Opinión

Cacería de brujas, el escritor Juan Marsé , mañaneras y amloístas de hueso colorado

Cacería de brujas, el escritor Juan Marsé , mañaneras y amloístas de hueso colorado

Cacería de brujas, el escritor Juan Marsé , mañaneras y amloístas de hueso colorado

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Las bibliotecas tienen una vida propia. Sería interesante conocer la historia íntima de las bibliotecas públicas o incluso universitarias, aunque en estas últimas, por ejemplo, un estudiante que no devuelva el libro solicitado tendrá sanción. En la UNAM es requisito para titularse o recibir un nuevo grado, el presentar una carta en la que la biblioteca asegura que no hay adeudos de libros. Debe ser así en muchas partes. Cuando estudié en la Universidad de Nueva York, que yo recuerde, no solicitaron eso. Quizá se sabía, por algún método más novedoso en aquel tiempo, que todos los libros que saqué, los entregué. La verdad los consultaba en la biblioteca y nunca pedí permiso para llevármelos a la casa, un estudio muy chiquito, donde vivimos tres años mi marido y yo. Por eso me gustaba la tranquilidad en los amplios espacios para estudiar dentro de la biblioteca, los ventanales, la compañía de una inmensidad de libros clasificados y ordenados. Además, aunque éramos becarios, Salvador de Conacyt y yo de la siempre maravillosa UNAM, procurábamos comprar libros para traerlos a México .

Sin embargo, debe haber libros cuidadosamente extraídos, unos más que otros, en esos centros de conocimiento, otros, vandalizados. Me culpo de que, cuando pasamos siete años de nuestras vidas en Washington D.C. nunca acudí a la Biblioteca del Congreso. Me he dado de topes por eso desde hace varios años. Utilicé, eso sí, la de la Universidad de Georgetown, donde fui investigadora visitante, gracias a la mediación del doctor Enrico Mario Santí.

Todo esto lo cuento porque mi biblioteca personal ha sufrido algunos embates. Mi marido y yo pasamos por múltiples mudanzas. La última, para él, fue abandonar el planeta a una edad en la que hoy nadie debería morirse todavía. El caso es que cuando rentábamos una casita padrísima en la colonia Florida, antes de Nueva York, la biblioteca la teníamos en lo que era la sala y el comedor. Éramos muy jóvenes, recibíamos amigos muy seguido. Amigos mexicanos y, en una que otras ocasiones, familiares míos españoles. Resulta que el escritor español Juan Marsé había publicado en la editorial Novaro, año 1973 si no me equivoco, Si te dicen que caí, una novela estupenda sobre la posguerra en España, que para mí resultó fundamental, y trata de un grupo de jóvenes que sufren el franquismo, contemplan la persecución de los cazadores de brujas, que podían ser los vecinos, los amigos, cualquiera que señalara a los rojos, o sea, los republicanos que se quedaron en la península ibérica, y que eran perseguidos, mientras que los denunciantes recibían una estrellita en la frente.

Tres veces desapareció de nuestro libreros Si te dicen que caí. Lectores afanosos por leerla la sustrajeron de nuestra biblioteca personal. En 1989, con la Transición española en marcha, la historia fue llevada a la pantalla. Los españoles podían conocer su pasado y formarse un juicio sobre la larga y negra etapa del franquismo. El discurso de odio de Francisco Franco contra los republicanos había desaparecido.

Todo esto lo traigo a cuenta, porque en el México de hoy, quien no comulgue con el presidente López Obrador no es perseguido pero sí señalado, por el mismo primer mandatario, cuando se trata de personas reconocidas. Por sus seguidores, cuando tenga que ver con cualquier crítico del régimen. Las redes, por ejemplo, son un ámbito productivo para eso, los seguidores de AMLO no cejan es descalificar y abrumar con tweets a quien se pronuncie en contra de la Cuatroté. Es mi situación.

En aras de la pluralidad “seguí” a un cuatroteísta que me enmendaba la plana ante cualquier comentario mío. Creí que podría abrirse un diálogo, pero fue imposible, hasta que “bloqueé” al susodicho. Ahora envía a su amigos a que me den recados suyos y me llaman clasista y aspiracionista. ¿No debería sentirme agraviada? Quizá no, pero me afecta. Después de enchufarme a las “Mañaneras” varios días seguidos, entiendo que la “narrativa” (como se dice ahora) del odio la procura el mismísimo presidente de la república, para quien México está dividido entre el pueblo sabio que lo apoya y el resto de los mexicanos conservadores y derechistas. El miércoles 7, en la sección de “Quién es quién” de las noticias falsas, exhibió varias gráficas del INEGI, según aseveró, en las que se nombra negativamente a MoRENA. Debo entender que sus equivocados detractores juzgaron mal los logros del sin par partido político de Movimiento de Regeneración Nacional. Oprobioso, pues, apoyarse en lo contrario.

No cabe duda que lo suyo es obsesivo, como la mío en relación a su discurso y los haceres de sus seguidores. La diferencia estriba en que yo hago psicoanálisis y quién sabe si el primer mandatario y sus fans acudan a este tipo de ayuda. Quizá es inherente a los seres humanos la necesidad de “cazar brujas”, no lo sé. Otro aspecto importante reside en la mínima visión de género de los amloístas. Ser mujer implica, si nos expresamos, que somos brujas a las que hay que descalificar. A mi seguidor en Twitter, antes de bloquearlo, le expliqué sobre de qué iba la teoría feminista francesa del discurso falocentrista ,basada en el concepto de logocentrismo de Derrida: una “narrativa” europea que analiza el mundo y, por ende, existe y es imperiosa la necesidad de deconstruir ese lenguaje que corresponde, únicamente, a una noción occidental.

Mi bloqueado ex seguidor hizo caso omiso y se burló contestándome con un texto de Aristóteles que no venía a cuento.

¿Así vamos a seguir, sin que el presidente hable de temas verdaderamente primordiales? ¿Los medios de comunicación tergiversan siempre la verdad? ¿Los fans de AMLO no cejarán hasta lograr que los demás nos convirtamos al amloísmo, mientras nos someten a juicio?

Por lo pronto, lean Si te dicen que caí, novela indispensable para buenos lectores.