miles de víctimas que terminaron aplastadas o rostizadas en el infierno de las Torres Gemelas de Nueva York.

No creo que haya otra etapa en la historia del mundo donde la violencia tan descarnada, sin ideologías ni religiones de por medio, se hubiese convertido en un hecho tan masivo, cotidiano y aparentemente entretenido como ocurre en una sala de juegos por computadora. Estos chicos, concluí, terminarán por no distinguir la diferencia entre lo que transcurre en sus monitores y lo que se asoma en la realidad y que tan fácil se les resbala.

Para ellos quizá el ataque a Estados Unidos no ocurrió en la realidad, sino que forma parte de un nuevo videojuego que tarde o temprano podrán adquirir en el mercado, junto con simuladores de vuelo, o software especializado en el diseño de virus y ataques cibernéticos.

¿Responsabilizaremos también de este hecho a Osama Bin Laden, o habrá que pasarle la factura a los arquitectos de la globalización y a quienes postulan que el negocio de la guerra por computadora es ­inofensivo y edificante? Los chicos en Borneo gritaban de júbilo ante cada nuevo muerto que se cargaban en aquella noche amarga del 12 de septiembre. Yo los contemplaba en silencio, triste y conmovido.

2. Mi otra ventana informativa fue la transmisión en vivo de CNN. Era una señal muy peculiar porque el sonido original en inglés estaba en segundo plano y resultaba indistinguible, mientras que en primer plano se escuchaba la traducción simultánea al tagalo de alguna televisora del sur de Filipinas que se colgó a la señal del gigante mediático de Atlanta y que pudimos captar ya muy entrada la noche  en un hotel de la ciudad de Tawau.

No era necesario, sin embargo, el recurso de la palabra. Las imágenes, repetidas hasta la saciedad, tenían la elocuencia atroz e inmediata de un hecho que se transmitió simultáneamente a todo el mundo, como ya estamos acostumbrados desde la guerra del Golfo, la primera que se transmitió en vivo y en directo como quien asiste a la distancia a un partido de la Serie Mundial.

También en Asia como en el resto del mundo, CNN se ha convertido en la agencia noticiosa totalizadora, propia de la aldea global. La parte sustantiva de lo que apareció en los días posteriores en la televisión y la prensa asiáticas no eran sino refritos de la empresa de Ted Turner, y acaso de tres o cuatro agencias internacionales de noticias: Reuters, AP, France Press, y no más.

A unos cuantos medios globalizados se restringió el monopolio de la información, y las versiones y las reacciones, por lo tanto, no variaron gran cosa respecto de lo que se pudo captar en cualquier otra latitud del mundo. CNN nos ha uniformado y hay poco espacio para los matices, para preguntar, o para disentir. Lo que por otra parte me hizo comprender que ante acontecimientos de la magnitud del ataque a EU, la geografía mediática del mundo atraviesa por una etapa de intensa monotonía y es, en ese sentido, no una transmisión policromática sino en blanco y negro. Lo que vi desde Borneo fue exactamente lo mismo que se vio en cualquier otra parte del mapa mundial, y esto, en efecto, nos uniforma, nos “globaliza”, nos niega el derecho a la particularidad y sus matices.

edbermejo@yahoo.com.mx

@edbermejo