Opinión

Caudillo tropical

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El presidente actúa cada día agrediendo personalmente a quienes considera sus enemigos, pero ahora está llegando a extremos insospechados. La prensa informó en días pasados que la Unidad de Inteligencia Financiera está investigando las cuentas bancarias del consejero del INE Ciro Murayama --y otras personas-- so pretexto de la venta de un departamento.

Que el presidente no respete la dignidad de las personas, que agreda con insultos a quienes lo critican es un exceso que revela su baja estatura moral y política. Pero que utilice las agencias del Estado –que funcionan con el dinero que pagamos todos los mexicanos— para perseguir y atropellar, es una burla al pueblo de México y a la democracia; además, en el plano personal, es una deviación que raya en lo patológico.

¿Con que cara exige que cese la persecución de opositores en Nicaragua cuando en México el hace los mismo? La persecución de Murayama es un acto monstruoso, pero es igualmente la expresión de un proceso ascendente de autoritarismo. Lo que AMLO ha hecho en estos tres años ha sido un uso arbitrario, despótico, del poder presidencial.

El autoritarismo y los excesos del presidente crecen a medida que constata que ya no cuenta con el apoyo abrumador que tuvo en 2018 y que las clases medias ilustradas, en masa, lo han –lo hemos-- abandonado. Desde luego, el pueblo de México no se merece esto. Quienes en un momento apoyamos el proyecto de AMLO lo hicimos pensando que impulsaría un proyecto de desarrollo con equidad y democracia.

Jamás vimos que ese proyecto se reducía a una serie de programas clientelares dirigidos a engrandecer la imagen presidencial y a atraer votos a favor de su partido. El no ama al pueblo, por el contrario, el considera que el pueblo se compone de gente disminuida y sumisa que está dispuesta a seguir al redentor y a su partido a cambio de dádivas miserables. Lo que pretende con sus programas clientelares es comprar la voluntad del pueblo.

Los que en otro momento apoyamos a AMLO jamás imaginamos que su gobierno se reduciría a un ejercicio personal del poder. Es verdad que la megalomanía de este personaje era ostensible desde años atrás, pero todos pensamos que, una vez que asumiera la presidencia, convocaría a todas las clases sociales a unirse con él en la gigantesca empresa de construir una sociedad con democracia y justicia.

Pero eso tampoco sucedió. Lo que conseguimos fue una parodia de transformación social con justicia y una conversión de la democracia en autocracia. No es una repetición del viejo sistema autoritario del PRI, no, en estricto sentido, es sólo su caricatura. Un poder igual de concentrado en la presidencia, pero sin la mediación de grandes corporaciones como eran la CNC, la CTM y la CNOP.

El nuevo “sistema político” tiene una sola figura: una figura personal, el presidente, que pretende hacerse cargo de todo. De todo. Él sabe lo que el país necesita, conoce los problemas, tiene el remedio para ellos y toma decisiones solo, sin compartir con nadie la responsabilidad del poder. Es el poder de un caudillo, un caudillo tropical.