Opinión

Cambio de régimen

Cambio de régimen

Cambio de régimen

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Cambiar el estado de cosas en cualquier tiempo y circunstancia es una empresa mayor, riesgosa e incierta. Existen numerosos ejemplos en la historia. El cambio ha estado acompañado generalmente por el estallido de la violencia.

El siglo XX es pletórico en ejemplos al respecto. En las primeras dos décadas de esa centuria, observamos en lugares tan lejanos como distintos como lo son México y Rusia, movimientos que buscaron alterar las condiciones políticas, económicas y sociales de sus países para acabar con los excesos del poder, el autoritarismo, la concentración de privilegios en unos cuantos e intentar favorecer a las amplias capas de la población viviendo en condiciones de marginalidad y desesperanza.

En México al menos, el cambio de régimen parecía que comenzaría de manera pacífica y democrática, dada la aparente voluntad del dictador de permitir la celebración de elecciones y facilitar la transición del poder como lo pedían grupos como el maderismo. Sabemos lo que pasó después: el experimento democrático nunca sucedió, y a las mentiras del dictador prosiguió el estallido de una gran revuelta popular que dio lugar en realidad a la primera revolución social del siglo XX. El resto de esa centuria a pesar de ello, escribió la historia del autoritarismo mexicano por otros derroteros.

En Rusia, los excesos acumulados por el zarismo permitieron el desarrollo de las condiciones para la revolución de octubre en la que los triunfantes bolcheviques iniciarían el gran experimento comunista de la modernidad, cuyo desenlace conocemos en el presente. A pesar de la nobleza de lo que se prentendía con la revolución bolchevique, en 1991, tras más de setenta años el derrumbe de la Unión Soviética culminó la trama del totalitarismo y el desprestigio del llamado socialismo real.

En uno y otro caso, los ideales del principio no se correspondieron con los resultados finales, ni mucho menos quienes las impulsaron prevalecieron a su término. Desde luego estos fenómenos políticos no sucedieron en el aislamiento y en buena medida fueron determinados por los contextos internacionales de su época.

Debe tenerse presente el hecho de la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, que acabó con importantes imperios del pasado (Otomano, Pruso y Austro Húngaro) y dio pie a la creación de nuevas naciones y complejidades internacionales. Los alemanes, por ejemplo, por razones estratégicas, contribuyeron al triunfo de los bolcheviques con su apoyo a Lenin; pocas cosas tan irónicas en la historia. En el caso mexicano, cosa de recordar el asesinato de Madero con la connivencia y abierta injerencia del embajador estadunidense, quien veía que se había inclinado hacia la izquierda —por cercanía con villistas y zapatistas—.

Ambos casos dejaron meridianamente claro que la vía de la violencia no asegura el triunfo de los ideales y que el costo humano y material es tan alto como la tragedia humana misma, pero también ejemplifica cómo la reticencia de los sectores y grupos favorecidos por el estado de cosas obstruye, bloquea o intenta revertir cualquier cambio que afecte sus intereses. Tampoco la proscripción de la violencia no lleva por sí misma a la construcción de la democracia, pero sí puede destruirla.

Los teóricos apuntan que un régimen político es el conjunto de instituciones que regulan la lucha por el poder y el ejercicio del poder y de los valores que animan la vida de tales instituciones. Nos dicen que la estructura del régimen o su modo de organización y de selección de la clase dirigente, condiciona el modo de formación de la voluntad política, y que el empleo de determinados medios para la formación de las decisiones políticas condiciona los fines que pueden ser perseguidos. (Diccionario de Política, Siglo XXI, México, 1997)

Probablemente por ello, la búsqueda de cambios en el régimen puede no solamente generar desavenencias, sino amargos desencuentros dada la complejidad de las instituciones, la variedad de los actores y los intereses específicos a los que responden.

Cabe decir que en México desde 2018 se desarrolla un experimento de este tipo sobre la base de una amplia legitimidad democrática otorgada en las urnas a un gobierno de izquierda. No exento de dificultades y contradicciones podría tratarse del primer experimento político de cambio por la vía pacífica en la historia del país.

Independientemente de sus alcances, sería deseable mantenerlo en esos canales y que los actores políticos lograran un equilibrio entre lo que el filósofo inglés, Michael Oakshott, llama la política de la fe y la política del escepticismo.

Guillermo Puente Ordorica

gpuenteo@hotmail.com